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Casi es ya frase hecha: «Úbeda, Ciudad de Semana Santa». El origen, como es sabido, se debe a la titulación de un artículo de D. Melchor Fernández Almagro, hace ya algunos años. El ilustre académico hacía alusión a sus recuerdos de infancia en Úbeda y trazaba en expresiones de conciso lirismo el carácter emocional de nuestras procesiones. Luego, consideraba cómo ciertas ciudades españolas, por su carácter histórico, por su tradición, por sus costumbres, por su topografía, por la fisonomía misma de sus calles y callejas, ofrecen un marco adecuado, apropiadísimo, para la conmemoración plástica de la Pasión que las procesiones representan. Y entre tales ciudades, naturalmente, enumeraba a Úbeda.
La frase ha sido repetida muchas veces en esta revista y también en un artículo aparecido en ABC en el que específicamente se glosaban las procesiones de Úbeda. Hoy, complacidamente, la vemos al frente del cartel —espléndido de sugerencias y expresividad— de Domingo Molina, que sirve de heraldo a nuestra Semana Santa de 1964.
Y la frase se presta a la meditación porque, desde luego, implica una responsabilidad. Porque ya no predicamos la Semana Santa de Úbeda sino la Úbeda de Semana Santa. La trasposición de términos es muy elocuente. Quiere decir, poco más o menos, que pertenecemos —en cierto modo— a la Semana Santa, que ella nos conforta y nos informa, aduciendo sobre la ciudad no sé qué título de propiedad...
Implícitamente, decir Semana Santa de Úbeda significa que la ciudad tiene derechos; pero hablar de la Úbeda de Semana Santa, lleva entrañada una apelación a los deberes, puesto que la relación de dependencia se establece de manera inversa.
¿Qué deberes? Quizás, entre los demás y ante todos ellos, el de procurar que la Semana Santa sea no a nuestra imagen y semejanza, sino más bien, nosotros —en la conmemoración de los misterios religiosos— dóciles a su imagen, es decir, files al dictado eminentemente ascético, penitencial, trascendente, que las jornadas de la Pasión de Cristo demandan.
Responsabilidad, insistimos, en suma. Nuestras procesiones, modelo de esplendor, de orden y de sentido tradicional, deben incrementar cada año su significación espiritualista, su mensaje, su ejemplaridad, su «apostolado». De otra manera, existiría el peligro de que los desfiles procesionales, sean cada vez más desfiles y menos procesionales. Si Úbeda es ciudad de Semana Santa, está obligada ante todo a ahondar en su Misterio, a conocer, a saber plenamente lo que la Semana Santa es. Por lo pronto, debemos convencernos de esto: no es la Semana Santa para las procesiones, sino las procesiones para la Semana Santa. No hagamos, por Dios, fines de los medios.
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