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Se ha impuesto en Úbeda la Cruz de Alfonso el Sabio a José Antonio Fernández Pastor. Es muy significativo que, en los actos celebrados con este motivo, se haya aludido reiteradamente a las virtudes humanas de este maestro cordial, que ha acertado a cimentar sus virtudes profesionales, pedagógicas, en el más amplio y universal mérito de la simpatía. Porque así como se dice que las virtudes de orden sobrenatural necesitan previamente las naturales y que nadie puede llegar a santo si antes no ha acertado a ser, en plenitud, hombre, con mayor razón, si cabe, hay que pensar que no hay vocación o aptitud egregia –y en cualquier orden- que no sepa o no pueda asentarse, como en base legítima, en el podio común de la comprensión y de la generosidad, hacia los demás hombres.
José Antonio Fernández Pastor, Director del Grupo Escolar de la Sagrada Familia de Úbeda, es un excelente maestro que no tiene “tufillo” de maestro. Las profesiones –todas- hieden cuando en lugar de consagrarnos a ellas, que eso sí que es justo, aspiramos a que ellas nos envuelvan, nos arropen, nos circunden si dejar resquicio vivo a nuestro espontáneo anhelo de universalidad. Así las profesiones llegan a crear usagre. ¿No flagelab Ortega a los “bárbaros especialistas”? Un médico ha de ser médico y un maestro ha de ser maestro con todas las consecuencias. Lo que no puede el médico es considerar el mundo y la vida “subespecie medicinal” (y perdónenme el macarronismo). Y lo que no debe el maestro es mirar el universo entero “sub specie magisteri” (y perdónenme otra vez). Ni el mundo se compone únicamente de enfermos, o únicamente de niños, o únicamente de pleiteantes, o solamente de soldados... Lo de decir, creo yo, “ante todo mi profesión”, sí; pero antes me debo a mí mismo, a mi esencia humana, a mi comunidad con los demás. Si no sé desposeerme, al salir a la calle, de mi bata clínica, o de mi toga, o de mi guardapolvos de la escuela, ¿es que podré ser siquiera, buen médico o buen abogado o buen maestro?
No desorbitemos; las profesiones no son sacramentos; las profesiones no imprimen carácter. Humildemente hay que partir de nuestro carácter humano –humano ante todo- si hay deseo de remontarse en específicos vuelos de índole profesional (...)
Uno cree que los triunfos pedagógicos, justamente reconocidos, de José Antonio Fernández Pastor, tienen muchos motivos. Pero nosotros escogemos éste: José Antonio es un hombre abierto. El maestro, quizás por más razones que cualquiera, ha de ser un hombre abierto, sin pruritos clasistas, sin afán de ser único “como nadie”; porque precisamente, el maestro ha de ser para todos. Pero, claro está que, para ser “hombre abierto”, es preciso, antes, una dosis de inteligencia muy considerable.
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