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Todos estamos confundidos. ¿Sobre todo los estudiantes? Pues no hay que olvidar, no, a los padres de los estudiantes. Sabemos todos poco. Apenas sabemos nada.
Uno de mis hijos, estudiante de C.O.U., me dice que no ve claro en su vocación. No se decide, vacila en la elección. La verdad es que nunca como ahora se ha hablado tanto de orientación, de vocación, de facultades. Pero son tantas las opciones para el estudiante que se arma el lío. Les debe suceder, seguramente, algo parecido a lo que acaece al lector que quiere elegir dos libros entre cincuenta; elige, entonces, a lo mejor, el que menos le interesa. Si tiene que elegir en cambio dos entre cuatro, es más probable que acierte.
Otro hijo tengo, recién ingresado en la Universidad. A éste no le preocupa la vocación. Parece que ha dado en el quid. Su inquietud es otra. Su inquietud es: ¿Y cuando termine? Antes, terminar una carrera suponía un triunfo. Ahora, no se sabe.
Los problemas se acumulan en la carpeta del estudiante, en la agenda del padre de familia, en el programario del profesor y en la cartera del Sr. Ministro. Todos procuramos estar en nuestro sitio –unos más, otros menos-; pero a la hora de la reflexión oscilamos un tanto. Luego viene el peloteo de las culpas.
Hay una inestabilidad, una incertidumbre, un barullo, en todo esto de la enseñanza, a cualquier nivel. Y, enseguida, nos dedicamos a buscar al culpable. Pero el culpable se diluye en la masa, no se detecta, no es posible encontrarle en carne y hueso. El drama es que todos nos consideramos lo suficientemente culpables... cuando los que opinan son los demás.**
**El Colegio de Licenciados y Doctores de Salamanca arremete de mala manera contra el profesorado de E.G.B. Contesta, como es natural, airado, el profesorado de Educación General Básica. ¿Se sabe ,concretamente y no sólo teóricamente, cómo y hasta dónde y en qué ha de empeñar todos sus afanes el profesor de E.G.B.? ¿Hay límites, hay continuismos entre Educación General Básica y Bachillerato? ¿Y los programas?.
Se discute en todos los estamentos la eficacia de la matemática moderna y la eficacia de la matemática moderna y la eficacia del estructuralismo con vistas a la didáctica de la Lengua. El maestro no sabe bien hasta dónde es maestro, ni el licenciado desde dónde es licenciado. Y ¿qué sucede con el Cuerpo de Directores Escolares? Situación equívoca, difícil y hasta un poco desairada, sin solución satisfactoria a la vista.
Nadie sabe de verdad a qué atenerse. Y está en tela de juicio la misión de la Universidad. Se impone la selectividad para el ingreso en las Facultades, proclaman unos. Eso es un desafuero, estiman otros*. Y nunca falta en nombre razonable que aporta ideas de peso. Pero tampoco falta casi nunca a su lado el demagogo o el inmovilista, que de todo abunda, que con su actuación torpe y hasta maligna, echa a perder las auténticas razones de cada opinión. Y de esta manera las opiniones se convierten en bandos. Y desde el momento en que la opinión se constituye en bando, toda virulencia se hace posible.
El padre de familia es espectador de estas cosas, pero no puede ser un espectador desinteresado. Los líos de la Universidad, los abusos de las empresas editoriales de textos, las disputas de maestros y licenciados, el problema de la selectividad, el de la igualdad de oportunidades (con una igualdad, posiblemente, tan desnivelada), le afectan y le traen de cabeza. Nos traen de cabeza.
Enviamos a un hijo a la Universidad. ¿A qué lo enviamos? No está bien que lo mandemos a la Universidad para que, dentro de tres, de cinco, de seis años, le den un título. El título es nada más un papel. Y si no sale de la Universidad con la mente adulta, el título será nada más el signo –un signo- de la peor de las inflaciones. Pero, de otra parte, si no obtiene el título, ¿para qué le va a servir su carrera? *
Claro; en la vida hay que ser y hay que estar. Pero no se puede estar sin ser. Y no se puede ser sin estar. No es la Universidad, o no es el Instituto, o no es la Escuela, una fábrica expendedora de títulos académicos. De títulos para ocupar un puesto, para estar, para lograr un lugar al sol. No son los centros docentes para la titulitis. Porque lo que importa, como dice el Sr. Mayor Zaragoza, es el ser. Ahora bien; resulta imposible concebir un ser sin insertarse; sin un estabilizarse –valga la redundancia-* en el estar. Porque no de títulos vive el hombre, pero ¿cómo vivirá sin ellos?
Los centros docentes, a todos los niveles, lograrán gran parte de su cometido cuando cumplan su función de hacer crecer dentro de cada alumno su calidad de hombre. Porque puede que, rigurosamente hablando, llegar a ser hombre en todas sus dimensiones, sea algo más difícil que llegar a ser médico, abogado o ingeniero.
Pero la Universidad siempre se ha ocupado además y tiene que seguir ocupándose, de sus específicas misiones y obligaciones. En el fondo esto parece muy fácilmente conseguible, pero quizás no sea así. Lo conflictivo en la educación puede arrancar de que no nos ponemos de acuerdo en cómo ha de ser la enseñanza para que sirva a la educación y viceversa. Porque, sobre todo después de la agitación cultural de última hora –y de la “nueva cultura” se habla y se escribe mucho- se borran aquellos perfiles nítidos que siempre definieron a la educación, que nada tiene que ver con los conceptos que de ella siempre se tuvieron.*
También la Pedagogía vacila en los métodos de enseñanza , porque la nueva situación del mundo, empujada por la futurología, postula ideas sobre la caducidad de una enseñanza que no va a servir en el siglo XXI. Se ha dicho ya que pronto cesará la cultura de la letra impresa, para dar paso a culturas más o menos fílmicas, audiovisuales y electrónicas, en las que muchos logros de nuestro mismísimo siglo de las luces van a quedar en puros anacronismos. ¿Y entonces?
Por supuesto, a la explosión del alumnado, a la masificación en los centros docentes, se une la explosión de conocimientos. De veinte años acá –he leído- hay el doble de cosas que aprender. Pero la capacidad digestiva de cada mente no es ilimitada. Siempre tendrán que quedar cosas por saber, cosas que por falta de tiempo no se aprenden. El mayor peligro es que queden fuera las auténticas verdades, la germinal sabiduría. Y que nada más incorporemos al torrente del Saber, todos los abundantísimos conocimientos subsidiarios. Los conocimientos subsidiarios –a esta especie pertenecen muchos de los conocimientos científicos y técnicos- están más al servicio de un estar que de un ser.
No puede negarse. El mundo de la Educación, de la Ciencia, de la Enseñanza, anda muy confuso. Crisis de principio. Crisis al nivel de Centros, de profesorado, de alumnos. Difícil el diagnóstico. Difícil el pronóstico. Muchos médicos de cabecera. Pero está enfermo el médico y quiere ser médico –y quiere recetar- el enfermo. Y el fondo de la cuestión está ahí. ¿Dónde empieza el médico y dónde termina el enfermo?
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