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No creo que exista algo, como un periódico diario, tan capaz de dotar de «conciencia» a un pueblo. Yo me atrevo a pensar que antes de nuestra guerra, si bien existía prensa provincial —bastante aceptable en algún caso—, la tónica dominante era la dispersión y la atomización. Y, por supuesto, la falta de continuidad. Había muchos periódicos en Jaén y en sus ciudades, pero surgían —y desaparecían— esporádicamente, a merced de los vaivenes políticos. Si cabe registrar excepciones, son, además de escasas, poco «perceptibles». Es decir, los periódicos que entonces hubieran podido salvarse de la nota de la «insignificancia», tenían menguada difusión. Así, no era posible crear conciencia; así, ninguno —ninguno de esos periódicos— podía aspirar a la categoría de «espejo». Espejo idóneo para reflejar las facciones, por así decirlo, del Santo Reino.
Es el mérito de Jaén. Desde 1941 nuestra provincia sabe mejor de sí misma. Mejor que nunca supo. De tal forma que bien puede llamarse, con entera justicia, «órgano» de la provincia. Órgano, que es como decir concierto y expresión de sus ideas, de sus intereses, de sus problemas. Órgano, que implica sistema, concatenación y, si se quiere, sintaxis. Porque de la misma manera que el orden gramatical demanda una jerarquización de las palabras, que eso es la sintaxis, el cometido periodístico reclama una perspectiva suficiente para que la ordenación informativa y literaria, lejos de cualquier miopía, de cualquier interés o pasión inmediatas, acierte con el sitio de cada idea o problema, y con la idea o problema aptos para cada sitio... Antes de Jaén, la prensa provincial era, más bien, una desarmonía, una baraúnda de pitos sueltos, cada cual sonando por su cuenta y riesgo. Fue nuestro periódico quien organizó el auténtico concierto.
Sé que existirán lectores, sobre todo quizá lectores jóvenes, que me contradigan. Porque muchos pueden creer, lo creen seguramente, que una prensa así dispuesta no es apta para la expresión individual y personal, para la visión original de las cosas. Tópicos. Yo diría a esas personas que, desde su fundación, colaboro en Jaén. Entonces tenía uno veinte años poco más o menos. Pues bien, mi ideario «personal» y sincero ha sido manifestado a lo largo de ese cuarto de siglo, en Jaén, a través de unos setecientos u ochocientos artículos. Con entera libertad he expuesto mis criterios sin cortapisa alguna. ¿Será que mi prosa es timorata y acomodaticia? Me inclino a pensar, eso sí, que la expresión periodística o literaria ha de ser desapasionada, ecuánime, exenta de pruritos morbosos o de objetivos puramente personalistas. Porque una cosa es lo personal y otra lo personalista. La personal se mueve en el ámbito de las ideas; lo personalista, en un mundo de emociones próximas más o menos influidas, en ocasiones sin que exista conciencia de ello, por tendencias de raigambre exclusivista. Cualquier colaborador de periódicos en España —y yo hablo ahora a través de mi experiencia— ha podido mantener a lo largo de este tiempo su criterio independiente sobre infinitas cuestiones. Lo que sucede es que la gente —permítaseme la expresión— confunde el rábano con las hojas. Lo de que «en este país» no se puede escribir es una falsedad, hija de una impotencia. Lo que sucede es que «en este país», para escribir, hace falta, un poco, saber escribir. Escribir no es herir ni zaherir. Escribir es decir humildemente lo que uno piensa de las cosas, sin estimar, claro está, que lo que uno piensa es artículo de fe...
Pero íbamos diciendo que Jaén, desde 1941, jornada a jornada, ha sido el espejo en el que, ininterrumpidamente, la actualidad y las inquietudes de la provincia han tenido su espejo. Yo no quiero decir que este reflejo haya sido, en todos los instantes, fiel en cada uno de los aspectos. Quizá han surgido empañamientos efímeros y hasta pequeñas resquebrajaduras accidentales en el espejo. Pero, ¿quién puede evitar eso? Un periódico es obra humana. Un periódico está sujeto a lo falible. Pretender lo contrario es desconocer la naturaleza de las cosas, es moverse en la utopía. ¡Cuántas veces habrá que repetir que lo mejor es enemigo de lo bueno! Porque Jaén ha sido siempre bueno, y en línea de superación constante, no ha sido nunca el mejor de los periódicos posibles. Lo mejor entraña una relatividad, proclive a la hipérbole interesada y... a la ironía. Lo bueno, significa una línea de modestia informada de afanes permanentes. La modestia de Jaén fue, por eso, una garantía. Modestia que —de otra parte— no ha supuesto precisamente una mediocridad. Modesto es quien reconoce sus limitaciones, pero que no por ello renuncia al propio perfeccionamiento. Mediocre, en cambio, es el que con criterio obtuso cree desde un principio en la propia superioridad, cerrándose así a todas las posibilidades de mejoramiento.
Jaén, buen barco, jamás barco astillado, ha navegado a lo largo de estos veinticinco años con excelentes derroteros bajo el mando de expertos capitanes. Fausto Fernández de Moya —su recuerdo va siempre unido a mis impresiones vírgenes de colaborador de prensa, porque fue este cordialísimo hombre uno de los que generosamente alzaprimaron mi ilusión literaria—, Fausto Fernández de Moya, digo, puso en marcha el barco —¡difícil maniobra!— y lo dejó seguro y boyante en la alta mar... Después, otros hombres ilustres, evocadores todos de espléndidas realidades del periódico: Ángel Castiella y Francisco Villalgordo.
Ahora, José Chamorro, pulso sereno, mente lúcida, corazón presto, timona sin vacilación la nave de Jaén. Hay, pues, motivos sobrados para refrescar los laureles ya obtenidos con estimulantes y preciosas esperanzas.
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