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Con frecuencia, te encontrarás en medio de la tempestad. La juventud es inestable; tiene una meteorología abundante. Sin que lo hayas podido prevenir, advertirás que, de pronto, negros nubarrones te cercan...
Porque la juventud es acción; pero acción urgente y apresurada, improvisada a veces, sobre un fondo –siempre vivo- de pasión. Es sabido, el corazón eleva su vaho ardiente, impetuoso, desbordado. Vaho que impide, en ocasiones, la clara visión. Tú, joven, tienes tu lógica y tus ideas. Tú diseñas tus esquemas y propósitos en horas serenas, de bonanza. ¿Qué pasa, luego, en las horas agitadas?. Silba la tentación como un viento que llega de las oscuras simas biológicas. Y llueve y graniza sobre los cuidados céspedes mentales... Quiero decir que debes estar preparado para la tempestad. La tormenta trae a tu vida su confusión, sus chubascos, sus nubes que impiden la vista del sol. Y trae su tronar imponente, sus retumbos, su pavor.
¿Qué hacer, entonces? Porque –convéncete- no hay lugar geográfico que pueda eludir la tempestad ni hombre que esté asegurado contra la tentación.
Quizás la mejor norma es saber ver la tormenta en la tormenta, acertar a entrever su semblante oscuro tras su apariencia, posiblemente risueña... ¿No te das cuenta? El error en que incurrimos al sentirnos amenazados es quitar importancia al peligro o no reconocerlo. ¡Cuántas veces atrae vigorosamente el abismo! ¡Cómo encanta el peligro! ¡Cómo el pecado brilla por de fuera! ¡Cómo fulgen en belleza los ojos de Lucifer!
Sí; las tormentas en que te verás envuelto no te producirán necesariamente miedo. Puede que te produzcan... placer. Porque si el pecado fuese feo por de fuera como lo es por dentro, no habría peligro. Si la tormenta consistiese sólo
en espectáculo de rayos y centellas, sin riesgo de muerte, ¿habría quien la temiese?
Tendrás, claro está, que tomar tus prevenciones contra la tempestad. Será necesario que te proveas de pararrayos... Y, de todas formas, cuando –complacido o temeroso ante la tentación- adviertas que te hundes, tendrás que gritar. Gritar como los discípulos. Decir:
- Maestro, Señor, ¿no te importa que me hunda?
Y entonces Cristo –no lo dudes- se despertará. Y dirá al viento y al mar:
- Calla; estate en silencio.
Y sobrevendrá la bonanza.
Sobrevendrá. Pero tú –no lo olvides- tendrás que gritar primero. Tendrás que despertar al Señor.
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