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La ceniza es una intuición de la vanidad de las cosas. Bien que ya, en nuestra era técnica, hay como un prurito de eliminar a la ceniza misma. Hasta hace muy poco, en todos los hogares —hogar viene de fuego— el combustible era casi protagonista. Al fin de la jornada, quedaba en los hogares la ceniza como un símbolo, en cualquier caso, de que, un día más, acababa de quemarse. Pero ya, entre el petróleo, la electricidad, y el butano, dieron término al fuego del hogar. Y por supuesto, a la ceniza. Quizás sólo nos va quedando la ceniza del cigarrillo.
Vale la ceniza del cigarrillo. Un cenicero constituye un estupendo punto de meditación. En cierto modo ¿no es una fosa común? ¿No es un destino? ¿No es una… meta?
Porque resulta que los hombres, fabricantes sempiternos de ilusiones, lanzamos cada día a la circulación marcas nuevas de presunta felicidad, labores inéditas para el placer, la diversión o el confort. Unas veces se nos ofrece el placer inocuo con filtro, con censura, para tranquilidad de conciencias escrupulosas. Otras, el placer se anuncia cínico y crudo, despreciando cualquier riesgo. Hay, de otra parte, felicidades caras y felicidades baratas. Pero el hecho es que todo el mundo se fuma cada día, procurándosela como puede, su ración de bienestar. Porque al mundo sigue interesándole eso que aquí no existe: la continua alegría, contante y sonante, de los sentidos.
Y ya se sabe: la felicidad es, justamente, como un cigarrillo. Ni más, ni menos.
Ni siquiera la felicidad que ambicionamos es felicidad, de la misma manera que no es placer —placer auténtico— el de fumar. Es sólo un sucedáneo. Humo. Sería interesante ahondar en la significación del acto de fumar. Yo pienso que, bajo su patente inutilidad, late un germen hasta cierto punto poético. Y no me refiero a la poesía, tan decantada, de las volutas de humo. No. Es que fumamos como quien emplea una metáfora. ¿Hay como una sabiduría subconsciente en todo esto?¿La sabiduría de que la vida es fuego, lento y opaco fuego, que empieza a consumirse cuando acaba de encenderse? Puede hastiarnos la vida a veces, como a veces nos hastía el cigarrillo. Pero no dejamos de vivir. Ni dejamos de fumar. Reposa mucha vanidad en el cenicero. Casi podríamos decir que como en el cementerio. Igual.
Y de ahí resulta que el Miércoles de Ceniza represente, paradójicamente, para el cristiano, una Esperanza. Todo es polvo, ceniza, nada… Pero sobre el cenicero se posa, un momento, una mariposa de luz.
«Vanidad de vanidades y todo vanidad». Ciertamente. Pero existe Dios y por eso, todavía, la asunción del polvo es posible. No se nos pone la ceniza en la frente para sumirnos en ningún nihilismo. Al contrario. Nos la ponen precisamente, para exorcizarnos contra el polvo. Dicho de otra manera, nos «vacuna» el pensamiento para despertar, para estimular nuestra reacción impetuosa contra la nada que acecha. El verso de Quevedo:
«...polvo serán, mas polvo iluminado».
Porque la penitencia es un censo que paga la carne, asegurando su salvación... La Resurrección de la Carne es el total triunfo del hombre. La ceniza, para nuestra Religión, es reversible.
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