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DON JUAN MALDONADO

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. Nº 32, marzo-abril de 1965

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Hay en la Institución hombres que son de ahora y que son, también, “de otros tiempos”. Fundadores, hace veinticinco años, pero todavía en actividad, en eficiente y fecunda actividad, que siguen produciendo, rindiendo, con formidable entusiasmo. He aquí –por ejemplo-, a don Juan Maldonado. En agosto de 1940 se entregó a la Obra. Pronto, pues, va a cumplir sus bodas de plata con la misma.

Su primera actividad, en Alcalá la Real, se ciñó a la Segunda Enseñanza entonces establecida en aquella ciudad, y después fue designado por el Padre Villoslada para la dirección de nuestras Escuelas en Villanueva del Arzobispo donde, además de las clases, organizó los primeros talleres de la Institución. En octubre de 1943, por expreso designio del Director de las Escuelas, se encargó de la fundación de un nuevo Centro, Baena, que tuvo lugar el 4 de noviembre de dicho año. Como Director de este Centro, donde se cursaban estudios de Segunda Enseñanza y Primaria, desarrolló una labor de gran envergadura pedagógica y social, de amplia repercusión en la ciudad cordobesa. En Baena permaneció hasta el verano de 1949 en que fue trasladado, también como Director, a las Escuelas de Linares. En esta populosa ciudad jaenera, don Juan Maldonado, intensifica su misión polifacética, siempre potenciada de inteligencia y entusiasmo. Se inauguran entonces en la misma ciudad unos talleres magníficamente dotados y la influencia de las Escuelas en la vida linarense se hace cada vez más ostensible. En Linares permanece do Juan Maldonado hasta 1963, si bien cesó como Director del Centro en 1954. Y ahora, en el curso 1964-65, este Maestro ejemplar, maestro de maestros, puntal eficientísimo de la SAFA, trabaja en el recién inaugurado Centro de Granada, con el mismo celo, con la misma fe, con igual enardecimiento que el primer día, hace veinticinco años.

Esta ha sido la labor de don Juan Maldonado; expuesto queda, a grandes rasgos, lo que don Juan Maldonado ha hecho en la obra. Pero, ¿cómo es Juan Maldonado? “El estilo es el hombre” y el estilo de Juan Maldonado es la abnegación. Diríamos que constituye su coeficiente moral. Así, su radical tensión generosa y austera ha sabido declinarse siempre, en nuestras Escuelas, con actividades apostólicas de toda índole, en una gama prodigiosa que va de las más humildes tareas –hemos visto a Maldonado toda una tarde clavando puntas encima de una silla en sus tiempos de Director de Linares- a las más egregias. Uno cree que el secreto, la clave, de la actividad de este Maestro modélico reside en su profunda, arraigada, íntima religiosidad. Hay, quizás, muchas maneras de ser religioso... Hay maneras cerebrales, un poco inútiles probablemente, a la hora de la verdad, de la eficiencia. Asimismo, hay modos de religiosidad muy sentida, muy cordial, pero escasamente cimentada en principios e ideas. Y es que un estilo de religiosidad no se improvisa. La religiosidad, cimentada en la auténtica piedad, hay que estar fomentándola siempre, a cada instante, con personal esfuerzo indeclinable.

Con frecuencia se habla –con notoria impropiedad- de antiguos y de modernos cristianos. Y con una manifiesta injusticia se asigna a los antiguos el remoquete de la “beatería” y a los modernos se les ilumina con el marchamo “progresista”. Pero lo cierto es que los hombres genuinamente cristianos saben adaptarse al tiempo que viven con flexibilidad de ánimo y con optimismo, sin que ello signifique una transigencia dolosa –dolosa y dolorosa- de sus altas verdades. Beatos –en el peyorativo sentido de la palabra- hubo en el estilo antiguo y en el estilo moderno. Fervientes caben, de igual forma, en todas las modalidades. Juan Maldonado es, a nuestro juicio, un auténtico ferviente de los postulados que la Institución de la Sagrada Familia entraña. A tales principios ha dedicado, con singular abnegación, los veinticinco años mejores de su vida en pleno rendimiento, a todo gas. No vamos aquí, en esta crónica a vuelapluma, a canonizarle porque esta es otra cuestión; no vamos a decir que Maldonado sea un santo –o un “santón”- de la SAFA. Lo que sí tenemos que afirmar –y aquí las cifras y los datos cantan- es que su aportación a nuestra empresa ha sido fundamental y decisiva, por su continuidad y su celo. Es uno de nuestros puntales y justo es reconocerlo y proclamarlo. Actualmente, la Obra de la SAFA admira a propios y extraños. Su edificación es sólida y parece garantizada contra... vendavales. Es bueno, pues, comprobar la firmeza de sus cimientos. Y ensalzar la generosidad de sus trabajadores en la hora prima que, a la hora nona, prosiguen labrando la viña con el mismo, inusitado, fervor. Así, Juan Maldonado.

(Naturalmente, nuestro propósito es continuar en números
sucesivos la noticia y glosa de la labor de otros no menos
esforzados trabajadores de la viña...)