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Después del 9 de septiembre —cansancio de quedarnos sin la Virgen de Guadalupe— Úbeda se encierra en su paréntesis de Septiembre, antes de prorrumpir en su parrafada jocunda de la Feria y Fiestas de San Miguel. Metida en su paréntesis, Úbeda prepara el discurso de su oficial alegría. Si el otoño, detrás de la esquina de San Miguel, no preparase al mismo tiempo su sinfonía de viento y lluvia... Hay una carrera forzada, un «sprint» del Otoño y de los Gigantes para ver quién llega primero. Casi siempre llegan a la par. Pero luego hay una componenda generalmente; un «trato», un gitaneo.
—Bueno; dos días de lluvia, dos, con tal que no sean los días de corrida —chalanea la feria.
—Veremos, veremos; «trataremos» de complacerte —exclama el otoño.
Pero hay veces en que Octubre se olvida de sí mismo y deja de hostigar a la feria, esa osada, esa fronteriza de ojos verdes... Y la feria, junto al alcázar mismo del otoño, pasa revista a todas las ilusiones jóvenes sin que ningún temporal gamberro la moleste.
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