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El consejo de hoy es: no seas tonto. No seas tonto, muchacho. Cualquiera se cree que está a cien leguas de la tontería y éste es el peligro, porque la “tontería” es un género con infinitas especies, y quien está lejísimos de la especie de tontería que más le repugna, por solo este hecho, se considera a salvo de la acometida de todas las demás. Y no. No, porque hay el peligro de ser tonto por hache, ser tonto por be, ser tonto por y (griega), o ser tonto por zeta. No sé si me entiendes, hombre. Ni siquiera si eres listo o inteligente, te consideres a salvo de una cierta “tontería” –quizá la más antipática o dañina- que es la del
enfatuamiento.
¿Crees que los tontos se agotan con los tontos del pueblo? No; considera que hay una manera de reírse de los tontos del pueblo que entraña, a lo mejor, una tontería mayor. Dime cómo te ríes de los demás –de los tontos inclusive- y te diré quién eres.
Y, ¿crees que los tontos se agotan con los tontos de la clase? ¿O con los tontos de circo? ¿O con los “niños tontos”? ¿O con los pedantes? ¿O con los “presumidos”?
Considera que hay un buen muestrario de tontos a elegir... No elijas. Considera que hay una gama, un espectro de imbéciles casi inacabable. En un extremo del espectro, el que nada entiende porque el pobrecito es corto de mollera; en otro, el que porque todo lo entiende o todo lo sabe, se pone tonto. Luego, naturalmente, existen tontos que no registra el común de las gentes, de la misma manera que hay colores infrarrojos o ultravioletas que no están en el espectro solar. Pues bien; no faltan tampoco las personas infratontas y las personas ultraimbéciles. La Escritura lo dice: el número de tontos es infinito. Unas se ven, se clasifican normalmente como lo que son..., otras tienen la tontería oculta, honda: son tontos profundísimos, con aire sapiente y la cabeza enhiesta. Porque se pueden tener orejas de asno (y de esto todo el mundo se da cuenta). Pero, ¿y de quienes tienen corazón de asno?
Buen repaso les hemos dado a los tontos. Es decir, buen repaso nos hemos dado todos a todos. Porque, seamos honrados; supuesto que el género tontería tiene innumerables especies, ¿quién de nosotros –con la mano en el pecho, sinceramente- puede echar en cara a los demás su tontería? El que esté libre de tonterías, que tire la primera piedra.
Nos hemos quedado todos con el brazo levantado, ¿verdad? Porque, como decíamos, el que no es tonto por un concepto, lo es por otro concepto, si no es que lo es... por varios conceptos.
Mi requisitoria, pues, es que, cada uno, se abalance con el tonto que lleva dentro. Y que luego... cuando termine con su tonto particular, con su tonto íntimo, no se engría demasiado. Y que no haga la oración del fariseo diciendo:
- Señor, te doy gracias porque no soy tonto.
Eso ya sería soberbia, muchachos. No conozco tontería más incurable que la de la soberbia.
Así es que, después de localizar al tonto que llevamos dentro, lo que hay que hacer es ponerse a localizar al otro tonto que, a lo mejor, llevamos más adentro todavía y que servía de sostenimiento al primero. La tontería está en todos los estratos, en todos los sedimentos de la personalidad. Hay tonterías arcaicas, secundarias, ternarias, cuaternarias... El cuento de nunca acabar.
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