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CHARLA DE FINAL DE CURSO 1968/1969

Juan Pasquau Guerrero

en Conferencias. Junio de 1969

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Señor alcalde, autoridades, padres de familia, queridos compañeros, niños...

Me pregunto por qué es obligado -casi como de paraliturgia escolar- que en este acto de fin de curso alguien tenga que pronunciar unas palabras o leer una cuartilla. Porque quizá lo más elocuente en estos casos es callar y dejar que, por dentro de cada uno, transcurra la procesión de cada uno. Yo, ahora mismo, me imagino las de los aquí presentes.

La más risueña procesión que va por dentro hoy, es -no cabe duda- la de estos niños que vienen a recoger el diploma que premia su comportamiento. Están ahí, más o menos calladitos, pero su ilusión es estallante y alborozado el repiqueteo de sus corazones.

Día grande para ellos, que puede significar quizá el comienzo de una voluntad forjadora de metas cada vez más altas. Pero tampoco es desdeñable la "procesión" que va por dentro de los padres, porque ver a un hijo -carne de nuestra carne y alma de nuestra alma- en trance de victoria, es un placer que nos hace sentirnos más padres, doblemente padres. Felicitación sincera a diplomados y familias.

Otras procesiones desfilan por dentro hoy. La de nosotros los maestros, por ejemplo, en la inminencia de las vacaciones. Procesión alegre también, pero con un rezumo de melancolía. Juntos hemos estado en nuestros Colegios, en nuestras Agrupaciones, y ahora suena el momento de la "diáspora".

La memoria de instantes felices, de logros profesionales, de satisfacciones, se mezcla con posos de pequeñas amarguras. Pero hoy, en la lejanía, todo se une y confunde en un matiz hasta cierto punto nostálgico. Y ¿quién mejor que cada cual sabe si su labor en el curso que termina respondió o no a su propósito de cuando, hace diez meses, el curso comenzó?

Nuestra profesión es cometido de dar, mucho dar, mucho entregar, mucho dedicar. Quiera Dios que todos, al hacer nuestro balance, encontremos un superávit en nuestro oficio de dar y que nadie se sienta deficitario.

También, ahondando en el pensamiento de los aquí presentes, yo advierto el desfile de una triste procesión. Es la de los recuerdos hacia los ausentes; concretamente, ahora, por reciente, el recuerdo, necesariamente emocionado, necesariamente agradecido y necesariamente doloroso, de nuestro inolvidable José Antonio Fernández Pastor...

Sí, queridos amigos. Cada procesión que va por dentro, tiene su color. Y todas juntas nos invitan a la reflexión. Matizada reflexión en la que los sentimientos encontrados nos invitan a un equilibrio sereno, espiritual. Es justo -y bello y hasta pedagógico- enseñar que es una orquestación la vida, en la que no hay punto sin contrapunto.

En fin; entremos todos en la vacación estival con ánimo elevado. Descansemos, para renovar luego todo lo que necesita renovación. Descansemos para seguir, con fuerza, conservando lo que no puede llevarse ningún viento pasajero.

Ahora sólo me resta, en nombre de todos, agradecer a nuestro Alcalde su interés demostrado hacia la Enseñanza Primaria, cada vez con perspectivas más amplias y halagüeñas en nuestra Ciudad; y deciros: ¡Feliz verano 1.969!