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Todos los males –se dice- vienen de la incultura. Es demasiado decir. Sin embargo, la cultura hace que los males sean menos y menores. Ahora bien; la culturalización de un hombre es cosa compleja. Más compleja todavía, la culturalización de un pueblo. Un primer paso, desde luego, para conseguirla es la alfabetización.Que todo el mundo sepa leer y escribir, constituye ya una meta. Modesta meta que, a su vez, ha de ser el inicio de carreras más ambiciosas.
Estamos ahora en plena campaña de alfabetización. Quizás, pronto, no van a quedar por ahí hombres de esos que no se enteran de los titulares de los periódicos y que firman la nómica del sábado con el dedo. Eso será bastante, pero si la cosa queda ahí, el esfuerzo no va a merecer la pena. Urge, al mismo tiempo, desbrozar las marañas de la ignorancia. Y conste que existen ignorancias letradas. Urge desatascar la rudeza, la cerrazón mental, el cerrilismo, la plebeyez de muchas gentes. Es tanto como decir que, junto a la enseñanza, se impone la... educación. Porque parece perentorio dotar a los hombres –a todos- del instrumental de la cultura y esto es lo que directamente se persigue con la alfabetización, pero, al par, resulta ineludible adoctrinar acerca del uso de esos mismos instrumentos. No basta disponer de una azada para saber cavar, ¿no es cierto? Resulta insuficiente el yunque y el martillo sin el aprendizaje previo. De la misma manera hay quien sabe leer y escribir inútilmente. La alfabetización es, por decirlo así, una roturación. Pero a la roturación ha de seguir la siembra.
Quizás sembrar es más penoso que roturar. Pero los maestros, conscientes de su cometido, no pueden inhibirse en este aspecto, aun a despecho de las dificultades inherentes.
Hablo con un maestro joven, de los que acaban de terminar.
- ¿Y ahora? –le pregunto.
- Ahora preparo las oposiciones y, al par, el ingreso en la Facultad.
- ¿Luego?
- Luego, si me van las cosas bien, oposición a Inspecciones.
- ¿Serás inspector sin haber pasado por la escuela?
- Bueno, estaré en la escuela el tiempo preciso.
Que hable de tal forma un maestro joven es normal y, en bastantes casos, plausible. Pero hay un punto sutil. Si todos los maestros piensan así –y cada vez será mayor el número de los que piensen así- las escuelas quedarán abandonadas o en manos de los más ineptos. Y entonces, desde luego, la escuela primaria servirá para la alfabetización pero, seguramente, para nada más. Y todo eso de la siembra –siembra de ideales, siembra de virtudes, siembra de principios- quedará en agua de borrajas.
El Magisterio debía ofrecer las suficientes garantías –garantías de toda índole y, por supuesto, garantías económicas- para que el Maestro considerase que se puede tener mucho talento y, sin embargo, seguir al frente de una escuela. Es más: el Maestro debiera saber que el desempeño de una escuela exige el talento precisamente. Debieran quedarse para siempre en la escuela los maestros que tienen talento y no al revés. Pero esto ¡es tan complicado! Mientras tanto, hay que ir pensando en que para alfabetizar –sólo alfabetizar- a la gente, ni siquiera es necesario título académico. Seamos sinceros.
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