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Entre San Miguel y San Francisco, Úbeda se empareda en la Feria. Quiere decir que Úbeda, entre el 29 de septiembre y el 4 de octubre, tiene firmado, desde hace más de siete siglos, el compromiso de divertirse, si es posible, a todo trapo, durante una semana larga, durante una semana «chorreada».
Y a eso es a lo que íbamos. A eso es a lo que vamos.
La alegría, está bien. En ciertos días y en ciertas ocasiones es casi una obligación. Úbeda, pueblo que desde 1234 –o si quieren ustedes, desde los tiempos de Maricastaña– es una ciudad grande, buena y bonita –aunque rarísimas veces barata– que día a día mejora, que trabaja, vive, sufre cuando se presenta y cuando se presenta, baila... Úbeda, digo, ciudad que desea, reza, piensa para seguir siendo y se despreocupa los domingos y días festivos para poder continuar pensando y trabajando..., alza en los umbrales otoñales sus banderas mejores: sus optimismos, quiero decir. Y a despecho de sequías y de posibles malhumores –que son también sequías, sequías del alma– se dispone a gitanear un poco en el mejor sentido de la palabra, haciendo honor a sus apellidos –reina y gitana– que le concedió Antonio Machado. Es lo bueno de nuestro pueblo: tiene a la par una nobleza cristiana y una morena antigüedad de bullicios de «pena, penita, pena». Es reina y gitana, justamente. En bien repartida dosis. Eso es un buen antecedente para que sus alegrías tengan, por lo menos, estén obligadas a tener, una honda finura. Que suba, sí, la alegría como una espuma, pero que la espuma no borre el tipo ni amengüe la figura. Que nos divirtamos, pero que no fastidiemos: que nunca se corrompa en sucia y vomitada ordinariez o grosería el limpio salto –surtidor– de una frescura de ánimo que brota desde San Miguel hasta San Francisco, para que todos, en buena concordia, en generosidad, aupemos nuestros júbilos y levantemos nuestros gozos. Porque es así como haremos de la Alegría un servicio y de la Fiesta una perdonanza para esos malos humores, para esas asperezas en el trato de todos con todos que, a veces, quizás, nos amenazan.
Mirad que han salido los Gigantes y Cabezudos. Mirad que vienen los gigantes y los cohetes dan al aire su alegre estampido de gracia, de ironía, de broma. He aquí que los gigantes nos llegan diciendo: Que todas vuestras inventadas altiveces, que todos vuestros gestos de personas presumidas, empiecen –porque ya es hora– a pareceros, como los nuestros, gestos pintados, gestos ridículos, gestos de cartón. Nosotros, gigantes, lo que venimos a traeros con la Feria, es una invitación a la reflexión, una invitación a la humildad. Desnudaros de vuestra vanidad, de vuestro cartón, de vuestros zancos, porque pequeños somos todos: nosotros bajo nuestra máscara y vosotros bajo vuestras ansias de riqueza, de poderío, de dinero, de placer. Mirad que los cohetes suben y estallan sin hacer daño a nadie, fomentando alegres bandadas y desbandadas de pájaros, pero sin herirlos con escopeta. ¿Por qué no se resuelven en estampido y en juegos de color, como los fuegos artificiales, todas vuestras rencillas o vuestros odios, que suelen empezar por poco, pero si empiezan es para no terminar?
En fin, Ubetenses, la Feria está aquí. Que sea para todos la Fiesta. Y que la feria vaya por dentro, que circule por el interior de cada uno, sin limitarse a sonar por fuera. Idce el refrán que «cada uno habla de la Feria según le va en ella». Que todos podamos hablar bien de la Feria y Fiestas de San Miguel 1976. Suba la espuma, pero, señores, que el descorche de la feria se haga con destreza: que no manche a nadie.
Suba la espuma, pero que la espuma, luego, no se haga vómito.
La Feria ha comenzado. ¡¡¡MÚSICA!!!
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