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Por supuesto, joven, joven amigo, tú quieres mejorar, deseas prosperar en la vida, aumentar tus medios. Por supuesto, dices y proclamas que el dinero es necesario, muy necesario.
¿Y quién te va decir a esto que no? Nadie. Nadie, porque lo que dices es legítimo y porque lo que proclamas es verdad.
Ahora bien; no es verdad sólo para ti, sino que lo es para todos los hombres. Y aquí comienza el lío.
Si no estuvieses comprometido con tu fe cristiana, el afán de más dinero –más dinero cada día-, usando para conseguirlo de cualquiera de los medios que permite la ley, dando inclusive a la ley un rodeo cuando supusiese un obstáculo, te llevaría posiblemente a la cumbre de la riqueza: serías rico en poco tiempo. Es lo que sucede a la mayoría de los ricos: se han hecho de un gran capital en poco tiempo, aprovechándose de cualquier circunstancia, ellos o sus antepasados. Porque los ricos –admíteme esta confidencia- lo son generalmente por impaciencia: por impaciencia de poseer, que les hace buscar el dinero sin descanso. Porque hombres que se hayan hecho pacientemente conozco a pocos.
Comprometido en cambio como estás con tu Fe, hay que decirte que estás obligado a hacer compatible tu afán de dinero con el afán de dinero de tus semejantes. Y que si tus semejantes tienen tres y tú tienes cinco, has de esperar tú, para tener seis, a que tus semejantes tengan cuatro. Y que si no lo haces así, cualquier fervor cristiano tuyo es bastante dudoso.
Contestarás: ¿Cómo voy a saber yo cuándo mi prójimo tiene tres y cuando tiene cinco? Y, ¿cómo va a depender de mí lo que tenga mi prójimo?
Y se te argüirá: si tienes conciencia social, sabrás cuándo tu hermano vive en una extrema pobreza que condiciona tu riqueza. Si tienes conciencia social, de tí depende –directa o indirectamente-, si no la prosperidad de todos tus hermanos, sí al menos la de algunos: la de los que están en contacto con tu egoísmo o con tu... generosidad.
En resumen:
Procura aumentar tus medios económicos; pero si llegas al punto en que te baste con lo que tienes para vivir sin agobio y en prudente holgura, piensa que tu carrera en pos del dinero debe aflojar. Y considera, entonces, que has de ser paciente –muy paciente- en tu afán, y deja la impaciencia para los que no han llegado al punto que alcanzaste tú. Porque se puede aspirar al dinero por amor –un amor a los suyos-, pero, conseguida cierta posición en la carrera, no se aspira a la riqueza sino al egoísmo.
Aspira con impaciencia a todos los campeonatos que se te antojen. Pero piensa que ser campeón en pesetas es peligrosísimo. Y de una muy dudosa moralidad, en tanto en cuanto van a la cola, detrás de tí, miles y miles de corredores.
Y todo lo que para tranquilizar tu conciencia quieras inventarte en contrario es pura palabrería. Porque ahí está el Evangelio que tú, cristiano, no osarás contradecir. El Evangelio dice: “Más difícil es que se salve un rico...” (Ya sé, ya sé: tú no eres rico todavía. Pero si tienes impaciencia por serlo, o envidias a los que lo son –aunque los envidies bajo la especie de odio que es la más radical de las envidias- estás en el mismo caso; es igual que si lo fueras ya).
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