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¿Qué es la formalidad? Los filósofos tendrán su respuesta: Formalidad viene de “forma”. El caso es que “no hay forma de que seáis formales” dice cualquier profesor en cualquier clase.
Y es que, a lo mejor, no saben ustedes todavía en qué consiste la formalidad.
La formalidad es como todo: según se mire y según por donde se la agarre. Se toma el rábano por las hojas y el rábano se frustra. Hay también una formalidad que se toma por las hojas, es decir, por sus accesorios. Está la apariencia formal, la compostura externa, la seriedad, la circunspección, como dice don Circunspecto. ¿Esto es formalidad? Sí. Sí, a veces. Porque hay ocasiones en que la formalidad tiene que exteriorizarse en apariencia sensible. Quien no se ríe nunca es tonto. Quien siempre se ríe es tonto. Quien siempre está serio es imbécil. Quien nunca se pone serio es imbécil. Quiero decir que hay veces en que la seriedad es necesaria y viene al pelo, y que hacer chistes acerca de un problema puede ser tan ridículo como hacer problemas acerca de un chiste.
Sin embargo, si la formalidad externa basta a veces, si es oportuna y necesaria cuando conviene, no hay que derivar el todo de la parte. Se puede ser serio por ser formal; pero también se puede ser serio a causa de ser necio. La circunspección como dice don Circunspecto –o la compostura, como decimos nosotros- es capa que todo lo tapa. Tapa lo estupendo, y tapa lo chapucero, y hasta tapa –si llega a mano- lo vil. Tapa el terciopelo bordado en oro y tapa... la camiseta sucia.
Así es que hay que buscar debajo de la tapa. Hay que ahondar. Dentro, más dentro, entre las “ropas menores” que cubren directamente nuestra alma, es donde se guarda la verdadera formalidad.
Todavía me preguntáis: Pero ¿qué es la verdadera formalidad?
La verdadera formalidad es la disposición para adecuar nuestros actos a nuestras ideas. Es decir, la actitud de amoldar nuestra vida a las normas. Nuestra vida es una masa difusa, hirviente, fluyente. Hay que ordenarla, encuadrarla, domesticarla. Que no se derrame, ni se seque. La formalidad es poner, dentro del alma, cada cosa en su sitio. Hay cosas en el alma para usar, cosas para arrojar al cesto y cosas para archivar. Trocar los objetos de estos menesteres es el síntoma más claro de la informalidad. Sé de quien archiva virtudes, tira al cesto su trabajo y se pone a trabajar con los siete pecados capitales, como herramienta. Pues ése, ése es el radicalmente informal.
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