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EDUCANDO, QUE ES PRESENTE (Comentarios de textos)

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 18 de junio de 1974

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“Entre Tayllerand y Napoleón
la diferencia es pequeña,
pero es el todo”.
(André Maurois)


En este tiempo de números, de grandes cantidades, de escasas calidades quizás, vencer por la mínima diferencia parece que no es vencer. Pero es la victoria ceñida sobre un adversario difícil la que, auténticamente, da categoría y mayor gloria al éxito. La buena política, como el buen fútbol, ganan más meritoriamente cuando ganan por la mínima... Hasta en estética, la calidad viene de la mínima diferencia. ¿Hay demasiada distancia entre unos bellos ojos y unos ojos feos? Igual es la composición, la forma, el tamaño. Todo reside en la pequeña distinción del matiz, del color, de la expresión. Y ¿qué abismo cuantitativo puede existir entre el cerebro de un genio y el de un hombre vulgar? Parece que más bien escaso. El todo de la diferencia entre el tonto y el imbécil radica en la calidad. , la calidad no se mide, aunque de forma indirecta haya válidas pruebas psicológicas que contribuyan a acusarla. La calidad es el todo para la valoración del hombre. Ahora bien, la calidad no tiene sitio material; no hay alvéolo para ella, como lo hay para la llamada muela del juicio.

Sospecho que la educación ha de proceder siempre en busca de la calidad escondida de cada persona. Pienso que, en lugar de cantidad de conocimientos o de caminos, la educación busca la última diferencia de cada uno, para destacarla y peraltarla sobre el género próximo que embrida el individual salto o el único estilo que yace en los fondos del temperamento, del psiquismo y del espíritu del educando. Creo que la educación personalizada tiende precisamente a eso: a hacer que el hombre no se pierda en los múltiples y socializados caminos que la educación standarizada y comunitaria le puso delante siempre. ¿Para qué? Es necesario que usted sea usted y que yo sea yo. Entre usted y yo hay una pequeñísima diferencia, pero es esa “diferencia de decimales” la que, de verdad, nos hace distintos. Porque no somos enteramente opuestos (todos nos integramos y hasta nos igualamos en los enteros: parecidas ideas, iguales pecados, casi los mismos afanes); pero, sí somos absolutamente distintos (por la creencia –que ya es una simple idea-, por el estilo de las pequeñas reacciones ante los estímulos del ambiente, por el color del amor o del desamor y hasta por la manera de la sonrisa). Quien dijo que a los cincuenta años cada uno tiene ya la cara que merece es que acertó a comprender cómo en las mínimas diferencias del gesto definitivamente hecho ya a un estilo de mirar, de sonreír, de pensar, de admirar, de comprender o de desdeñar, está ya todo el hombre.

Así es que educando, que es presente. Y no gerundio. Porque, ¡cuantas veces, en realidad, hemos hecho de la educación un enfático, y al par rutinario, gerundio! ¡Que desconsiderandos inútiles a la hora de educar, de lanzar a un hombre ‘Que retóricas, que altisonancias! El gerundio mira demasiado a derecha e izquierda. Lo que decimos o hacemos en gerundio está condicionado siempre por el ambiente, por lo que rodea, por lo que acompaña; así hablamos: “teniendo en cuenta que...” “sabiendo que...”, “viendo que...” Educar en gerundio es buscar para el alumno la vereda, el camino real o.... la trocha de cabras de una adaptación que se trague, desvíe o destruya el auténtico “camino que se hace al andar”. ¡Nada de adaptación! Maldita palabra de moda. Estimo que, al revés, la educación implica un proceso de inadaptación.Ni usted ni yo ni nadie estamos bien educados si no nos hemos encontrado a nosotros mismos –el yo único que cada uno es-; y si no nos hemos encontrado a nosotros mismos es porque nos condujeron nuestros educadores con demasiada prisa, con escasa paciencia, con nulo talento, para que transitásemos “cómodos”, por la carretera real o por el camino de cabras. ¡Que comodidad! ¿Comodidad de recortarnos al gusto de la mayoría imperante? Eso, más bien, sería una abdicación. Porque no estaremos de verdad cómodos si nos vamos de nosotros, si cada uno es.

Por eso a educar que es... presente. Educar con el hombre real y efectivo (no con el considerado en considerandos) a la vista. En este sentido educar no es sino ayudar al “todo” de los caracteres personales, mínimos quizás en apariencia, pero trascendentalísimos. Claro, eso sí. En toda educación ha de aspirarse a convertir en jardín de verdades y fragancias y ventalles lo que empieza, probablemente, en inculto bosque o temida selva de egoísmos, vulgares instintos o carnívoras pasiones. Porque cierto que toda educación implica una domesticación. Pero debiera siempre partirse de la base de que... no hay dos selvas iguales. Ni dos jardines idénticos. Si cada cual está en el deber de convertir su campo salvaje en ameno huerto, ha de saber antes que clase de huerto es posible desde su campo.

Al educar y al educarnos, de otra parte, podemos proceder con torpeza, aspirando a demasiado. Otro error posible de ahora. Es otra cuestión.