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(Tomado “grosso modo” del cuaderno de un chiquillo)
El maestro ha preguntado por Fausto y por Vilches. Son las once y media
- más de una hora de clase ya - y Fausto y Vilches no han venido todavía a la escuela. La cosa, verdaderamente, es grave. Grave para Fausto y para Vilches, porque hay quien asegura haberles visto subir, tan tranquilos, tan campantes, nada menos que por el Rastro, al tiempo que iban a dar comienzo las clases.
Se pasó lista, se rezaron las oraciones, se explicó la máxima del día. Y Fausto y Vilches sin venir... Se dio la lección de Gramática, le preguntaron a Charneco y no dijo ni pum... Pusieron de rodillas a Parra, llamaron la atención a Justo... Las once y media ya, y Fausto y Vilches sin venir. Esto se pone mal, ¿verdad?
¿Qué castigo les impondrá el maestro? ¿Un cuatro? ¿Les dejará sin recreo? ¿No tomarán merienda? Quien sabe si todo quedará arreglado con una guasca de las buenas. Pues vaya que como se entere el Padre Hermoso... Pues mira que si se chivan al Padre Serna...
Al fin la puerta se abre. Ya está aquí Fausto. Ya está aquí Vilches. Vienen colorados, como de haber corrido mucho. Fausto trae la chaqueta llena de polvo. Vilches viene con toda la cara arañada... Se llegan temerosos a la mesa del maestro. Traen unos estupendos ramos de celindas. Y rosas. Y margaritas.
¿Qué les hace el maestro? Pues resulta que el maestro no les hace nada. ¡Vaya unos jambos! Ya iba a castigarlos por haber hecho novillos; pero, cuando ha visto las flores...¡Son para el altar de Mayo de la Virgen! Estando cogiéndolas el pobre Fausto tropezó y no se ha dado en la cabeza de milagro. Y Vilches se ha caído en una zarza; por eso viene arañado.
Total,que el maestro los ha perdonado. Verdaderamente el altarcito está hoy más bonito que nunca”.
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Sí; es verdad. (Ahora oímos al maestro). En el mes de las flores, hay que tener mucha paciencia. El día que se arregla el altar, es un día de padre y muy señor mío. Todos quieren ir a su casa por unos floreros, o por un mantelito, o por unos candelabros... Sobre todo a los chiquillos les entusiasma ir a por capullos. Pero claro, ni todos traen floreros, ni todos consiguen los capullos. Muchas veces nos conformamos con las amapolas... Luego, a lo largo del mes, vienen los estropicios y las discusiones. “Que no fui yo, D. Juan; que fue Zorrilla que me empujó... Que este niño me ha echao la culpa porque me tiene rabia. ¡Pobres jarrones del altar de Mayo de la escuela!.
Si; paciencia, mucha paciencia.
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En cambio, es tan bello, es tan agradable, es tan dulce, tener un altarcito de Mayo en la escuela...
Siempre la Virgen está en la escuela, siempre debe estarlo. En todo tiempo la invocamos; en todas las épocas acudimos prestos a Ella. Pero ahora, en el mes de Mayo, la Virgen está en la escuela de una manera especial. Es como si pasara una temporadilla con nosotros, muy cerca de nuestros afanes, sonriendo indulgente a las travesuras de los chiquillos, recogiendo complacida sus humildes obsequios de cada día. (...Esas papeletitas dobladas que cotidianamente se depositan en la bandeja, en la que a lo mejor hay escrito: “Oi no gugaré a la pelota”). En el mes de Mayo, la Virgen está todavía más al lado de los niños. Les oye decir la tabla, los ve hacer cuentas, se ríe cuando dicen la lección a tropezones. Está allí mismo,junto a la mesa del maestro,en su pequeño altar, y... ¡qué niño, mirándola, se atreverá a ser malo, malo de verdad!
A la hora del Rosario, los niños rezan; rezan quizás sin mucha atención, probablemente distraídos. Pero la Virgen, desde su altar pequeño, escucha, no deja de escuchar...
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