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El padre Gómez no era un “profesional” de la simpatía; se veía enseguida que la suya no había sido elaborada expresamente en ningún laboratorio de las “buenas formas”. ¿No se han encontrado ustedes, muchas veces, con esas sonrisas de fábrica que, a lo mejor, se quedan heladas –fracasadas e inservibles- en medio del rostro, cuanto más se esfuerzan por parecer? La simpatía del padre Gómez no era un producto estudiado: era un subproducto espontáneo. Un subproducto de la Gracia...
No; no habéis tenido, muchos de los que esto leéis, la suerte de haber conocido al padre Gómez. Es lástima. A los hombres como él, de la talla de él, hay que apresurarse a conocerlos. Si no, se corre el peligro de llegar demasiado tarde. Como en este caso.
El día 18 de marzo, por última vez, el P. Gómez recorrió en su moto los veintitantos kilómetros que median entre Úbeda y Linares. Era un camino que pasaba casi a diario. Necesitaba recorrerlo a menudo, porque el dinamismo era un imperativo categórico de su razón. Lo era desde el momento en que él, un día -¿hace quince, veinte, veinticinco años?- ancló su vida en Cristo. (Cristo es así: cuando los hombres se aquietan en él, hace Cristo de los hombres catapultas. Todos los apóstoles lo saben...).
En Linares, como en Úbeda, el padre Gómez tenía asignada su heredad. Tenía, en una y otra ciudad, su campo apostólico por cultivar. ¿Los métodos de laboreo del padre Gómez? Primero, tensaba en la oración su alma; luego, buscaba, en lo hondo, sus instrumentos de trabajo. Cuando hay apóstol, todo se convierte en instrumento de trabajo, desde el estudio hasta la moto, desde la lectura del libro hasta la conversación intranscendente; desde el sermón hasta la sonrisa. Lo importante es que haya apóstol. (Y cuando el padre Gómez, se ponía a cultivar su campo –el campo del Señor- ya su simpatía cordialísima y humana, sin apenas él darse cuenta, había hecho la mitad).
Resulta que el 18 de marzo de 1959, había sido un día como todos los suyos. Trabajo, trabajo y más trabajo. Con alumnos y con obreros; en el colegio, en la fábrica, en la calle. Urgencia en Cristo. Urgencia, ad mayorem Dei gloria, era éste, quizás, el lema del padre Gómez. Urgencia, porque el arte –el trabajo-es largo y la vida breve. Urgencia, robando horas a su descanso y reposo a sus ideas. Veinticuatro horas igual que las de los demás días. Sólo que al finalizar la postrera, a las doce de la noche, cuando, después de unas confesiones, el padre Gómez se fue a descansar un minuto ante el Sagrario, Cristo le trajo súbito, en un arranque divino, de los suyos, el regalo que más podía apetecer: el descanso eterno. Acababa de entrar el 19 de marzo. Onomástica y cumpleaños del padre. Treinta y ocho años. Una somnolencia extraña en el reclinatorio, y... (Los médicos han dicho luego que una trombosis coronaria. Bien. Dios gusta también de envolver sus regalos. Lo triste es que nosotros del regalo de Dios al padre Gómez sólo hemos visto la envoltura: la muerte repentina. De su valor –ya nos lo previene San Pablo- no podemos hacernos una idea: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó...”).
¿Necrología del padre Gómez? Tendría que ser concisa, sustancial, perentoria y expresiva. Como él. “Ha muerto un hombre bueno”, dijo en sus funerales el Rector de la Compañía de Jesús en Úbeda, R. P. Manuel Bermudo.
En pocos hombres como en el padre Gómez, ha sido dado admirar de una manera más palpable el hermoso ensamblaje de lo sobrenatural en lo natural. Todo un hombre –fuerte, íntegro, potenciado de viril energía, armonioso de facultades- era él. Cuando vemos un hombre así, ¡cómo enardece, cómo estimula, cómo alienta el espectáculo –espectáculo ético y estético al par- de contemplar encajado un cuadro de virtudes sobrenaturales, en el marco de unas virtudes humanísimas! Sabemos lo difícil que es esto. Lo divino y lo humano rara vez se muestran sin solución de continuidad. Lo divino y lo humano no tienen una articulación verdaderamente difícil. Pocas Naturalezas se han ceñido de Gracia, con más naturalidad y con más elegancia –con más gracia- que la del hombre bueno que en vida fue el R. P. José Gómez Martínez, de la Compañía de Jesús, fallecido en la presencia misma del Señor, en Linares, el día del Santo Patriarca José...
[ También escribió sobre el P. Gómez en el epílogo a «Muerto en la brecha. Un apóstol de la juventud trabajadora». Biografía del P. José Gómez, S.J. (1921-1959), escrito por el P. Francisco Lucas, S.J. (Compañía Bibliográfica Española, S.A., 1961).]
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