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Se pueden tener muchas ideas y carecer de ideal. El ideal es una síntesis espiritual y las ideas, en cambio, apenas pasan de ser los materiales de construcción del pensamiento. Importa conocer la fórmula de reducción a la unidad de las ideas; sistematizar y orientar el pensamiento hacia un polo de convergencia en que se ensamblen y reconcilien en haz uniforme lodos los brotes mentales que surgen, unas veces espontáneamente, otras por percusión, otras por reacción... en nuestra alma; nuestra alma que es como esas tierras de labor excesivamente fértiles; fértiles para la buena siembra, fértiles, también, para la cizaña...
Las ideas son un suministro,un medio siempre, nunca un fin. Querer atiborrarnos de ideas sin elaborar por nuestra parte jugo ideal, es absurdo. Hemos de proceder —esto ya lo aconsejaba un padre de la Iglesia— como las abejas que liban en todas las flores. No podrían producir la miel libando en una sola flor; no hay ideal, tan insulso, tan monótono, que se haya hecho de una sola idea... Pero, claro, la miel, es un producto de selección y las abejas para elaborarla, se sirven de todas las flores, pero no de toda la flor. Muchas ideas, sí, necesitamos para poder abastecernos de ideal. Pero, cuidado, no tratemos de tragarnos «enteras», mondas y lirondas, cualesquiera ideas que nos salgan al paso. Ello puede conducirnos a ser muy cultos, y a reventar de cultura,- pero, ¿a ser sabios?, ¿a producir miel de ideal...?; esto ya es cosa diferente. Los apopléticos de cultura son esos que saben y están conformes en todo momento, con lo que dijo Aristóteles, lo que dijo Platón o lo que dijo Pitágoras, con referencia a tal o cual problema. Saben lo que opina todo el mundo pero ellos, perplejos y eruditos, terminan por no tener criterio. Tienen las ideas yuxtapuestas e Integras en sus buches de hombres inteligentes; inteligentes pero no intelectuales. Porque ser más o menos inteligente no es sino tener las tragaderas expeditas. Al tiempo que ser intelectual consiste en disponer del suficiente jugo gástrico necesario para verificar el proceso digestivo de las ideas. El espíritu tiene también su osmosis (y, claro está, por Dios, que hablamos en metáfora; no se llamen a escándalo los conspicuos varones a quienes los dedos se les antojan huéspedes y ven un «materialista» a la vuelta de cada esquina).
¡El ideal! Qué necesitados nos hallamos la mayoría de los hombres de un ideal. Un ideal fuerte, generoso, amoroso y sinceramente sentido. Tiempo de ideas y no de ideales es este. Unamuno escribía que la ideocracia constituía la más terrible tiranía del espíritu. Se aspira a que el espíritu se someta a la idea siendo la idea cosa tan parcial y limitada. ¿Acaso, además de las ideas, no están los sentimientos? Y las ideas ¿sabemos siempre discernir cuando pertenecen al Reino eterno de la Verdad y cuando al Imperio temporal del Sofisma?
Ahora, es muy frecuente, en todos nosotros escribir: «Azorín ha dicho», «Ortega y Gasset ha escrito», «Unamuno escribía...» Ciertamente, seríamos unos idiotas si despreciáramos o desdeñáramos las ideas de nuestros filósofos, de nuestros pensadores, de nuestros sabios. Pero, pobres de nosotros, si juzgamos de la calidad del artículo, por el marchamo. Antes y por encima de las ideas de Unamuno, de «Azorín» o de Ortega, está el Ideal, nuestro propio ideal. ¿Y a donde está nuestro ideal?
¡Ay Señor! Esto es lo peor. La mayoría de los hombres no tienen ideal. Y, entre los hombres que tienen ideal, son mayoría los que se han equivocado al elegirlo.
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