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Si ha sucedido siempre lo mismo que ahora, es cosa que no podría alcanzarse fácilmente; de todas formas el fenómeno es característico de nuestra época. Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” recoge, no sin ironía, ese hecho. Al auscultar la realidad mundial contemporánea, hace notar el caso, alarmante, de una preponderancia manifiesta del hombre masa en todos los eventos de la vida social. Y buscando motivaciones suficientes a tal inversión jerárquica, señala el pensador español como eminentemente sintomática esta apreciación: No existe actualmente, entre los hombres, “vocación intelectual”. Todas las manifestaciones espirituales están mediatizadas por el interés. Ni se ama a la ciencia por la ciencia ni a la verdad por la verdad, ni al arte por el arte. El entusiasmo –fuego sagrado para el alma- no arde sino en las marmitas de las cosas materiales. La vida intelectual ha llegado a subordinarse a la vida vegetativa...
Claro que, como casi todas las realidades eficaces, esta realidad desorienta con una apariencia contraria. Se dirá: Pues si tanta aversión hay ahora hacia los afanes del intelecto, ¿cómo cabe interpretar esta pululación extraordinaria de estudiantes que en nuestros tiempo se introduce?* -¿íbamos a decir invade? ¿íbamos a decir asola?- las Universidades, los Institutos y las Escuelas Superiores? ¿Es que nunca como ahora han existido en alguna parte tantos profesionales del estudio que han dado a sus vidas una orientación a todas luces intelectual?
No soy yo ciertamente –pecaría de ridículo y de pedante si lo hiciera- el llamado a constatar el escaso (completar)* de los jóvenes universitarios. De todas formas me parece que son más los que aspiran doctores que los que aspiran a doctor. Y en cualquier aspecto que se considere la cuestión estimo que aquí, como en tantas otras cosas “el profesionalismo por el profesionalismo” ha dañado, no sé si irremediablemente, a “la afición”. Una afición que se desconcierta escéptica cuando ve que los profesionales del estudio desdeñan olímpicamente toda afición al estudio.
¿También el espíritu tiene “mercenarios”? En tiempos de Juan Luis Vives, éste humanista se impelía obligado a sentenciar: “Hay que saber; pero no para que se sepa que se sabe”. Entonces la vanidad podía ser la palanca que alza-primase el esfuerzo intelectual. Pero hay algo peor... Hay algo peor que la vanidad del saber: es la ganancia del saber, el “modus vivendi” por el saber.
No hay “amateurs” de la ciencia. ¿Los hay de la poesía? No hay ciencia pura... Y cada uno hace como esos futbolistas que empiezan jugando ardorosamente, con entusiasmo, en “su” equipo del pueblo, para terminar aburriéndose, malográndose quizás, en el equipo de primera división.
Cualquier estudiante tiene su vocación. ¡Qué lástima que renuncie a su vocación en aras de la profesión!***Toda vocación, si no quiere naufragar, ha de atarse –diríamos crucificarse- a los mástiles de su destino. Y, como los compañeros de Ulises también, tapar sus oídos a toda insinuación comercial. Al fin y al cabo, existe el peligro de que las especulaciones económicas acaben con todas las demás especulaciones...
Y tenemos, para colmo de males, las “oposiciones”. Probablemente nada daña tanto al intelecto, a la Cultura, así, en abstracto, como “las oposiciones”. No se sabe más por el hecho de haber aprobado unas oposiciones, como no se está mejor alimentado por el hecho de haber comido demasiado un determinado día. La mayoría de los que van a las oposiciones se atiborran de conocimientos, mejor o peor hilvanados, con el propósito deliberado de, caso de aprobar, “no volver a mirar un libro en toda la vida”. Es lamentable. Durante dos, durante tres, durante cinco meses, se estudia pantagruélicamente, día y noche, a todas horas, sin descanso.
Se estudia olvidando que el estudio tiene también su fisiología y su higiene. Se estudia “a destajo” y “de una vez para siempre”. Y así naturalmente, viene el odio al estudio, así se le aborrece para siempre. * Luego, cuando ya se han aprobado las oposiciones, cuando ya se es profesional, para nada importa estudiar, porque para nada importa saber...
Y sucede que el aprobado podrá parodiar a Juan Luis Vives: “Hay que estudiar, no para saber, sino para que se sepa que se supo”. Que se supo. Porque en gran * parte de los casos, el que aprobó sus oposiciones, cuando ha pasado cierto tiempo, no sabe otra cosa sino que supo...que supo mucho aquél día de los exámenes, a fuerza de noches en vela, de café y de “simpatina”. Después se le fue olvidando poco a poco todo aquello. Y se hizo el propósito de “no volver a mirar un libro en toda su vida”.
Yo no sé si habrá muchos inteligentes. Lo cierto es que hay sólo unos pocos intelectuales y muchos, muchos, infinitos “filisteos”. Y es por todo eso.
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