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Creo que fue en 1941. ¿Cuántos años?- Hagan la cuenta. Recién terminada la guerra, "yo y mi circunstancia" (quizás más la circunstancia), me aconsejaron que debía hacerme Maestro. Perdonen que empiece hablando de mí, pero (como decía Unamuno), la persona que tengo más cerca soy yo mismo. Además, la cosa viene a cuento.
¿Tenía entonces , quien a Vdes. se dirige, vocación de maestro? No lo sé. Ni siquiera sé bien, todavía, qué es y en qué consiste la vocación. Me parece que, precisamente, las circunstancias, tanto como la propia voluntad, son factor determinante de una vocación, sea cual fuere.
San Juan Clímaco, en su tratado "Escala espiritual", reiteradamente citado por nuestro Azorín, escribe que algunos granos de trigo, caídos al desgaire, arraigan mejor que otros cuidadosamente depositados en el surco, precisamente porque el éxito de la germinación es resultado de innumerables antecedentes, entre los que el más importante no es, ni mucho menos, la voluntad del sembrador.
Bien; iba a que, allá en 1.941, cuando las circunstancias me trajeron al Magisterio, terminados los estudios previos, hubo necesidad de efectuar el período obligado de prácticas escolares. Y, entonces, otra circunstancia también, hizo que en el Grupo Escolar de El Alcázar de Úbeda, me pusiera a las órdenes de Don José Rubira Ruiz.
Don José Rubira Ruiz, señores, fue mi Maestro de Prácticas. Él me ayudó a atravesar el dintel y a penetrar en el umbral del Magisterio. Él me tomó de la mano y me enseñó el pan con que se come todo esto. Él me hizo vislumbrar unas aficiones, y me dio no se qué lupa para que con ella mirara dentro: dentro de mi vida, para ver qué clase de hombre soy; para, a la vista de esa información, programar y proyectar esa parte importantísima de la vida que es el propio oficio.
Imaginen Vds., pues, con cuanta satisfacción intervengo yo hoy en este acto de homenaje y en este ofrecimiento que cordialmente le dedicamos.
Don José Rubira, entonces, en 1.941, era tan joven como hoy. Conozco a pocos hombres tan constantes como este. Constante su fisonomía, constante su psicología, constante su bondad, constante su inteligencia, constante el color de su atuendo, el talante de su mirada, el tono y el timbre de su voz. Constante, también, su juventud.
Yo, señores, cierro por un momento los ojos y me imagino a Don José Rubira en su escuela del Grupo de "El Alcázar", en la planta de arriba, conforme se sube, a mano izquierda. Penetro en el aula y veo a Don José con un guardapolvos sobre su traje gris marengo. Tiene un puntero y señala en la pizarra unas frases. Sus ojos vivaces resplandecen bajo su frente ya entonces aureolada por un pelo entrecano. Don José Rubira, se dirige a los chiquillos en un tono más bien coloquial. No grita. Hay que advertir que allá en 1.94l, los Maestros gritaban desaforadamente en sus aulas respectivas, quizás porque acabábamos de atravesar un tiempo vociferante y beligerante. Ni grita, ni se desencuaderna ante sus muchachos.
¿Hay algo peor que un Maestro que se desencuaderna, que pierde la compostura, el gesto, la corrección, delante de sus discípulos? Primera lección que yo aprendí de mi Maestro en prácticas, Don José Rubira Ruiz: no desencuadernarse jamás.
De otra parte, las dotes pedagógicas de Rubira, desde el tiempo en que yo le conocí, han tenido siempre el coeficiente de una eficacia. ¿Saben Uds. definir al buen Maestro? Yo tampoco.¿Saben Vds., exactamente, qué hay que hacer para educar bien? Yo tampoco. Ya sé, ya sé, que surgen definiciones de la Educación y del Maestro, por el Norte, por el Sur, por el Este y por el Oeste. Ahora bien, estimo que hay que huir de cualquier petulancia. Nadie ha agarrado por el asa el secreto del éxito pedagógico. Todos tomamos la pedagogía por el borde, la agarramos de lado, y, frecuentemente, se nos resbala. Quizás porque la pedagogía no tiene asa. Quizás porque la pedagogía no es ni ciencia del todo, ni arte del todo, ni técnica del todo. Quizá porque su complejidad es tan grande y sus condicionamientos tan numerosos, que no cabe dar con la fórmula mágica. La enseñanza y la educación -perdonadme la imagen- son como el arroz. Hay infinitas maneras de hacer el arroz. Lo importante es darle el punto preciso. Pero cada paella tiene sus ingredientes y cada cocinero su intuición. ¿Recetas pedagógicas? No es fácil creer en ellas.
Don José Rubira Ruiz, aderezó siempre su labor escolar con las mejores especias. Viéndole actuar se aprendía. No alardeó nunca -creo yo- de teorías más o menos librescas. Tampoco ha sido uno de esos Maestros exclusivamente "prácticos". No. Don José tiene una cultura muy humana, y yo diría que muy jerarquizada.
Atención. Uno de los defectos de nuestro tiempo es que no se atina a jerarquizar los valores y los conocimientos. A distinguir lo más importante, de lo menos importante. Abundamos en libros y en textos escolares profusos y difusos. Bonitos y con poca enjundia. Tipográficamente perfectos y con escasas ideas. En muchos Maestros sucede igual. Dan una buena fachada y luego carecen de patios y de habitaciones interiores. Bueno; es achaque común este: todos, más o menos, presentamos al público nuestro escaparate y nuestro balcón y nuestro escudo. Pero luego quien entra dentro de nosotros, más que salas encuentra pasillos, más que patios, escaleras. El nuevo urbanismo de las casas de pisos, nos ha contagiado a todos los hombres una psicología angosta, sin espacios holgados interiores, sin anchura para el pensamiento, para la plegaria y para la canción.
Yo me pregunto: ¿No es hoy misión principal del maestro, trabajar por la consecución de una vida interior de sus alumnos? Pero no: más que nada, metemos conocimientos -muebles, como diría Miguel de Montaigne- dentro de cada chiquillo. Y colocamos mal los muebles, colocamos mal los conocimientos. Y no podemos movernos entre ellos. No nos sirven de ayuda, sino de tropiezo. Es que no sentimos -repito- la necesidad de jerarquizar la existencia buscando un sitio para cada cosa y poniendo cada cosa en su sitio. Eso,a pesar del enorme aparato técnico de las planificaciones, programaciones, problemáticas y estructuraciones que cada día se nos proponen.
Uno desearía ser como Don José Rubira Ruiz. Lo he deseado muchas veces. Ha trabajado día a día con inteligencia, con eficacia, sin alharacas. Con esmero, rayano algunas veces en el escrúpulo. Con constancia. En épocas difíciles, su ideario humanísimo y cristiano ha presidido constantemente su labor.
Recuerdo siempre la oración de los niños de Don José Rubira, cuando yo era maestro de prácticas, ante el crucifijo de su clase. Era el tiempo en que el crucifijo, recién repuesto en las escuelas, tras la época revolucionaria, era lo más importante de la escuela.
Siento mucho decir que, en esta época de confusionismo, la Religión en la Escuela empieza a constituir no ya una disciplina -que eso sería algo- sino una nebulosa. Y de eso tienen culpa, en buena parte, bastantes conductores de la vida espiritual. Y más vale no meneallo. En tiempos difíciles -digo- el ideario religioso y humanísimo de Rubira imprimía talante, estilo y fuerza a su labor escolar.
Es otro ejemplo que a mí, siempre, en mi vida profesional, me sirvió de mucho. Rubira nunca cambió la onza de oro por calderilla. No es nada educativo desperdigar, repartir menesteres discordantes, gastar pólvora en salvas. ¿Diré que Rubira ha sido a lo largo de su vida profesional, hombre que ha distinguido el grano de la paja-? ¡Cuánto lleva ganado un Maestro desde el momento en que ayuda a distinguir a sus alumnos el grano de la paja! Y hay que decir, hay que repetir que hoy, en plena reforma educativa, aumenta alarmantemente, espantosamente, el número de docentes y de discentes que no aciertan en esto. Ni se distingue el grano de la paja, ni se usa de la aventadora. No se es realista. Rubira en educación fue siempre realista. Ser realista es componerse de manera que se tenga siempre el pie en el suelo. Y digo el pie y no los pies, porque los dos pies en el suelo no se pueden tener siempre. Como decía un humorista famoso, con los dos pies eternamente plantados en el suelo, no se puede uno ni poner los pantalones. Ser realista, si; pero sin exagerar.
De otra parte, ya que estamos con los símiles agrícolas, hay que decir que Rubira , sembrador excelente, es, asimismo, un trillador magnífico. Porque la educación es, también, trilla. Yo no tengo especiales teorías pedagógicas. Yo aquí -perdonadme- soy un poco escéptico y un mucho ecléctico. Pero aquello del "Método machaca", que podía constituir un desafuero pedagógico, aplicado a grandes dosis, será siempre de una inequívoca ortodoxia aplicado en las debidas proporciones.
¿Otra virtud pedagógica de Rubira? El sentido de la perspectiva. Los ojos de Rubira, siempre avizorantes, saben acometer la realidad desde muchos puntos de vista. Así es, señores, cómo llega la experiencia. Un Maestro de experiencia, es un Maestro que no se fía de la visión de un instante y de la mirada de un momento. Un Maestro con perspectiva, es un Maestro que mira continuamente y consigue así la visión total -sin parcialismos y sin fragmentaciones- de los problemas y de las cosas.
Tengo que terminar. Tengo que felicitar a Don José Rubira por su constancia juvenil, por su labor sin cansancio, por su igualdad de ánimo, por su felicidad familiar, por sus éxitos profesionales. Tengo que agradecer a Rubira la iniciación de mis primeros pasos pedagógicos. Tengo que manifestarle, finalmente, mi profunda gratitud por su trabajo destacadísimo en el Colegio Nacional "General Franco", en el que, por jubilación, cesó el día 13 de Mayo de este año.
¡Muchas gracias, Don José Rubira, y que Dios te lo pague todo!
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