|
Parece que, efectivamente, Paul Valery, el célebre autor francés que acaba de fallecer, era, en poesía, un revolucionario. Pero, entendámonos, un revolucionario «a fondo» que daba a sus innovaciones un sentido conceptual, de contenido; no limitándose a introducir novedades de forma, sino aventurando su inspiración hacia inexplorados motivos jamás hollados por la poesía. Valery era al par que poeta un gran matemático; y en lugar de hacer dos compartimentos estancos de estas dos aptitudes suyas, permitía una osmosis ideal entre su estro y su ciencia, una comunicación entre su cerebro y su corazón. Dejaba que Polimnia, la musa lírica, transitase, ¿por qué no?, por el desierto, el temido desierto, de la «aridez matemática». Y así el autor francés, halló nuevas cuerdas a su lira. Caso sorprendente: Polimnia en vez de naufragar en el océano racional de la Trigonometría, encontró el camino abierto, en inéditos periplos de ventura, para magnos descubrimientos espirituales...
Poco más o menos el poeta, así en abstracto, ha sido evaluado siempre como un sentimental, como un «profesional de corazón». Por algo se confunden, corrientemente, los conceptos de poesía y romanticismo. De ahí el prejuicio tópico de una supuesta incompatibilidad entre la inteligencia y la lírica; de ahí la tradicional inquina entre las emociones y los versos, como si la precisión y la certeza délas ciencias exactas quitasen méritos o echasen por tierra el castillo —¿castillo en el aire?— de los ensueños. Indudablemente, en contra de esto, antes que Valery otros han hecho lo mismo que él: han coordinado sus actividades poéticas y científicas. Pero en Valery tal entente adquiere caracteres de sistematización. El autor francés cuando hace versos equidista de Homero y de Euclides. Por eso en él, es imposible confundir poesía y romanticismo: él no es un sentimental, no es un «profesional de corazón». Más bien parece un investigador estratoesférico de la poesía que ha remontado la zona de la meteorología sentimental para insuflarse de «ideas puras» en la serena región de la inteligencia. Región donde no hay vientos ni lluvias, y es invariable la temperatura.
Pero, se argüirá, una poesía, sin intermperencias, ¿qué es?, ¿podrá creerse en la fuerza lírica de un paisaje que carece de accidentes y de altibajos? ¿No es, precisamente, el torrencial impulso de las variabilidades pasionales, el elemento característico de la plasmación poética? Ciertamente, ante el caso de Valery, hombre de una primacía literaria por nadie puesta en duda, nos vemos compelidos a admitir la posibilidad de una «poesía de los sentires de la razón en que el corazón no palpita». Así ha sido definida la poesía de Valery por un contemporáneo.
Pero si no alcanzamos llegar a tanto; si la poesía pura, sin adherencias, sin sabor ácido de personales emociones, no llega a conmovernos; si no sabemos encontrar la vibración de unos versos desnudos de afecciones,- versos cerebrales, de una puridad estricta de esquema o fórmula, en íntimo repudio hacia cualquier redundancia barroca; sí, en una palabra, no podemos olvidarnos del corazón ni sabemos remontar la meteorología sentimental de nuestra alma desprendámonos al menos del inveterado prejuicio que supone un divorcio irreconciliable entre nuestras emociones —la poesía— y entre nuestros conocimientos —la ciencia—. Entre Polimnia y la Trigonometría no es necesario un tabique, no se excluyen, no se repelen. Los pitagóricos eran poetas y matemáticos: amaban sin perjuicio de razonar. ¿Quién sabe la razón última de las cosas? ¿Acaso no palpita una belleza ideal, una estética pura, en la articulación lógica, límpida, inequívoca, de las demostraciones matemáticas? Al fin, todo oculta una médula poética. En el fondo de todas las cosas, vibra un hilillo de emoción metafísica que engarza nuestros conocimientos con la fuente de la fe, que si bien se piensa, es también la fuente de toda lógica. Santa Teresa escribió: «Entre los pucheros también anda el Señor». Y ¿Por qué no ha de andar el Señor —que es la identificación de la Verdad y la Belleza— en el teorema de Pitágoras?
|