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Se nos va Don Agustín Serrano de Haro, Inspector de Primera Enseñanza de Jaén . Se nos va a Granada. Si intentáramos hacer una apología - harto merecida - de este maestro de maestros, ¿no dedicaríamos también un importante capítulo a sus libros? En ellos , sabe siempre poner un fervor que habla directamente de alma a alma. Cuenta y persuade al par. En todas sus líneas hay un estilo de interés inflamado de amor. Es eso: Serrano de Haro, en sus obras ha conseguido interesarnos en lo verdaderamente importante. Nunca ha sido un sofista. Siempre ha agarrado la realidad por las agallas - como el hijo de Tobías al pez - hasta lograr abatir lo que en la realidad hay de desdeñable y hasta conseguir utilizar lo que en la realidad hay de aprovechable.
Quiere Serrano de Haro hacer pensar, reflexionar. Y con su ayuda, la reflexión tiene, de una parte, un tono lógico, y, de otra, un tono de alta sensibilidad. Es decir que , para persuadir al lector - niño o adulto - informa de los datos y de los hechos y luego, con sutilidad, con elegancia, lo lleva todo al centro del corazón.
En su reciente obra “La Escuela Rural”, don Agustín se nos muestra literario y poeta; poeta y filósofo. Es todas estas cosas sin él proponérselo. Quizás por no proponérselo. “Para pensar, no penséis,”, decía, poco más o menos, paradójicamente, Goethe. Que surja el pensamiento libre y espontáneo, como una criatura gozosa de Nuestro Señor, añadía... De igual manera, y con más razón, la poesía no se elabora, no es un producto de manufactura; brota impensadamente, libremente, naturalmente. Así en don Agustín. Cuando dedica su obra al maestro rural, no se propone, formalmente sino alentarle, guiarle, adoctrinarle con sanos consejos y eternas enseñanzas. Pero cuando hace esto, sin él mismo darse cuenta, sin perseguirlo, la hiedra poética se enrosca a sus conceptos y surge el arabesco delicado, sutil, de esta o aquella metáfora junto a la sólida argumentación de sus conceptos. Muchos poetas profesionales -que me perdonen esto de “profesionales” - buscan denodadamente el efecto lírico, sin darse cuenta, quizás, de que la lírica es solo eso: un efecto. Don Agustín, no; don Agustín busca, en sus libros, la verdad y la justicia... y encuentra la lírica por añadidura.
Pero Serrano de Haro, que tiene libros para el maestro, ha escrito también libros para el alumno, para los niños. Recordaréis esos títulos eufóricos, limpios, que les dedica. “Hemos visto al Señor”, “España es así”, “Cristo es la Verdad”, “Un regalo de Dios”... Ya solo el enunciado supone una promesa. Una promesa moral y estética - alianza maravillosa ésta de la moral con la estética - que se va cumpliendo, que se va confirmando a lo largo de cada una de estas obras. Como se dice de las poesías bucólicas de Meléndez Valdés, que parece percibirse en ellas el olor del campo, ¿no os huelen estos libros de don Agustín, a niño? ¿No transpiran un aroma de pureza, de sencillez, de gracia, de alegría?
Difícil misión la de escribir para los niños. Difícil, porque el niño, que carece todavía de sentido crítico, es, sin embargo, todo él, pura sensibilidad. Y es más fácil conformar a la crítica que impresionar -impresionar vivamente - la sensibilidad. Se ha hablado y se ha escrito muchas veces sobre la “difícil facilidad” . Una como segunda naturaleza, barroca y redundante, ahoga casi siempre en nosotros, cuando nos ponemos a hablar o a escribir para los demás, esos primeros impulsos nobles, sencillos, de la naturaleza, que nos llevan por el camino fácil. Desvirtuamos el origen de las cosas en nuestro afán de ser originales. Pues bien, cuando se escribe para los niños, esto no es posible. Si les queremos impresionar con fuegos artificiales de retórica, no adelantaremos nada. No hay sino el camino directo, el fácil - el tópico, si queréis - , para llegar a su corazón. Y esto, claro, es muy dificultoso. Porque hasta existe el peligro de una sencillez fingida, artificial, de laboratorio. Y la sencillez no brota sino del corazón. Hay una sencillez hipócrita, como hay una humildad hipócrita, calculada. Y esta no sirve para los niños... La sencillez de los libros de don Agustín, su “difícil facilidad”, sirven, porque tienen su manantial en el corazón.
Se nos va don Agustín Serrano de Haro de la provincia de Jaén. No podremos olvidar al maestro de maestros. Y lo repetimos: siempre que se haga la merecida apología de su personalidad, ¿no se dedicará también un capítulo principalísimo a sus libros?
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