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El niño suele dejar la Escuela a los catorce años. Es un licenciamiento cultural para la mayoría. Cumplen, por así decirlo, “el Servicio Escolar”.
Después, a los veintiuno, viene el Servicio Militar. Entre ambos servicios, sin embargo, se extiende la edad crítica –la más decisiva quizá- del hombre. La más trascendental. Pero, salvo excepciones, el adolescente es un abandonado...
Esto es un problema. Y repetimos que nos referimos a la mayoría. Porque, minoritariamente –aunque cada vez en mayor cantidad afortunadamente- los Centros de Enseñanza Media y Superior cogen, e intentan catequizar para la Cultura, a arte de la juventud. Pero, ¿y los otros, que son más? ¿Y los que salen de la escuela para acomodarse de zapateros, de peones, de recaderos...? ¿Y los que se van al campo con su papá? ¿Y los que se colocan, sin garantía alguna, de “pinches”, o se ponen tras del mostrador de un bar o de una taberna a expender vasos de vino?
Conozco a casi todos los Antiguos Alumnos de nuestras Escuelas de Úbeda. Todos recibieron una buena formación y sin embargo, casi me consta que la mayoría de ellos no van a misa los domingos y que, por supuesto, han olvidado gran parte de lo que aprendieron en la Escuela.
¿Es defecto de ellos? Creo que no. ¿Es defecto de la Escuela en general? Me parece que tampoco. Lo que uno encuentra aquí es el desamparo legal (permítaseme la expresión) en que quedan, respecto de la Cultura y de la educación, los chiquillos que a los catorce años cumplen su “licenciamiento”. Cuando es a los catorce años la edad en que el niño empieza a pensar, a sentir; cuando su mente y sus pasiones se despiertan; cuando surge, en fin, la crisis pavorosa de la pubertad...
Y como se les desampara antes de tiempo, los chiquillos empiezan, en adelante, y durante toda la adolescencia, a recordar la escuela como algo lejano y pueril, como algo que no va con ellos, que no les afecta. Se despegan de sus años escolares, disciplinares, con cierto desdén. Porque la vida, de pronto, se les presenta en toda su crudeza con toda su tentación y con todo su encanto... Y no disponen realmente, de consejeros que les orienten, que les enseñen a mirar la vida con mirada de adolescente. Porque la mirada de niño –con que veían el mundo en la Escuela- ya no les sirve. Y no saben sustituirla, sino con la mirada de... hombre. Se encuentran, de pronto, con que tienen que ser hombres cuando, naturalmente, tampoco están preparados para ello, ni la “mirada de hombre” les sirve poco ni mucho.
Problema de las Instituciones post-escolares: gran problema. Mayor del que parece. Y, ¿cómo vamos a decir que se aborda con decisión? No lo abordamos, con verdad y con eficacia, nadie.
El mayor enemigo de la labor de la Escuela –para la mayoría- no es una persona, ni una cosa, ni un ambiente. El mayor enemigo es el tiempo. El tiempo –siete años- que media entre los catorce y veintiún años. Tiempo en que el muchacho navega por el mundo a la deriva, cuando es la hora –la hora precisa- de preparar, de fortalecer, de embrear, de levantar las jarcias de su nave.
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