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EL MOMENTO EN QUE VIVIMOS

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. nº 26 de marzo-abril de 1964

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Una sensación de plenitud sobrenadaba en los Maestros de la Asamblea: hablaban por primera vez de problemas reales de sus ambientes, de esos que aguijonean el alma en los ratos de sinceridad.

Los problemas de Andalucía. Los problemas de nuestros pueblos y aldeas, los que llevan nuestros alumnos a la Escuela cuando van sucios o desnutridos o abandonados o tristes por un padre que quedó sin trabajo o tuvo que emigrar.

Los problemas de la familia obrera andaluza con su vivienda, con su presupuesto diario alimenticio, con su preocupación –o despreocupación- por los hijos, con sus fórmulas cristianas o paganas de educar –o deseducar-.

Ante ese mundo los Maestros de la Sagrada Familia, que lo viven más de cerca que los estadísticos y los sociólogos, no han querido quedarse indiferentes. Y han dialogado sobre su responsabilidad en la hora presente, y han hecho autocrítica de su sensibilidad social y de sus posibilidades y responsabilidades en esos pueblos andaluces donde muchos eluden plantearse los verdaderos problemas con sus verdaderas soluciones.

Para hacerlo con más fundamento han convocado también a hombres sabios, pero escogidos por su sensibilidad comunitaria.

Un soplo de "arriba" los ha hecho más sinceros que nunca para prometerse, dentro del estrecho marco social en que muchas veces se desenvuelven, una acción educadora más profunda, en la convivencia, una influencia mayor en la familia, una conciencia actual de los seriamente que se nos impone el mandato divino de "amaos los unos a los otros" y sus derivaciones últimas en la vida económica y social de las comunidades donde la SAFA se desenvuelve.

En concreto. La SAFA ama a Andalucía; región privilegiada, pero región llena de insatisfacciones y cuyas dimensiones profundas no siempre se conocen.

Los Maestros de la SAFA quieren irradiar, a la vez que evangelio, un espíritu renovador de promoción total humana de las familias de nuestros chavales. Para ello desean ser lúcidos con la realidad que los circunda, y ser inconformistas –por cristianos-, sembrando a su alrededor ideas, sentimientos, criterios, fórmulas también, que nos ayuden a ser mejores, a practicar mejor la convivencia, a defender los derechos de los que sufren, a mejorar –en su doble dimensión espiritual y terrena- la vida de todos.

Y ello sin olvidarse de su vocación de educadores.

Aunque la sociedad parezca muchas veces olvidarse de ellos, y de las dimensiones de la vocación que representan.