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No descansa la educación porque el ritmo del mundo no lo permite. No hay tiempo. Educación, viene de «educere», conducir. Y ahora hay un sistema de canalizaciones, de conducciones, que no da a basto. Se nos educa —o se nos manipula, o se nos mangonea— desde todas partes. Y tan a prisa va la Ciencia, tanto adelanta la técnica, tantos libros se escriben, tantos planes de estudio se proponen y se suceden, tanto, en suma, se culturaliza, que ¿quién se da un respiro? Lo grave es que a la educación que se imparte para enfrentarse con el presente y a la que se ofrece para evitar reincidencias en males del pasado, empieza a superponerse ya la destinada a afrontar el porvenir. En «El Shock del futuro», Alvin Toffler escribe de «lo que pasa a la gente que se siente abrumada por el cambio». Y como los cambios en perspectiva son sensacionales, Alvin Toffler intenta irnos preparando. Nos invita a que nos levantemos de nuestra butaca; nos desaposenta y nos alerta. Sabemos mil cosas, pero hay que hacer sitio a muchísimas que ignoramos. Además, habremos de dar forma nueva o estructura distinta al cerebro, porque el que tenemos adolece de un anacronismo desalentador si se considera lo que nos espera. Y como nuestros estilos vitales, nuestros usos y costumbres no están a la altura de los «signos de los tiempos», urge tomar las providencias oportunas...
Muchos pedagogos están de acuerdo con esto. Piensan que es preciso modificar de arriba abajo los módulos didácticos porque educamos a quienes serán hombres maduros dentro de veinte o treinta años. Y dentro de veinte o treinta años, este mundo no será mi Juan sino que me lo habrán cambiado. Y muchachos que se preparan ahora para ser profesores, educarán a gente que todavía no ha nacido. Pero, a lo mejor (a lo peor) dentro de poco la gente empieza a nacer de otra manera. Y si la gente empieza a nacer de otra manera, ¿bastará entonces en pedagogía con cambiar las metodologías? ¿Será suficiente sustituir la matemática tradicional por la de los conjuntos, y la gramática de las partes de la oración por el estructuralismo, y la moral de los Diez Mandamientos por la moral de situación?
No descansa la educación. Después de la Escuela, el Instituto o la Universidad, vienen los proselitistas que quieren educar políticamente al muchacho. Luego, los de la educación social. Luego los de la educación sexual. Por si fuera poco, después, el educando tiene que soportar la acometida de los «mensajes». Pinturas con mensaje. Poesía con mensaje. Teatro con mensaje. ¿No surge todo con marbete dialéctico, con recado educativo? A todos nos ha entrado la manía, o el prurito, de conducirnos, de enseñarnos los unos a los otros, de dirigir al prójimo, de zarandearlo. Publicitarios, comisionistas, intermediarios, ¿qué más da? El caso es influir en las ideas y en las compras de cada uno. Las oficinas de viajes, tanto como los escaparates; los escaparates tanto como la televisión; la televisión tanto como el discurso del hombre público, y cada cosa a su manera, nos brindan el regalo de una mente nueva. ¿Eso puede ser? Por lo visto. Porque la «mentalización» está a la orden del día (mentalización, mentalización, ¡y cuántas idioteces se cometen en tu nombre!). Pasan muchas cosas extrañas, pero en el futuro van a ser aún más sorprendentes. Hay que estar, pues, atentos. Dormir, como dicen que lo hacen las liebres, con un ojo abierto. En caso contrario el mundo que se nos viene encima nos aplastará.
Y eso, ¿no alcanza ya extremos aberrantes? Demasiado atentos a lo que nos rodea y a lo que nos espera, a lo que nos pasa y a lo que nos va a pasar, ¿no estamos descuidando lo que somos? Sí, claro; ahí están los psicólogos con sus tests y sus psicoanálisis informándonos de nuestro «perfil de inteligencia» y de nuestros «traumas» con la misma exactitud con que los analistas dan cuenta de nuestra curva de glucemia o de la urea en sangre. Esto es muy bueno; pero estar al tanto de todo es, en ocasiones, mareante. Lo que ayuda a mejorar al hombre, puede ayudar también a empeorarlo, si se abusa. Y se abusa. El hombre actual, gira incesante alrededor de sí mismo, sin descuidar el giro alrededor de las cosas. Esa rotación y traslación combinadas las toleran muy bien Venus o Marte. El hombre, menos. El hombre hay casos en que pide parar. Es recomendable, si, que imitemos, en nuestros instantes optimistas, al raudo corcel que «veloz camina y corta el viento». Pero sospecho que hay momentos en que el hombre debe intentar ese parón testarudo, aún a prueba de látigo, que se achaca a las muías manchegas, cuando están de camino y de carga hasta el copete. Se plantan en medio del camino y parece como si dijesen: De quí, ni un paso.
Porque es bueno, en sano, detenerse para conocerse. Mucho cambia el mundo; pero el hombre, si de verdad y con interés se observa, advierte, que él cambia, pero menos. Ni el régimen de su circulación sanguínea se altera cada mes, ni el corazón puede cambiar de emplazamiento como el armario del comedor; ni la memoria puede modificar sus archivos a la vista de nuevas «estructuraciones»; ni el intelecto puede hacer la guerra o la «contestación» a la lógica de tal forma que se produzca el fenómeno de que dos y dos ya no son cuatro. Concédasenos una pequeña tregua, deje de zarandeársenos, cese la «educación» un minuto y, entonces, mirándonos nos veremos y quizá veamos a Dios. Estar al día es cosa que no podemos eludir puesto que se precisa para seguir adelante. Estar a lo que salga, también es recomendable. («Ultima filosofía, estar preparado para todo», escribía Antonio Pérez.) Así la educación —o las educaciones—, pendientes del pasado, del presente y del futuro, ofician a modo de industria. Entre «mentalizadores», profesores, proselitistas, agentes y publicistas, allegan una «producción» imponente. Bien. Pero el buen educador sabe que el educando ha de servirse en gran número de casos, no de los productos de fábrica, sino de su propia y personal artesanía...
¡Por Dios! Hay que descansar un poquito. Nos da vueltas la cabeza con tanto conocimiento, con tanta munición, con tanto aviso, con tanta admonición. Como el mundo cambia de camisa, los adaptadores y aposentadores nos invitan a que nosotros, los hombres, cambiemos de piel. Ya está bien, ¿eh? ¡Calma, calma! Quizá sería preferible saber menos cosas y enterarnos de lo preciso. Puede que si aguáramos un punto el vino de los «conocimientos en régimen torrencial», nos distrajeran y deleitaran por dentro los arroyos de una genuina sabiduría. ¿Será esto incurrir en heterodoxia pedagógica? No sé. Insisto en que al estudiante por estudiante, y a todo el mundo aunque no lo sea —ya que para eso está la «educación continua»—, se nos mangonea más de la cuenta. Todo el mundo quiere educar. Se recibe educación de frente y por detrás, desde arriba y desde abajo, a derecha y a izquierda. Es decir, tanta «educación» contradictoria, desnorta. En lugar de orientar, suministra materia para el despiste. Vamos a pararnos. Vamos a que nos dejen en paz.
¿Paz? Bueno. Yo pienso que mucha gente ha perdido ya su vocación a la paz. Mucha gente no soporta ya el estar tranquilo. Y por eso...
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