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A primeros de agosto, poco más o menos, el calor suele tomarse unas pequeñas vacaciones. Caen unas gotitas de agua por la mañana, sopla un airecillo potable después y, como hablar de calor en esta época es indefectible, al encontrarnos en la calle con el primer amigo, le decimos:
—Vaya hombre, hoy parece que hace menos calor...
Y el amigo responde enseguida:
—Como que hoy es la cabañuela de enero...
En las cabañuelas, por los visto, están los resortes de la meteorología... Son una especie de «publicidad». Cada cabañuela es algo así como un cartel anunciador.
Claro, naturalmente, no hay quien se fíe de la «publicidad». A pesar del SER-VE-TI-NAL... SER-VE-TI-NAL... de la Radio, no hay demasiada gente que crea en el Servetinal... A pesar de las veintiocho gotas que han caído en la cabañuela de enero, nadie se entusiasma demasiado ante la perspectiva de un invierno lluvioso, de un invierno como Dios manda...
¡Quién tuviera la fe de Jeromo! A Jeromo le cuesta ser escéptico el mismo trabajo que le costaría pronunciar la palabra «escepticismo».
Jeromo cree en las cabañuelas:
—Ahora —dice Jeromo— hay que esperar las «retornas»; como no llueva el «Día de la Virgen» que es la retorna de abril...
Jeromo se irá a la tumba creyendo en las cabañuelas; ¡admirable!, claro. Vd. y yo, lector, nos iremos a la tumba creyendo en los boletines meteorológicos: ¡no menos admirable!
ANSELMO DE ESPONERA
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