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EN LA MISMA HORA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 9 de marzo 1972

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«Tráfico» es película que por lo visto —por lo leído— acaba de tener éxito en Madrid. «Tráfico» traduce a la risa el drama del hombre y sus inventos. A la misma hora de la proyección de la cinta, Zubiri trae a colación, en un acto de homenaje a Asín Palacios, el tema de la «apuesta» de Blas Pascal. Zubiri encuentra en el árabe Algazel planteada ya la cuestión. Y ¡qué cuestión! Bueno; ya ustedes saben. Si en una mesa de juego tiene importancia poner veinte duros al as de bastos, ¿cómo hay hombres, cómo hay gentes, impasibles ante la «carta» de Dios? Blas Pascal aconsejaba dramáticamente apostar la vida en la opción de la fe. Pero aquí está Sartre. A la misma hora en que Zubiri recuerda a Algazel, a Pascal y a Asín Palacios, Alfonso Sastre anuncia su versión de «Los secuestradores de Altona» de Jean Paul Sarte y Sastre, al alimón, recordarán, en un teatro madrileño, a unos centenares de espectadores, que la condición humana (en «Los secuestradores» se rememoran una vez más los crímenes Nazis) «no está todavía en condiciones». ¿A la misma hora? Pues a la misma hora ya estaba Nixon de vuelta de Pekín. Y todos estos acontecimientos ocurrirían un poco antes o un poco después de que Camón se pusiera a escribir, en su velada, una artículo acerca de San Juan de la Cruz: «Miel pura su poesía, melodía de curso enajenador, aromas que en su misma flor se desvanecen». (Lo del estreno de «Tráfico», lo de la conferencia de Zubiri, lo de la adaptación de Sartre, lo del regreso de Nixón y el artículo sobre Juan de Yepes, venían en el mismo número del periódico».

Alguna vez divierte el entretenimiento, algo intelectual, de enhebrar en la misma aguja hilos de vario color. Pienso que trenzando hechos o sucesos distantes y distintos, pero simultáneos, uno logra de la actualidad una óptica mejor. Es compleja, desordenada y difícil la actualidad: no se clasifica en secciones, capítulos o apartados. ¿Qué es la actualidad? Una maraña. ¿Quién la peina? Difícil, porque hace bastante viento. Nunca la actualidad se está quietecita. ¡Ah, si pudiera cumplirse aquello de Albertü: «Primavera bailable, en el espacio estable». Si una actualidad durase más de cinco días habría respiro; pero ¡qué va! Alberti lo sabe: «Brisa en curso de prisa...».

—Vamos a ver, ¿todo esto a qué viene?

Viene a que sería curioso extraer de una actualidad (de la de un día) varios de sus acontecimientos a elegir. Y obtener de ellos una síntesis. Los impresionistas hacían la «mezcla óptica» de los reflejos y de los colores, querían la captación de lo efímero, la visión que «nunca se verá dos veces», en palabras de Monet. Para hacernos cargo del momento histórico, de la actualidad, ¿por qué no seguir el mismo método? No empezar registrando los sucesos uno a uno en sus perfiles congruos, sino constatando reflejos y espejos, provocando el choque de las luces, la colisión de rangos y rasgos (con desgarro, claro). O mirando colores que, al juntarse, ignoran su próximo divorcio. O viendo el cabrilleo de las razones prestadas sobre las verdades, como se ve la banda de luna en la superficie del hondo mar.

Pues sí. «Tráfico» denuncia el tráfago. Y luego, tanto invento que, primero, causa un «respeto imponente». Y luego, tanto invento que, después, da pena. Y al final, tanto invento que da risa. ¿Es ese el drama —más bien melodrama— del mundo hodierno? «Eh —grita el gran Pascal desde su altura— no vayáis a creer que vuestro aturdimiento os exonera de la «apuesta»; no penséis que la espiral de la civilización borra vuestro centro, porque el hombre tiene centro y fondo y peso.» Y, entonces, apostar la «carta» de Dios no es sugerencia de catequesis sino recado que nos viene con sello de urgencia. Pero se interfiere Jean Paul. Sartre tiene una como prisa de denunciar el engaño de temblorosas lunas menguantes sobre la profunda, oscura, ancha realidad. Cree que la única luz, de la Luna llega. Pero la Luna está rota. Está rota porque «en medio del mercado cayó la luna, ¡pin, pon, fuego!, ¡cayó la luna!. ¿Urgencia de Dios, para qué?, pregunta Sartre sin cesar, contra reloj, como «temiendo» que él también va a poder sentir la urgencia algún día. La vida, cree por ahora, es una «pasión inútil»; el cascote de lunas rotas no invita a caminar por encima de las aguas; todo engaña porque todo hiere...

¿De verdad que la Luna se hizo añicos en el mercado porque, como en la canción infantil, la historia eligió en ella un blanco? Pero por si todavía no es tarde, hay una «última hora» que nos enseña la media sonrisa de Mao al lado de la media sonrisa de Nixon. Dos mitades de difícil ensamblaje. Pero ¡a ver si se logra una solución, un pegamento, para la quebrada Luna!

Probablemente, la genuina claridad se atisba mirando lejos, más iejos, después de convencerse de que la Luna no es todavía la Luz. Así, en la actualidad contradictoria y de tumultuoso oleaje, puede brotar el anhelo de la flecha ascendente. Flecha como brújula de Catedral. Por eso, Camón, en su velada, otea constelaciones de «músicas calladas» y de «soledades sonoras». Y escribe un artículo sobre San Juan de la Cruz. Y, ¿no significa esto, también, un gran suceso?

Todo en la misma hora: el drama, con doblaje de risa, del hombre y sus inventos; el timbre de alarma, la evocación de Pascal; el coreado y careado tedio de Jean Paul Sartre; la digestión del encuentro U.S.A.-China; la ventana abierta a las estrellas en el artículo del pensador.

Y claro que hay mil actualidades más en el mismo día, en el mismo periódico. Pero simplificando, reduciendo fracciones, todo se queda en ésto: Tráfico en la oscuridad. Miedo, ruido, risa. Sonrisas para pegar la porcelana rota. Angustias al borde que declaman absurdos. Esperanzas en la orilla opuesta que postulan al Misterio. Cada día tiene su afán y es cambiante y tornadiza la actualidad fugitiva. No obstante, trenzados los hilos multicolores que cualquier jornada devana, siempre, al final de todo meridiano, aguarda la misma pregunta. ¿Apostamos la «carta» de Dios? La opción es inevitable.

Que se cumpla el deseo de Giraudoux. «Que los astrónomos desde el fondo de sus pozos no sean los únicos en mirar al cielo». Estorba, sí, el exceso de tráfico. Nuestros inventos se rebelan como si quisieran reinventar al hombre. Nos maquinan nuestras máquinas. Falta una zona de serenidad para que aparque el pensamiento. Así, ni la Luna rota se va a poder arreglar. Y cada vez la luz —la otra, la auténtica Luz— parecerá más.