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No ha mucho, en Italia ha muerto Marinetti. Marinetti representa, en la literatura contemporánea, la más franca tendencia futurista. Dícese que el prurito extravagante de este autor, cuya muerte casi inadvertida no ha correspondido en nada a su vida heteróclita, se extendía a todas las manifestaciones de su existencia, hasta hacerle cometer disparates tales como vestir trajes asimétricos con dibujos absurdos y preconizar, con un entusiasmo rayado en el delirio, la vigencia de los más desastrados usos.
Marinetti, al fin y al cabo, no es sino un caso destacado, un elemento extremista si se quiere, de las modernas tendencias que, unos, con demasiado optimismo llaman «vitalistas», mientras otros, con injustificado desprecio, apostrofan de inservibles y fatuas. El cubismo, el vanguardismo, el surrealismo, el futurismo, aparecen como fenómenos sinónimos de una época rebelde que ha adoptado la «pose» de «romper los moldes viejos», diciendo «non serviat» a todas las normas, estableciendo la jerarquía del capricho revolucionario sobre el orden «legalmente constituido» de la razón. ¿Por qué vestir, por qué usar en los trajes, esos tonos tibios, adocenados, vulgares del gris, del marrón, del azul oscuro? se decía Marinetti. Y se lanzaba a propugnar entonces, una moda de trajes agresivos: rojos, verdes, amarillos, que ofendieran la vista con la pujanza de su originalidad y pusieran una nota viva hiriente, entre el apagado rumor opaco del ambiente circunspecto.
La cosa puede parecer de humor. Pero tiene una raigambre complicada, es efecto complejo de una serie de concausas definitivas que determinan, inexorablemente quizá, esta desviación artística por los cauces de la locura. Cuando la humanidad se decide por el absurdo es, probablemente, porque se han agotado ya todas las soluciones lógicas. La verdad de lo que sucede es que no se puede ser a estas alturas enteramente «original» sin apelar a la extravagancia. La historia a repetido y ha vuelto a empezar, una y otra vez, todos los ciclos artísticos. El clasicismo y el romanticismo, con estos o diferentes nombres, han reiterado invariablemente sus motivos, han alternado sus discrepancias a lo largo de los tiempos, como alternan su oposición el cobre y el zinc de las pilas eléctricas. Y como ya, por la calzada real del sentido común y de la lógica, no existen novedades; como ya «todo está dicho», como ya no quedan maravillas que desflorar... los hombres que llevan en el fondo de su vida como una sed hereditaria, el ansia dolorosa de la originalidad, decídense a explorar rutas inéditas con la ilusión de encontrar un inefable vellocino que les redima, en el arte y en la vida, de las decantadas fórmulas manoseadas, mugrientas. Ni clasicismo ni romanticismo, «sino todo lo contrario». Ni una cosa, ni otra... Y por apartarse por igual de entreambos extremos conocidos, clásicos, los artistas de hoy huyen, con el bagaje de su inspiración bajo el brazo, por los espacios inexplorados de la cuarta dimensión y del sexto sentido.
El surrealismo moderno, pues, ora adopte el tono festivo de «La Codorniz», ora se invista de las prerrogativas trágico-cómicas del futurismo, ora se amodorre en el balbuceo arrítmico del dadaísmo, representan el despecho de una generación que ha llegado tarde, demasiado tarde, cuando ya se ha agotado el filón o cuando ya los comensales han dado fin de las provisiones... En la disyuntiva de repetir perfecciones o crear extravangancias, los modernos prefieren lo segundo. Muy ingenioso debió ser el autor del primer soneto... y hoy un buen soneto es casi imposible por su misma facilidad. Igual en humorismo. Los chistes «tradicionales» nos aburren por lo perfectos; preferimos cualquier tontería de Tono o de Mihura.
Escribía Gracián: «Allá en la Edad de oro se inventaba; añadióse después; ya todo es repetir. Vénse adelantadas todas las cosas de modo que ya no queda que hacer sino qué elegir». Agudamente habló el pesimista Gracián de la originalidad. Ya no queda qué hacer sino qué elegir. Pero los futuristas que no se resignan con todo esto quieren, desean a toda costa su originalidad. Y Marinetti, el rebelde, se erige paladín intrépido del absurdo... Sin querer sospechar que un día le sorprenderá la muerte. La muerte que es la negación de toda originalidad...
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