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Era un Mister Smith cualquiera. Era de Bhirmingan. Tenía de España el manoseado concepto seudo literario que tienen de España, en Bhirmingan, todos los señores que se apellidan Smith... Decidió, porque sus negocios marchaban bien o por lo que fuera, venir a España una primavera. Las nieblas aquel invierno habían adoptado en su región una pertinacia verdaderamente repugnante. Él, por otra parte, era buena persona y creyó, al pie de la letra, en la información que sobre España detallaban todos los folletos de las agencias de viajes. Además, alardeaba de un espíritu profundamente religioso, aunque le tenían sin cuidado los «servicios» dominicales de la iglesia presbiteriana de su demarcación. Ya se sabe que eso de tener una «gran inquietud religiosa» sin practicar religión alguna, viste mucho en las Islas y fuera de las Islas...
Como adolecía de «inquietud religiosa» sentía curiosidad por el Catolicismo y, sobre todo, por el Catolicismo español, que tiene ritos interesantísimos: tales las corridas de toros. Además —el Sr. Smith no podía olvidarlo— los católicos españoles no son cristianos: son marianos. Adoran a la Virgen en una ofrenda constante de castañuelas. Esto, especialmente resultaba al hombre de nuestra historia, originalísimo.
Así es que el Sr. Smith vino a España y aprovechó para su viaje una Semana Santa.
* * *
Ya está Mister Smith en una ciudad andaluza. Es Viernes Santo. Luce el sol. La multitud llena las calles. Mister Smith y su esposa han tomado asiento junto a la calzada de una de las calles del itinerario oficial de las procesiones. Bueno; él no ha olvidado su block. He aquí las anotaciones.
«Esto es desconcertante. Los españoles adoran a la Virgen, pero sin embargo en esta primera procesión figura un Crucificado. Debe de ser que la propaganda protestante inglesa empieza a surtir efecto en España. Me informaré si hay algún canónigo cristiano en el cabildo catedralicio. Sí; eso debe ser.»
«En la procesión del Cristo de los toreros, los toreros van vestidos de paisano. ¿Por qué?»
«Un encapuchado —¡cuántos encapuchados!— lleva cadenas en los pies. He preguntado la causa y me han dicho que hace penitencia por sus pecados. Es curioso... ¡Qué orgullosos están de sus pecados los españoles!»
«Está organizadísimo el folklore en España. Ningún nazareno levanta su antifaz. Debe ser por miedo a las multas del gobierno. Pero, ¿son voluntarios los penitentes? Los habrán reclutado en los cuarteles...»
«¡La Virgen!... Pues no; no lleva castañuelas, como decían, esta imagen. Será también, cosa de las autoridades esta supresión. Por eso llora la gente al mirar la imagen.»
«Nazarenos descalzos. Ya se sabe. Crisis económica. Pobreza. ¡Old Spain!»
«Ya es de noche. Estrellas. Cirios. Atambores... Enmedio de todo, esto es impresionante. Y apabullante. De pronto la gente calla y cantan al “paso”... Pero debe haber ya muchos canónigos heterodoxos en el Cabildo; figuran demasiadas imágenes de Cristo en la procesión. Están falsificando el catolicismo español.¿Ante quién podrá denunciarse el caso?»
«Silencio. Ésta es la procesión del Silencio... Es curioso esto. Esa imagen del Crucificado parece que va mirando a cada uno en el fondo de su mutismo... ¡Qué difícil tiene que ser “organizar” un silencio así. Estos españoles son desconcertantes.»
Etc., etc., etc.
* * *
Ya está Smith en Bhirmingan. Ha vuelto, en mayo, la niebla. Y la afección renal de Mister Smith. Horas de dolor. El buen mister, en el dormivela, se representa al penitente con cadenas de la ciudad andaluza. Luego recuerda a aquél Cristo que miraba al fondo de aquel silencio.
Es curioso —se dice a sí mismo el buen inglés— aquél penitente que iba buscando un dolor... Buscar el dolor. ¡Qué misterio! Dicen que Cristo también lo buscaba. ¡Vieja España! Es curioso. Curioso y...
Mister Smith se dirige a su esposa:
—No podré dormir. Es inquietante. Buscar el dolor. Un dolor que, al mordernos, nos acaricie. Chesterton, ahora lo recuerdo, habla de estas paradojas del Catolicismo.
—Tranquilízate John.
—¿No es maravilloso?
—Tranquilízate John.
MIGUEL H. URIBE
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