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Seguimos con la historia de nuestras Escuelas de Úbeda. La época “de los Medinilla”, glosada en nuestro número anterior, lo fue de transición. Naturalmente, la época de crecimiento. Fue entonces cuando dimos el “estirón”... Empezamos a sentirnos importantes, trascendentes, sí, señor. Nos apuntó la buena ambición. La Institución –perdóneseme la frase- era una institución “con toda la barba”. Y el Padre Villoslada, nuestro director, lo sabía. Grandes problemas, pues. Los problemas de la adolescencia de la SAFA eran peliagudos. Por lo pronto estaba el de la “habitabilidad”. Ni el caserón de los Medinilla, ni los menguados talleres de la Corredera, ni la casa-internado de la plaza de López Almagro, podían bastar. Aumentaban sin cesar los alumnos. ¿Qué hacer? Oraciones y más oraciones. Pero “a Dios rogando y con el mazo dando”. El Padre Villoslada, de ministerio en ministerio, gestionaba y gestionaba. Pero, así, de pronto, no se veía nada claro. Hasta fallaron algunos intentos conducentes a ampliar nuestro “espacio vital”. Al lado del Colegio estaba el edificio del Turismo, de grandes proporciones. El Padre Villoslada le echó el ojo porque, habilitado para Colegio, no hubiera sido grano de anís... Pero la Providencia tenía reservada mejores cosas y, al fin y al cabo, bien estaba el Turismo como Turismo.
Por fin el favor del cielo llegó. El Instituto de la Vivienda adoptó nuestras Escuelas. Gran día el del Decreto concediendo una crecidísima subvención para las obras de nueva planta del Colegio. Gracias rendidísimas al inolvidable D. Federico Mayo y al Sr. Carrero Blanco ¡y al Caudillo!, padrinos generosos, entusiastas, enamorados ya de la Institución. Grandes gracias al Padre Villoslada, que con su celo pertinaz, ardiente, inquebrantable, hizo la presentación de la SAFA, “puesta de largo” y en las altas esferas.
De la noche a la mañana, fuimos famosos. Y en toda Andalucía proliferaron nuestros Centros. Más padres de la Compañía, más maestros, más inspectores, al servicio de la Institución. Viento en popa. Euforia. Alegría.
En lo que respecta a las obras de edificación en Úbeda, había que salvar un obstáculo. Los terrenos sobre los que había de levantarse el Colegio eran propiedad particular, y de distintos dueños, en las afueras de la ciudad, en el sitio denominado “La Zorupa”. Había que indemnizarlos, y ello resultaba costosísimo. Y entonces la Institución encontró uno de sus mejores, uno de sus más fieles y generosos amigos... D. Bonifacio Ordóñez Quesada, caballero intachable, hombre de vigorosa religiosidad, regía por entonces, como Alcalde, los destinos de Úbeda. Y llevó la cuestión al Ayuntamiento: el Ayuntamiento debía sufragar las costosas indemnizaciones a los propietarios de los terrenos. Empeño que D. Bonifacio, consciente del valor de nuestra Obra, de los beneficios que había de reportar a Úbeda, llevó a feliz puerto. La Corporación Municipal, tras reñida discusión, acordó por un voto de mayoría pagar las indemnizaciones. Tengo a orgullo el haber pertenecido como gestor municipal, al Ayuntamiento que adoptó tan acertado acuerdo...
Salvado este obstáculo, no hubo sino comenzar. Fue allá por el verano de 1946. Comenzaron a edificarse los pabellones de los talleres. Cada tarde el Padre Hermoso iba a inspeccionar las obras... Nuestro espacio vital se ensanchaba definitivamente. Continuaremos otro día.
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