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Los mejores viajeros son los niños... Tienen la ilusión en el alma y la virginidad de la mirada. Van cantando, en ruta, indóciles a la fatiga, con un júbilo que irradia fervores, ansias de vida...
El 17 de mayo, infinidad de niños viajeros –niños viajeros de toda la provincia- han convergido en Úbeda. A este vértice espiritual del Santo Reino, han traído, este día los niños, un hálito de esperanza renovadora, un frescor estimulante, una confianza. Llegaban, con sus profesores, en coches, en autobuses, en camiones. A las siete de la tarde, el campo de deportes de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, lugar de la concentración, brindaba un aspecto maravilloso. Enfrente, la sazón de los campos ubérrimos, ofrecía, en el atardecer dorado, una promesa de pan. Pero era más gozosa la promesa de estos miles de niños que se congregaban en el magno certamen catequístico diocesano, presididos por nuestro Excmo. y Rvdmo. señor Obispo. Era una promesa de plenitud espiritual, de granazón genuinamente religiosa...
Ha sido un acto memorable. Todos los pueblos de nuestra provincia enviaban su embajada alentadora, su representación de niños; todos los pueblos habían traído a Úbeda lo mejor de sus disponibilidades: la fe, el entusiasmo, el ardor apostólico. Era el día siguiente del Corpus: Dios-Hostia había procesionado su Amor, entre juncias y plegarias, en el gran jueves. Y reciente la unción eucarística de la gran festividad, los chiquillos asumían en su sonrisa, en su ingenua sapiencia, en su piedad sin doblez, el júbilo enardecido del momento litúrgico... ¿Dos mil? ¿Tres mil niños en el graderío de las Escuelas de la Sagrada Familia de Úbeda? Uno de ellos –de las Escuelas de la Sagrada Familia, precisamente- se puso a ofrecer el acto. El Catecismo –dijo- es vida. Las demás asignaturas que aprendemos en la escuela –arguyó- nos ayudan a vivir; pero no son vida. Ni la Gramática, ni la Aritmética, ni la Geografía, son vida. Sólo las verdades religiosas imprimen carácter en nuestra alma... Estupenda lección la de este niño, cuya intervención fue seguida de un programa selectísimo de homenaje al señor Obispo. Coros, graciosísimas escenificaciones a cargo de párvulos, danzas, discursos... Luego entrega solemne de los diplomas, de manos de nuestro prelado, a los niños campeones del certamen y a los maestros preparadores. A la tribuna presidencial se acercaban trémulos, emocionados, los chiquillos. Luego las dulces monjitas, los maestros abnegados que en un rincón rural o entre el ajetreo ciudadano, habían, día a día, modelado con eficaz sabiduría trascendente, el candor impetuoso de estos escolares... Ya anochecía cuando la palabra amplia, bondadosa, paternal, inteligente, apostólica, de nuestro obispo, el doctor Romero Menjíbar, ratificaba en bellísimos conceptos –que se plasmaban en musicales cláusulas oratorias- la importancia decisiva del “Día diocesano del Catecismo”.
Esto ha ocurrido en Úbeda, uno de los vértices espirituales del Santo Reino, el día 17 de mayo de 1960.Fecha imborrable para el recuerdo de miles de niños. Fecha estimulante porque la celebración catequística que en ella tuvo lugar, tiene fuerza de cimiento.
El Catecismo, un libro tan pequeño. He aquí el cimiento del mundo mejor...
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