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En cualquier escuela –como en cualquier grupo humano- existe una gradación manifiesta de talentos. En cualquier escuela, hay niños inteligentes, niños sabihondos, niños mediocres, niños torpes y niños torpísimos. La escuela se organiza, naturalmente, para atender al mayor número y, como éste es el de los mediocres, la enseñanza en principio funciona como si todos los miembros de la misma fuesen así: ni avispados, ni duros de mollera. Y entonces el problema del maestro es saldar el superávit de los unos y el déficit de los otros, con un trabajo, diríamos suplementario, a favor de los extremos –la cabeza y la cola de la clase- una vez que su función ordinaria ha sido cumplida.
Lo que voy a decir no sé si escandalizará un poco a algunos pedagogos, pero yo, puesto a analizar tipos de la escuela, no encuentro inconveniente en afirmar que el torpísimo no tiene por qué ser redimido enteramente de su carácter. Que aprenda, si puede ser, lo fundamental y basta.
Porque si nos empeñamos en que asimile cosas que no reclama su escasa capacidad mental, no logramos sino que se instruya a medias. Y esto es lo peor que podemos hacer por él. En todo caso, “sacaremos” de la escuela un tonto presumido que es el colmo de la tontería. En cambio, un torpe puede no ser “tonto”... No sé si me explico... Quiero decir que un torpe, consciente de su torpeza, está en condiciones insuperables para ser discreto, que es todo lo contrario de tonto. Conozco a bastantes sujetos que, a pesar de haber sido en la escuela de los últimos, luego, en la sociedad, hacen un buen papel porque aciertan –sabedores de su escaso rendimiento- a colocarse en el lugar que les corresponde. En cambio ahí están los pedantes, los cursis y los cretinos. Los cretinos son los torpes que no se conformaron con serlo y aspiran todavía a ocupar, sin mérito, los primeros lugares. Pero los torpísimos que se resignan con su condición, terminan por ser felices. No incurren en tonterías nunca. Y suelen ser simpatiquísimos.
No es la inteligencia el único y mejor valor humano. Por encima de todo, está la discreción. Y la discreción puede alcanzarla cualquiera a excepción del tonto. El tonto, que no es sino el torpe echado a perder, el torpe desviado, el torpe invertido.
Otro día hablaremos de los sabihondos, que se parecen bastante a los tontos.
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