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(Para el nuevo Sacerdote Don Sebastián Talavera).
Dios, como es simplicidad, no tiene ningún “además”. Además de ser Dios, Dios no es nada...
Por eso las Obras de Dios carecen de ese pórtico sensacionalista de las cosas de los hombres. Estos están retocando siempre sus obras: constantemente están adornándolas de suplementos, como de lazos... No es raro que, a cada momento, surja un “además”, como un perifollo nuevo, cuando alguien que no es el Simple quiere agotar la problemática perfectibilidad de algo.
- Mi cuadro es excelente... Además está dentro de las corrientes artísticas modernas... Además, su color... Además, su técnica... Su composición, además.
Y es lo cierto que bastaría con que el cuadro fuese excelente.
o O o
A su paso por la Tierra, Dios hizo unas obras que no se sabe si sorprenden más por su grandiosidad o por su simplicidad. Así, sin preparación, sin ensayo, en un momento quizás de la conversación con los discípulos, no precisamente en la ocasión más solemne, Dios, sin ningún concurso externo, sin la colaboración aparatosa de nada, “hace” a la Iglesia... Cuando las cosas son hechas por el hombre, necesitan, claro, el refuerzo espectacular, la escenografía imponente o sugestiva que “preste” ambiente o sabor al propósito. Pero cuando las cosas las hace Dios, como las hace Dios, pues YA.
Jesús promulga sentado entre las piedras, posada su mano divina sobre la hierba silvestre del monte. Fluía su Verbo como la palabra de un hombre cualquiera, su Palabra no tenía que hacer ningún esfuerzo para distinguirse de las demás. Ni tenía que peraltarse en ninguna cátedra, ni había de ser, “además”, literaria o retórica, porque era Suya. Y así, fluyente, con naturalidad, sin emociones ni espasmos, sin subitáneos transportes, en una sobremesa no más, Dios instituyó el Misterio. Con toda sencillez, sin barrocas redundancias emocionales, Él lo dijo:
- Haced esto en memoria mía.
Quizás nosotros hubiésemos preferido que la Tierra y los Cielos hubiesen elaborado una sinfonía de acompañamientos para estas Palabras; que los Apóstoles se viesen levantados ebrios y atónitos, o dramáticos de ademanes jubilosos; que hubiesen temblado de gozo o de sorpresa las entrañas viejas del Mundo... Pero, ¿para qué? ¿Qué cosa iba a poder AÑADIR el Mundo a la Palabra que lo hizo?
Al Sacerdote –sólo a él- le ha sido concedida esta Comunicación de la Enorme Sencillez de Jesucristo. Nada más que el Sacerdote tiene el privilegio de la Transcendencia en voz baja, de la Sublimidad en la simplicidad..., que esto es la Transubstanciación...
Una garganta como todas, la del Sacerdote; unas palabras corrientes y una hostia de trigo. Nada más. Sin “además”. Sobra cualquier escenografía; no da ni quita esta o aquella ambientación.
“Hoc est enim Corpus Meum”. ¿Cabe algo más simple? Y allí viene Dios. ¿Cabe algo más enorme?
He meditado, amigo Sebastián Talavera, en la desnudez de la Palabra Divina, cuando tú, tembloroso, alzabas la Hostia en tu Primera Misa. Después he querido dedicarte un artículo encomiástico... Mira qué tonto soy... Dios va a ser todos los días dócil a TUS CINCO PALABRAS SUYAS... ¿Puedo añadir yo un ... “además”?
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