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Las vacaciones terminaron. ¡Cómo no iban a terminar! Pero una cosa es saber que terminarán y otra saber que han terminado. Lo primero es un temor fundadísimo. La segunda es una realidad sin vuelta de hoja.
Así es que aquí estamos. ¿Dónde estamos? En cualquier parte, puertas adentro. En la Escuela, en el Taller, en el Aula, en el puesto administrativo. ¿Para qué estamos? ¡Ah!, pues eso todos los sabéis...
Más importante es saber cómo estamos. Ahora, al principio, cada uno trae a la Institución su pulso y su ritmo. ¿Cuántas pulsaciones –de pulsaciones de entusiasmo hablo- das tú por minuto, muchacho?
Este mundo de la SAFA tiene su reloj. Reloj grande, trascendental, puntual. Un reloj que exige que todos vuestros relojes –nuestros relojes- vayan al unísono con él, sin adelantarse, sin retrasarse. Y, sobre todo, sin pararse.
No hablo a humo de pajas. El curso es como la cuerda del reloj. Al principio de curso hay que dar cuerda a la voluntad. Y cuerda suficiente. No suceda que, llegado diciembre, nos encontremos con la actividad en suspenso y digamos: “¡Ah!, creía que eran las cinco”, cuando son las ocho y media. No sea que permanezcamos aún dormidos cuando el trabajo de la viña está en su apogeo.
Adaptarse, lo que se dice adaptarse, se adapta uno enseguida. Al principio el curso aprieta como los zapatos nuevos. Pero pronto queda holgado como unas zapatillas. La nueva clase, los nuevos libros, el nuevo profesor, los nuevos deberes, los nuevos trabajos, parece como que nos van a atosigar. Enseguida crecen las nuevas costumbres. Como enseguida crecen las nuevas uñas de la mano, después de cortarnos las antiguas...
Eso sí; las uñas viejas, digo, las costumbres viejas, no hay que arrancarlas a mordiscos. Resulta feo. Hay que cortarlas y recortarlas. Quienes a principio de curso se embarcan de cualquier manera –sin esmero, sin afán de orden, de eficacia, de belleza- en las nuevas tareas, no hacen sino “comerse las uñas”.
La pereza sienta mal. Es un vicio que hacemos, voluntariamente, en nuestra vida. Es un desamueblar.
Pero cuando la pereza –un rato de pereza o un mes de pereza- ha echado fuera los trabajos, resulta que nuestro tiempo, sin nada dentro, se torna insoportable. Nos instalamos, creemos que cómodamente, en nuestra pereza y cerramos todas las puertas para que nada entre a importunar el ocio. Pero enseguida, el aburrimiento se cuela por todas las rendijas y la atmósfera se hace irresistible.
En fin, como veis, al empezar el curso, buenos consejos no faltan...
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