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¿Qué es la feria? La feria es una cosa que da vueltas... Como si la vida lineal, simple, de las ciudades, se pusiera a jugar de pronto a una epilepsia grotesca. Como si los planos normales de las cosas se curvaran, súbitos en un espasmo barroco de alegría... Todo da vueltas en la feria: el carrusel, la rueda de la tómbola, la pareja de baile, la campanita de la cucaña. Hay una borrachera jocunda en las cosas de la feria: músicas que atropellan a otras músicas; griterío de luces de color que se ríen de la Luna, tan sola, tan desairada en lo alto de la noche..., zarandeo de pasiones, vorágine de ruido.
Las cosas de la feria tienen su alma. Unas veces, las cosas traen a la feria su disfraz carnavalero; otras, muestran la sinceridad de su verdad desnuda. Siempre, un poco exaltadas por el alcohol de su borrachera, nos brindan vertientes inéditas de su personalidad.
LOS PITOS. Lo primero que admira de la feria es su magnífica cosecha de pitos. Entre el follaje enmarañado de los ruidos, un florecer fertilísimo de pitidos: pícaro alpiste musical, sembrado no sé por qué quién, triunfante ahora en la colaboración espontánea de la feria...
Pitos de todas las especies. Clásicas flautas de madera, de rudimentaria respiración branquial. Pitos aristócratas —primos hermanos de los globos— con su pulmón de goma, con su lamento dengoso de niño rico... Pitos acuáticos de caña que juegan a jilgueros y de pronto, en lo mejor del canto se quedan sin voz... Pitos metálicos, unánimes, obsesivos; y las «armónicas» que guardan cada nota musical en una caja distinta como si fueran caracteres de imprenta. Y los «pitos sirena» de las atracciones; pitos gigantes, pitos antediluvianos, que parecen contemporáneos de Diplodocus y del Mastodonte.
El torso entero de la feria picoteado de pitos. Pitos que acuden, que se ahogan como mosquitos en el vinazo espeso de la feria.
LOS FAROLES. Dan ganas de celebrarlas en voz alta, dan ganas de decirles una de esas tonterías líricas que circulan por ahí en moneda de piropos...
Ya sabíamos que la bombilla era la más femenina de las luces, la más coqueta, la más esbelta, con sus turgencias maravillosas de cristal. Pero hasta que la hemos visto vestida de gitana, en la feria, no hemos sentido ese arrebato espumoso, esa explosión amorosa del pecho que empuja afuera los tapones del silencio y se desborda como un champaña elegante... La bombilla ha venido a la feria vestida de gitana. ¡El farolillo verbenero es el traje de gitana de la bombilla!
Todas las bombillas vestidas de gitana, alineadas en la feria, danzan ese compás que les marca el viento.
Algunas, escondidas entre el follaje de los árboles, parecen dríadas temblorosas, acogidas en la espesura, como temerosas de la persecución de un fauno.
EL CASTILLO. El Castillo: primer tecnicolor con fondo de estrellas; primer frivolidad del fuego. (¡Oh, el fuego religioso, el fuego sagrado, el fuego ritual!) ¿No marca el fuego, tan antiguo —primogénito de los inventos— un hito en la Prehistoria? ¿No enciende su fulgor en el atrio de la Civilización? ¿No anuncia su aurora al Progreso? ¿No fue robado al cielo? ¿No representa la primera conquista arrancada al pedernal del Misterio por el eslabón del Esfuerzo?
Pues he aquí el castillo. He aquí el fuego solemne contagiado de la borrachera de la feria; he aquí el fuego dando vueltas también; gritando, por los cuatro costados, interjecciones de pólvora: manchado su color prístino, su color unánime, con los siete pecados: reo de los siete colores.
El castillo: fuego de repostería, fuego de «boudoir»; fuego que se ha mirado al espejo.
Una función de fuegos artificiales es al fuego primitivo, lo que un parterre es al bosque.
LA MÚSICA RONCA. No se sabe donde cogió la gramola de la barraca ese catarro tan fenomenal. Quizá de ir de feria en feria, de pueblo en pueblo, sin un día de descanso, expuesta a todas las lluvias, a todos los vientos, a todos los ralentes. Lo cierto es que de año en año se nota como hace progresos esa bronquitis aciaga.
Empezó la ronquera sospechosa hace tres temporadas, cuando «la vaca lechera». Hace dos años, «los angelitos negros» terminaron de fastidiarle la garganta... Y el año pasado, después de oír el «No sé por qué te quiero» uno esperaba de un momento a otro la expectoración, la expectoración de la gramola...
Esta feria, «María Dolores» nos hace temer un fatal desenlace. Y será una lástima, porque cuando la gramola bronquítica enmudezca, la sustituirá un tío con una bocina al lado de ese cartel que dice: «Entrada, dos pesetas»... Y será peor.
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