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LA ESCUELA DE LOS MEDINILLAS

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. Nº 7-8. Junio-julio de 1961

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En la plaza de López Almagro, como recordamos en nuestra crónica anterior, se estableció el internado de Úbeda en noviembre de 1943. Las Hermanas Mercedarias, tan vinculadas la Institución en estos tiempos fundamentales, dedicaron su abnegación al cuidado de los internos: fueron sus madres de adopción. Ropero, cocina, enfermería, etc., estaban a su cargo. Pero en el local de la Plaza López Almagro –insuficiente- los dormitorios, comedores y dependencias lo ocuparon todo. Las escuelas hubo, pues, que trasladarlas a otro edificio.

En espera de mejoras ulteriores que la Providencia había de depararnos, se instalaron las Escuelas –cinco grados por entonces- en un caserón de la calle Jurado Gómez, perteneciente a la ilustre familia ubetense de los Medinillas. Antiguo palacio, cuya fachada ostenta méritos arquitectónicos muy marcados, alojó en su interior a nuestras “huestes” durante tres años, de diez a una de la mañana y de tres a ocho de la tarde. Había, naturalmente, de todo en nuestras huestes; niños modelo y... “rabassaires”. Fueron tres años de paciente resistencia, por parte del antiguo, vetusto caserón, al ímpetu –más de una vez desenfrenado- de nuestros alumnos. Ni don Juan García Moreno –destacadísimo profesor de sólida planta y de mentón enérgico- era suficiente para sofrenar los desmanes, más o menos clandestinos, de doscientos chiquillos capaces de subirse a la morera del jardín de los Medinillas al menor descuido. ¡Heroicos tiempos aquellos! Por los Medinillas desfilaron, como profesores, los hermanos Vicente –Eduardo y Antonio-, el astutísimo Juan de la Cruz González Quel, Failde, Salvador Domínguez, Paco Ocaña, Paco Díaz... Pascual Megina, Anguita, Jimeno, Felipe Vela, Lucas Vela, y otros amigos y compañeros que en este momento no recuerdo. ¡Vaya lucha! Los antiguos que quedan todavía en la Institución, los que, contra viento y marea, supimos resistir los malos tiempos, desoyendo la “sirena que perniciosamente halaga” de otros profesionales, que se mostraban entonces reacios a ingresar en el profesorado de las Escuelas..., los que quedan, los que quedamos –pocos- de aquella época, sabemos que la Institución de la Sagrada Familia, nos dio su fruto en la primera primavera. Porque una labor constante, de siembra, de poda, de injerto, de cava, de escarda –labor continuada, sin éxitos espectaculares de gabinete- fue precisa antes de que la primera floración se hiciese ostensible.

Muchos de los alumnos de nuestra Escuela de Magisterio –maestros ya la mayoría de ellos-, en la escuela de los Medinillas empezaron a forjarse. Ahí está Otálora. Ahí, Fernando Martínez. Ahí, Eloy García Lozano... Y no; no es que hubiera demasiada programación, demasiado método, demasiado empaque pedagógico en la escuela de los Medinillas. ¡Qué va! Ni había tiempo para ello, ni en aquella ocasión era necesario. Pero el afán de trabajar estaba al rojo vivo. Y aquellos chiquillos que hacían de las suyas en el recreo del “Picadero” –el “picadero” de caballos de la antigua casona se habilitaba para patio de recreo-, conmovían en muchas ocasiones por su generosidad y bondad, que no surgían imperadas por externas disciplinas, sino motivadas más bien por una necesidad del corazón: la mayoría eran huérfanos de la guerra que, al fin, en las Escuelas habían encontrado un fermento de Amor.

La Escuela de “los Medinillas”. ¡Vaya lucha!