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Cuando este número, lector, llegue a tus manos, habrá pasado ya la Navidad. ¿Quién eres, lector? ¿Un padre de familia? ¿Alumno? ¿Maestro? ¿Un profesional? ¿Un aprendiz?... Quien quiera que seas, de seguro que tienes ahora, un saborcillo dulzón en el paladar. Y me refiero al saborcillo del alma, porque el regusto del turrón ya habrá pasado. El regusto de bienestar, de paz, de buena alegría, que las Navidades dejan, dura un poco más. Tanto, que luchas por conservarlo a lo largo de la cuesta de enero como una especie de viático, tú, padre de familia, apuradillo tras los dispendios festivales (ya ves, pagaste dos trampas, te compraste una camisa y comiste gallina en noche-buena...) Claro que sí: regusto amable. Pugnas por conservarlo tú, escolar, aprendiz, estudiante, que te enfrentas de nuevo con la disciplina de cada día tras el efímero jolgorio. Luchas porque no se te evapore, tú, maestro amigo, de nuevo enfrascado de diez a una y de tres a siete en tu escuela, cuidando los detalles importantes –que los chiquillos aprendan a ser buenos y, de paso, todo lo demás, incluyendo la raíz cuadrada-, cuidadoso también de los detalles pequeñitos: el silencio en la fila y la botella de la tinta...
Todos, todos, con el sabor navideño reciente, en medio del frío enero, ¿verdad que acabamos de ventear la pista de la verdadera felicidad? Felicidad: eso que da la paz, la sencillez, la buena conciencia, la ingenuidad, la buena voluntad. Lo que pasa es que la vida diaria vuelve y es pícaro el mundo, y fatigoso el trabajo, y desagradecidos los hombres. Y por eso, tras la euforia navideña nos advertimos otra vez... yo no sé como decirlo.
Pues a eso íbamos. Que el saborcillo amable de bonhomía –de buena hombría- que la Navidad nos trajo, no se nos disipe. Todos los que leemos SAFA estamos más o menos emparentados con la Institución de la Sagrada Familia. Seamos padre de alumno, estudiante, maestro, protector, carpintero, oficinista, aprendiz de tornero..., todos en cierto modo, nos acogemos a la protección de la Sagrada Familia, la protagonista de la Navidad. Quiero decir que para nosotros –en la medida de lo posible- debía ser Navidad todo el año. Que nosotros, siempre, debiéramos comulgar en el “espíritu de la navidad”. El espíritu de navidad, lo sabemos, es comprensión, generosidad, mutua ayuda, bondad. El espíritu de navidad es delicadeza de todos para todos.
Ojo. Que la Navidad no se nos evapore –a nosotros, los de la SAFA- así como así. Nobleza obliga. Nombre obliga.
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