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Mis palabras tienen una estatura, pequeña y, de pronto, yo quiero alzarlas para que canten. La Semana Santa de Úbeda es una elevación que han peraltado los siglos... heme aquí ambicioso de que mis elogios –de tierra opacos- se iluminen de transparencias. Es un deseo difícil; comprendedlo. Nuestra Semana Santa está ahí: obra casi perfecta enriquecida, año tras año, por los saldos gloriosos de una piedad y de un fervor colectivo; constante histórica a través de los tiempos que se remonta a Dios sabe que arcaicos entronques germinales. Está ahí, transida y joyante, implicada de música divinales, reclamada de esplendores, y yo, torpemente, con aire desmañado, osado y tímido al par, me acerco a ella y le digo:
-Quiero ser tu juglar.
Pero la Semana Santa de Úbeda, se solivia inquieta y me responde:
-¿Mi juglar? ... Ignoro tus méritos. Habla.
Y entonces yo, atropelladamente, como un enamorado que hace su declaración, azoradamente le cuento:
Debes de conocerme. Me conoces quizá. Semana Santa de Úbeda. Porque tu conmemoración fue un “leit motiv” de mis primeras sinfonías vitales y porque tu belleza, desde siempre, trajo la clave a muchos de mis arcos mejores. Por eso, el piropo caliente se me deshace, se me evapora en balbuceos, en medio de la emoción. ¿No sabías que, desde niño, eres parte de mi vida misma? No se si eran cinco años; no se... De todas formas, las vaharadas de infancia que como a cualquier hombre, de vez en cuando me acometen, llegan ahora perfumadas de ti. Yo era, probablemente, un chiquillo un poco triste, menos alegre que los otros. Entre la niebla se dibujan ya mis añoranzas. Todo lo veo en estos instantes... Mi primera memoria es...
No se si he interesado a la Semana Santa. Por fortuna ella calla y yo tomo alientos para proseguir:
Mi primera vivencia, permanece nítida; no se esfumará jamás. Yo me veo ahora en una habitación de la casa paterna. Desde mi habitación se divisa un amplio corral cercano. Es la hora de prima noche. Yo voy a dormirme... Yo quiero dormirme..., pero a mis oidos llega la triste caricia de unas trompetas. Me han enterado de que pronto entraremos en Semana Santa... Cerca de casa, quizás en el corral que está próximo a mi ventana, los trompeteros de las cofradías ensayan. ¿Qué ensayan? Son unas melodías lúgubres, de unas modulaciones invertebradas. Son unos “lamentos” que los ubetenses saben seguramente identificar; que yo mismo, lograré identificar algún día. Lamentos que claman hasta el paroxismo en “La Caída”; que se rompen, como una estrofa a la que faltase el último verso, en “El Paso”; que asumen sincopas de suprema desolación en “La Soledad”. Ondulantes armonías que nos traen una ráfaga de pasado, como si se desperezase en ellas y adquiriese una turgencia actual, la serpentina descolorida del tiempo lanzado, del tiempo desarrollado, pisado, roto...
Yo me veo en mi habitación de niño, si, a primera hora de la noche. Oigo las trompetas y me dan una impresión de zozobra... Me dan un poco de miedo, como si llegasen de no sé que mundo entrevisto. ¿Qué filtración se opera en mi subconsciente, mientras mis palpados se cierran? Yo me duermo rodeado de una aura de misterio, de un extraño halo melancólico y maravilloso.
-Son las trompetas de Jesús –me dice mi madre sonriendo-. Tu padre, es “hermano”, es penitente de Jesús...
¡Jesús Nazareno! ...Ahora yo estoy, de la mano de mi madre, en la Plaza de Santa María. Tengo un poco de frío... Es muy temprano; debe ser muy temprano. Pero mis ojos, abiertos, ensanchaban su mirada. Hay un bullicio; un hervidero humano que espera. No sé si el sol está ya en la cúpula del Salvador... A uno y a otro lado del palacio del Ayuntamiento, un afluir incesante urgente, presuroso. Y de repente, cuando a lo lejos adivino el sollozo largo de las trompetas, oigo decir por todas las partes: “¡El guión, el guión! “Y la gente se arracima junto a una puerta de la iglesia y aparecen los morados penitentes. Mi madre me toma en brazos y veo que, delante, el primer encapuchado llega tocando una lenta campanilla... Y a uno y a otro lado del penitente de la campanilla, el gentío se aparta, abre paso... y el clamor de la plaza, va decreciendo, decreciendo, decreciendo...
El rumor de la Plaza se apaga y se abre la puerta de Santa María. Se abre, suavemente, la puerta de Santa María y entonces mi madre, como si rezara, en un suspiro dice: ¡Jesús...! Y en la serenidad matinal, hecha silencio, suena una música delgada. Yo miro en las cornisas de la iglesia, quietas, quietas, a las golondrinas. Y cuando vuelvo mi mirada a los ojos de mi madre, veo unas lágrimas... Miserere... El sol está ya en los tejados del Ayuntamiento.
¿He dicho que entonces tenía yo cinco años? Quizás son ocho los que voy a cumplir cuando un Jueves Santo, desde un balcón del Palacio de Montilla, estoy viendo pasar a “La Humildad” Una legión de soldados romanos, con su banda de cornetas y tambores, precede al desfile. Las trompetas de “La Humildad” tienen una resonancia vibrante, tersa, rotunda. No son como las del “El Paso”... En el balcón, cerca de mi, una persona mayor dice de ellas: “Tienen un empaque vagneriano”. ¿Qué es “un empaque vagneriano”? Los penitentes llevan túnicas rojas, capirotes amarillos. Ha anochecido. El fulgor de los hachones pone un fulgor trágico en las piedras del Palacio de Vela de los Cobos... Acecha la curiosidad desde las aceras y un trono de plata se detiene largo rato junto al palacio. Rojo manto de terciopelo y oro cubre las espaldas desnudas de Jesús sobre suntuoso escabel. Se hace un silencio... Detrás, la Banda de Música inicia los acordes de una marcha fúnebre. En un balcón aledaño al que yo ocupo, unas señoras vestidas de negro, lloran copiosa, mansamente. La marcha fúnebre, tiene este nombre: “El Presidente ha muerto”...
Pero seguramente he cumplido ya los diez años cuando un Viernes Santo, en la Corredera de San Fernando, vuelvo a encontrarme, vestido ya de penitente de “La Caída”. Soy –ahora- un penitente chico, un penitente de “en medio del guión”. Encima de la túnica blanca, llevo un peto morado; y en el peto, está bordado el Monte Carmelo. Yo tengo - ¡honor!- una misión, un cometido en la procesión de Jesús de la Caída. He de caminar, cerca del “hermano” abanderado del estandarte. Y mi obligación, es ir apartando los chiquillos que, tozudamente, marchan de espaldas delante de la cofradía... Tengo que impedir que se introduzcan en las filas. Tengo que evitarlo a toda costa y... cuando la procesión llegue a la Plaza de Toledo, habré de soportar el gesto amenazante, iracundo, colérico de un chiquillo de catorce años... Penitente chico de “La Caída”, cansadísimo, me veo en la calle Real, con el cartucho del incensario en las manos, porque yo no sirvo lo suficiente para voltear con soltura el incensario... Penitente pequeño de “Jesús de la Caída” me recuerdo, el fin, en la Plaza de Vázquez de Molina, terminada la procesión, mordisqueando un hornazo. A mi lado, camina mi hermano, penitente grande de “La Caída”.
¿Dije que contaría yo diez años por entonces? No pasaría, no, de mis treces cuando torno a reconocerme en la tarde de otro Viernes Santo, siguiendo entre el pueblo, fielmente, casi tercamente, los itinerarios de “La Expiración” y de “Nuestra Señora de las Angustias”, un tanto opreso el ánimo por el atenazamiento de una íntima, sutil melancolía... ¿Qué me sucede, Señor? A mi alrededor los demás niños se solazan con los “puritos americanos”, y con las pelotas de badana que sujetan al meñique con una estrecha, lengua goma... Hace calor... La Primavera pone una inicial pereza en las cosas. La primavera pone una primavera exultante en las cosas... Tengo sed... En los balcones, hay geráneos; hay sonrisas... Yo noto que mi mirada al Cristo de “La Expiración” es una mirada consciente, una mirada dolorosa. Detrás de la presidencia del cortejo, un aluvión de trémulos gimientes, despeña su catarata musical... El escudo trinitario resalta, negro, en los gallardetes, y brilla una elegancia de rasos en el plegado de las túnicas de los penitentes... Y, a mí, ¿qué me ocurre? Es como un temor de presentida; adolescencia; es como una tristeza sin perfil y sin rices; es... La calidad efímera de las cosas, me atormenta extrañamente. ¿No he estado yo un año aguardando enamorado la llegada de la Semana Santa?... Pero la Semana Santa –son las cinco de la tarde del Viernes- va tocando su fin. Va tocando a su fin y yo acuso la primera revelación consciente de la caducidad de la existencia. Yo ¡ay! ,voy a ser un hombre pronto... ya...
Y he crecido bastante para cuando me encaro de nuevo con mi mismo, en un atardecer cárdeno; situado yo, en lo más empinado de la Cuesta de la Merced. Esta vez, mi traje recien estrenado es de pantalón largo. Hasta me parece creer que en mi voz apuntan ya resonancias de virilidad lograda. Yo grito y uno el clamor de mi garganta, al bronco clamor unánime de la masa enardecida:
-¡Ya es Nuestra!-
Quien es nuestra ya, es la Virgen de la Soledad. La imagen de la Virgen de la Soledad que, sobre su trono, en carrera vertiginosa, inverosímil, ha escalado, a hombros de sus devotos, siguiendo un rito invariable de la costumbre, la cuesta que arrastra del barrio sanmillanero. Un palmoteo atronador brota irreprimible cuando el “paso” de la Virgen se detiene junto al arco mudéjar del Rosal, mientras una melancolía zahería, contagiada de crepúsculos –el “Stabat Mater”- registra los veneros, no agotados, del fervor antiguo. ¡Yo me veo detrás de la procesión, entre una multitud estallante de entusiasmos robustos, rodeado de polvo, arrebatado- calle Montiel abajo, calle de la Cárcel abajo- “por el Stabat Mater! ¡Y yo, inmenso en el torrente sublime que se abre camino entre vivas y asombros, me siento reconfortado por el vino fuerte de la Tradición! ¡Y advierto en el fondo de mi ser un fulgor que se enciende de los más escondidos atávicos, como si los muertos, como si los antepasados todos de Úbeda, soplasen en las fraguas vivas de mi juventud!
Pero los recuerdos se me enredan; yo no puedo evitarlo. Los recuerdos se me complican y... ahora advierto –han pasado dos, tres años más- que en mi rededor hay como un vacío... Es noche cerrada, alta, de Viernes Santo... La procesión general ha terminado y yo, vestido de nazareno, sólo, camino por una calleja tartamudeante... Debe de haber pasado mucho tiempo, mucho, desde mi primer contacto virginal con la Semana Mayor, aquella mañana del Viernes en brazos de mi madre... (Mi corazón va diciendo: “¿Recuerdas?...) Ahora yo, de seguro, debo de ser un hombre... Y mi paso es lento, como desmadejado... Todavía, de lo lejos, me llega el sonido álgido de un cornetín... ¿Es ilusión? ...¿Es realidad? ...La procesión debe haber concluido hace media hora. En la Plaza de Santa María, en comunión de Soledad ya, entre un estertor de hachones consumidos, la marcha del “Santo Entierro” desgranó sus últimas notas dolientes... Ha recorrido la procesión –procesión general- las calles de Úbeda. Expectaciones anhelantes, cuajadas en silencios, llenaban las plazas, las aceras, los balcones. Amigaban los nardos y las rosas con la liturgia, en los ostentosos pasos de luces titilantes. Y las Vírgenes, los Cristos, izaban su dolor escoltado de fragancias. Gemían las trompetas, retinaba la plata de los palios y de los varales; vibraban, con el arpón de la pena en el costado, las saetas. Pero ya, hace largo rato, en la Plaza de Toledo, la procesión general terminó... Cada cofradía, con sus imágenes, se ha dirigido a su templo... Ha vuelto a su barrio la Virgen de la Soledad... Por el Real, por la calle Mesones, por la Corredera, se ha fragmentado, en apresurados desfiles sin lucimiento, en el Dolor de Jesús Nazareno. Parece como si se hubiese doblado la angustia de la Virgen de las Angustias, camino de Santiago... (Y yo le voy diciendo a mi corazón: “Llora”...) La noche pesa como un plomo inmenso, inapelable. El Drama de la Redención, gravita en su descarnada grandeza... Se ha hecho el silencio absoluto... Duerme ya Úbeda, tras la intensa, agobiante jornada...
Yo me veo, si, penitente desolado, por una calleja de la Úbeda venerable. Me veo, desflecado el espíritu, abatido de un sentimiento inefable, difícil, de una tristeza metafísica...; sin ensueño, camino de mi sueño...
Pero tendré que romper –ya es tiempo- esta cadena incesante de recuerdo. Pertenecen sin duda a un pasado que ha ido decantando en mi sensibilidad- me atrevería a decir que en mi carácter- remembranzas imborrables; a un tiempo que ha dejado sus estratos, perfectamente discernibles, en mi geogenia personal. Y, sin embargo, si desde aquí me he atrevido a evocarlos, ¿acaso no es porque transluzco en ellos una índole genérica que, en más o menos, alcanza a cualquiera de los hombres que en Úbeda hemos sido niños, que en Úbeda hemos sido jóvenes? No son míos mis recuerdos, porque, de una u otra forma, pertenecen a todos. ¿Qué ubetense de cualquier condición o clase, al llegar estos días de vísperas, deja de oficiar con su imaginación en la íntima capilla –trascendida de jazmines antiguos- de sus nostalgias de Semana Santa?
Por eso, al interior pregonar las excelencias de nuestra Semana grande, he estimado como mejor título para acometer la empresa, el de un amor que se fundamenta en mi calidad de ubetense y que se manifiesta, en todos y siempre, de igual o parecida manera a través de las generaciones. Amor, que se vierte en moldes comunes; que se orienta en pos de un obligado temario lírico –tópico si queréis, pero insoslayable.
Mi voz, pues, en esta ocasión, no es sino la traducción de la voz de todos los hombres que, como yo, han sentido año tras año en sus almas la erosión de la Semana Santa.
Cabe que quien no conozca la Semana Santa de Úbeda, pregunte de ella: ¿cómo es? ¿qué estilo muestra:¿A qué geografía sentimental pertenece?... ¿Domina la Semana Santa de Úbeda una profunda, genuina religiosidad? O... ¿es sólo una religiosidad histórica lo que en sus celebraciones se hace patente? Úbeda, que tiene el cuerpo de Andalucía, ¿dónde tiene su alma?.
Preguntas algo capciosas pueden ser estas; preguntas que sería difícil contestar. Sí hay que decir que el estilo de nuestra Semana Santa –como el estilo de la ciudad misma- es un estilo autodidáctico; un estilo que se ha formado sin escuela y que, no por eso, ha de presumir que es un estilo... improvisado. Al contrario, nuestra Semana Santa tiene la característica que preconizaría D. Eugenio d ´Ors, de la “obra bien hecha”; acusa, el marchamo de una calidad. Obra que cada siglo, cada época, han ido enriquecidos y prestando sentido, ambiente, alma. Alma, sobre todo. De tal forma, que no podríamos decir que nuestra Semana Santa del 39 acá es distinta a la de antes; a la que acabamos de evocar. Porque si los accidentes han variado, si un esplendor nuevo la ha magnificado después de nuestra guerra de liberación con la creación de otras cofradías y con la superación creciente y estimulante de todas –las antiguas y las modernas-, su índole, a través de las vicisitudes, permanece inconmovible. Y si celebradas imágenes de Benlliure, de Higueras, de Vasallo, de Palma Burgos, de Coullat Valera, de Ruiz Olmos, de Prados López..., lucen ahora en nuestras procesiones, el pueblo, Úbeda, ha olvidado cualquier bache o solución de continuidad que impidiese la soldadura del fervor presente con el que las antiguas imágenes, bárbaramente destruidas, sustanciaban.
El estilo, creo, de la Semana Santa de Úbeda es –permítaseme la perogrullada- un estilo ubetense. Y si algún parecido, si alguna semejanza externa hay entre las procesiones de Úbeda y las de otras ciudades es, cuando no “pura coincidencia”, un efecto obligado de la esencial analogía religiosa y temática que, naturalmente, tiene que existir en estas manifestaciones del culto. Por lo demás, el trascendente Motivo de la Redención, al hacerse entre nosotros conmemoración popular, adquiere un inconfundible sabor propio, un carácter, que excepcionalmente cedería ante cualquier novedad expresa y artificiosamente importada.
Y he aquí por qué, también, la Semana Santa de Úbeda, en sus procesiones, es profundamente religiosa que a un pueblo, como pueblo, puede exigírsele. Porque, claro está, que el fervor no empieza y termina en las procesiones... Pero, sí certísimo es que el presupuesto individual de la piedad de cada hombre por separado debe cifrarse en más altas pruebas que las que las procesiones representa que, cuando hablamos de la religiosidad –y a ella aludimos necesariamente al glosar la religiosidad de un pueblo-, nos referimos, más que a otra cosa, aun nimbo, a un “climax”. Y aquí si que nadie puede negarnos que la configuración comunal de Úbeda, la que llega imperada de con voz ineluctable de su pasado, parece hecha “ad hoc” para impulsar un fervor, ¡Con cuanta razón D. Melchor Fernández Almagro llamara a Úbeda “Ciudad de Semana Santa” . En efecto, nada parece en este pueblo nuestro tan natural como una procesión. Y no vamos a repetir ahora que el marco artístico de Úbeda es insustituible; que hay el trazado de sus callejas, en la paz de sus rincones, en el sosiego de sus plazas, en el modo de sus gentes, un no sé qué que la predispone a cualquier delicada manifestación de espíritu. Todo esto, tan evidente, implica que, aquí, apenas cabe lo inauténtico; que entre nosotros la Semana Santa no es un capricho, ni una ostentación, ni el alarde de unos cuantos, sino la eclosión de todo un pueblo que acaece, cada año, como un deshielo avasallador y luminoso; icomo una efusión de cristianísima belleza que inunda de avenidas cordiales los ámbitos, rezumantes de gloria histórica, de la Noche, Vieja Ciudad!
Y ya, visitante de Úbeda en Semana Santa que tienes la amabilidad de escucharme, solo me resta conducirte directamente, siquiera sea de una manera rápida y entrevistas, a las emociones de nuestros días grandes. Porque ya, a través de unos recuerdos, he querido darte la impresión de aquella Semana Santa anterior al 36 –Semana Santa que vive, que está dentro de esta admirable de ahora, informándola, y recreándola: poetizándola. Y luego, te he hablado de su modo, de su religiosidad. Ahora... ahora, Úbeda quiere mostrarte los guardados secretos de su alma escondida.
No aguardes el Jueves Santo, porque ya el Domingo de Ramos mismo debes de situarte en nuestra Plaza de Toledo para presenciar la salida de la “Entrada de Jesús en Jerusalén”, al tiempo que las campanas de la Torre de la Trinidad –femenina novia esbelta y grácil de la macanuda torre próxima del reloj-, regalen el viento de Abril el madrigal de su impaciencia. Será la inauguración de la Semana Santa y todos los barrios de la ciudad vaciarán su pulpa humana junto a los soportales de la Corredera, inminente la aparición, en la rampa de la iglesia, de “El Señor del borriquillo” Las Palmas alzarán su elegancia mística sobre la multitud, y tu recrearás tu vista en la polifonía multicolor de un pueblo que vuelve a encontrar su limpia mirada de niño, Relampaguearán los clarines, ascenderán a las nubes la ingenuabalandronada de los cohetes, y Cristo, desde su trono profuso de oros, irá repartiendo la dádiva de su pacífico, sereno gesto de amor.
No habrá procesiones ni el lunes ni el martes santo. Marcan estos días una pausa que puedes aprovechar a tu antojo, curioseando por la ciudad en trance de inusitada animación. La conversación será idéntica de tertulias, círculos, corros, corrillos y familias: Cofradías. Si entras en los templos, te toparás enseguida con una especie de Estado Mayor conjunto –mayordomos, camareras, carpinteros, secretarios, herreros y sacristanes- que, entre varales, tulipas, cobres, candelabros, flores y púrpuras, da los últimos toques al “paso” respectivo. En las casas, serás testigo de afanoso quehacer da las esposos, madres, novias e hijas, planchando y replanchando rasos y túnicas procesionales; trajinando en las cocinas con los hornazos; preparando los moldes de las magdalenas o el vinagrillo de los espárragos, manjares típicos, casi folklóricos, de nuestra cocina de “vigilia”...
Aguarda el miércoles Santo que ofrece este año de 1958 una estupenda novedad con el desfile de la “Santa Cena Sacramenta” cofradía que, gracias al esfuerzo casi inverosímil de unos hombres ejemplares, va a incrementar el número de nuestras procesiones. Será una edificante manifestación, de piadoso carácter penitencial acusado.
Y ya el Jueves Santo, visitante de la Semana Santa de Úbeda, no vas a tener ni un instante libre; tengo que prevenírtelo. Porque no será mío el consejo de que te limites a admirar las procesiones desde el balcón. Además tienes que ir al encuentro de ellas; has de verlas desde las calles, en las esquinas mismas donde se congrega el gentío; y debes, si te es posible, verlas salir. Y la primera procesión del Jueves Santo, sale a las once de la mañana. Te sorprenderá el orden, la solemnidad, el fausto de “La Oración en el Huerto”; orden, solemnidad y fausto que observaras repetirse después en cada un de los desfiles... Cuando “La Oración en el Huerto” y “Nuestra Señora de la Esperanza” –verde y blanco en las túnicas de los cofrades- desciendan por la calle Ancha, un sol meridiano reverberará en los cruciferarios, en el áureo bordado de los estandartes... Pero bajo la, luz cenital, clamorosa, se habrá espesado una sombra alrededor del Cristo abatido en cósmicas congojas...
Mantillas en las cofradías de señoras de la Virgen de la Esperanza. Y en las calles. Y en los templos... Puede que, avanzado el día, la Primavera se avergüence de su azul insultante. Y que la tarde, más delicada, se vele de cendades. Será la hora de los Divinos Oficios... Quizás vas a preferir asistir a los de algún convento... Ve entonces a las Descalzas, a las Clarisas franciscanas, a las Carmelitas... Y percibirás cómo una clara fragancia te inunda entre salmodias tenues, entre dulces bisbiseos monjiles que cantan su trémula ansia ante el Sacramento. Pero la sobrenatural gestión eucarística te envolverá igualmente si decides concurrir a los oficios, pausados de liturgia, de las parroquias: de Santa María, de San Isidoro, de San Nicolás... Si estás presente en los de Santa María, verás a la Corporación Municipal bajo mazas, presidida por el Alcalde, ocupando el puesto de honor del templo. Al llegar el momento de la Comunión, los miembros del Ayuntamiento en pleno, se acercarán a la Sagrada Mesa... Y cuando orante en nuestros templos, te acaricie una vez más el sortilegio divino del Jueves Santo; cuando el sacerdote, ante el concurso devoto de los fieles, alce sus antífonas sobre la nebulosa, desleída, querencia del armonium, sentirás cómo una ingrávida ligereza, cómo un ágil impulso de bondad, aflora de tus fontecicas bondad, en los manantiales de los que nuestro fraile Juan de Yepes tantas veces auscultaba el secreto con la vara mística, florecida en poesía, de su canto... el preste entonará el “Pange linguae” y una suavidad pondrá su aceite en todos los goznes de tu alma. Mil cirios callados consumirán su holocausto ante el Monumento y una levedad de Cielo insinuará sus dedos de brisa sobre tu hombro y te dirá: Reza. Y te dirá: Ama.
Al salir de los Divinos Oficios ya la Cofradía de “Jesús en la Columna” habrá traído una compunción a la tarde que todavía soñaba con los nardos. ¿Esperarás su paso en lonja de la iglesia de la Trinidad acordonada de chiquillos expectantes? ¿La aguardarás en el fondo de la calle Ancha, formando parte del espeso semicírculo multidinario que, paciente, acecha el desfile? ¿Desde un balcón de la Plaza de Toledo?... Timbales. Capirotes morados. Túnicas negras. Luto y salmo... “Desconsuelo”...Jesús atado, flagelado, pasará ante su vista inclinando su espalda dócil. Y un niño pequeño, cerca de ti, exclamará:
-¿Por qué le pegan, mamá?
Pero déjate llevar después calle Real abajo, ve, mézclate entre la gente de todas las clases, la condiciones y de todos los tamaños que se encaminan al “Paseo Bajo”, a la Plaza de Vázquez de Molina, para presenciar la salida de “La Humildad”... ya se oye el cesáreo, majestuoso estridor de las trompetas de los soldados romanos. Ya las túnicas rojas y amarillas ponen un fulgor violento, congestivo, en el recinto de la plaza monumental que ha embalsado, en gestas de palacios y de templos, cien glorias imperiales; que ha detenido, con el ancla de sus piedras vetustas, el paso gigánteo de los siglos... Ya suena la “Marcha Real”. Ya está el Cristo de “La Humildad” en la puerta de El Salvador... “Puritos americanos”, mocicas; trajes grises, trajes negros, vestidos rojos, vestidos verdes, vestidos azules, vestidos amarillos... ¡”Apártate neeene...! “”Ya viene el Santo máaama”... Atambores.
Y cuando la “Humildad”, cumplido su itinerario, haya vuelto a Santa María, dedica todavía un poco de tiempo, amigo, a recorrer las “estaciones” torna a aquietar tu espíritu frente al Altar, junto a la otra quietud iluminada de la cera y de los tenebrarios. Será la hora en que todas las cosas, transfiguradas de esperanza, exhalen su casto efluvio sin palabras. Jesús depositará semilla nueva en los fervores dormidos, Insistentemente, rumurosamente, despaciosamente, el buen pueblo de Úbeda irá dejando sus oraciones ante los quince Sagrarios de la ciudad, mientras que, desde el cielo manchado de abril, la Luna de Nisan de presagios pascuales las silentes esquinas de nuestras callejas umbrosas.
Y después, a descansar; porque mañana es Viernes Santo y...
Es Viernes Santo y las siete de la mañana va a salir Jesús. No puedes excusarte de presenciar la salida de esta procesión. Lánzate pronto a la calle; cuando la luz del amanecer ensaye en el horizonte preludios de nubes nazarenas. Encontraras enseguida una, dos, veinte, cien devotas “penitronchas con la cruz a cuestas camino de Santa María. Y familias apresuradas, impacientes, por las aceras, que urgen: “Vamos, vamos”... Corre tú también. Sal a tiempo de hablar en el Real el guión de Jesús; el lento guión de penitentes morados... Quizás el sol aguarda ya en la Plaza de Vázquez de Molina. ¿Aguarda Úbeda entera en la Plaza de Vázquez de Molina?... Corre, que la puerta de la Consolada va a abrirse y los gritos y el bullicio cesan. ¡Corre, que las monjitas de las Siervas acaban de aparecer en su balcón frente a la iglesia, y, sobre el pavés de la Plaza, se eleva –como un vaho de eternidad- la súplica muda de una acordada, inmensa, oración generosa! ¡Corre, que desde las fachadas de las Cadenas de la Colegiata, del Salvador, de Mancera y del Condestable, los rojos vítores inmarcesibles están asumiendo la plegaría.
...Ya salió Jesús, sinfonizó su balada, estremecida de violetas, el “Miserere”...la Verónica y Nuestra Señora, ¿está ahora delante del edificio de la Cárcel Vieja? Ya nuestro Padre Cristo se va con sus penitentes, ciudad arriba, a repartir su Pan de Dolor entre los hombres.
Pero no creas que la emoción de la mañana del Viernes Santo en Úbeda, está agotada ya, Todavía, buen amigo, es preciso que contemples otras dos procesiones. La primera,”Jesús de la Caída” conjuga en el hábito de sus cofrades el morado penitencial con el blanco de la conformidad del Señor. Cristo Caído, desde su trono rutilo, irá clavando la lanza de amor de su mirada en el fondo de los espíritus... Será en la hora dorada, en la hora radiante... Querrá la popular euforia, la irresponsable euforia, adueñarse de la mañana; pero pasará la procesión exorcizando calles y plazas; habrá como un tapiz de música sacra y la frivolidad quedará fuera.
Luego, la Expiración”. Penitentes de blanco y negro. Debes ver la Expiración en el Rastro o en la calle Ancha. Que desde el fondo de una amplia perspectiva el crucifijo avance, venga lentamente ante sus ojos; que su silueta se agrande, poco a poco, hasta avasallarte con su teológica grandeza.
¡Vamos atajarla! –dirá alguien a tu vera, después que Cristo haya pasado. Y observarás cómo, por todas las bocacalles, el tropel se apresta para recalar de nuevo la procesión por San Pedro y Santa María mientras en la Plaza de Toledo una música nerviosa, cortada en espasmos, va signando el bochorno de la tarde de acentos luctuosos.
Y después estarás cansado, Pero tú, forastero, no te vas a dejar ganar por una tentación de comodidad. Está prohibido, en Úbeda, durante ese día. Deprisa te sentarás en la mesa para tu yantar y luego, ¡que remedio queda!, otra vez a la calle. Hasta las cinco no se celebra la procesión de “Las Angustias”. Tendrás tiempo de asistir a los Oficios en alguno de los templos y en particular en la “Adoración de la Cruz”.
“Las Angustias”. Penitentes blancos, penitentes blancos... La Cruz es ahora el triquete, el palor mayor de la nave del Séptimo Dolor de Nuestra Señora. Habrá un tenue nublado de hastío sobre la desnudez del Cielo... Penitentes blancos... La Tragedia se consumó...
-ya han “matado” al Señor- prorrumpirá en gritos, atrozmente, otro chiquillo cerca de ti; quizás en la Plaza del Mercado, cuando el cortejo se deslice, por la calle Cárcel a Santa María. Ya para entonces, en la torre de San Pablo, habrá empezado a romperse las primeras lumbres del ocaso.
Y, más tarde, el Arco del Rosal. Porque la cofradía gremial de albañiles juntó su guión y azoradamente, hacia San Millán, ha descendido –tilín, tilín, tilín, -, por la Fuente Seca...
No tendrás que esperar mucho en el Arco del Rosal, pero deberás soportar resignadamente –porque es de rigor- los empujones y las apreturas. Todo un pueblo no puede caber en una calle y Úbeda entera en la Cuesta de la Merced a esta hora...
Y todo sucederá en un instante. La Virgen que aparece al fondo, al multitud que clama. ¡La Virgen que avanza!, ¡el pueblo que rompe en vivas, en aplausos frenéticos!... ¡¡ La Virgen que llega! ¡¡Ya es nuestra! !...”Stabat Mater... Y el Viernes Santo, un año más, habrá alzado un trono de ardores crepitantes para la Virgen sanmillanera, para nuestra Madre de la Soledad.
Desde que la Cofradía de “La Soledad” deposite su imagen en Santa María hasta que la Procesión General se ponga en marcha –durante una hora, dos quizás-, habrá como un interregno. No creas por eso que, es el transcurso de este tiempo, las calles de Úbeda van a quedar vacías. Al contrario, el sosegado oleaje de la muchedumbre bogará de un extremo a otro del pueblo. Y los capirotes de todos los colores se elevarán andariegos sobre el gentío. Se encaminará cada penitente a la casa del presidente respectivo y, luego, las diferentes hermandades, formadas y en orden, confluirán a la Plaza Mayor por los distintos accesos de la ciudad. Y en la gran Plaza se organizará el magno desfile de la Procesión General con todas las cofradías del Domingo de Ramos, Miércoles, Jueves y Viernes Santo.
¿Desde dónde verás, la Procesión General? Un insuperable observatorio a tal efecto puede ser un balcón del Real; mejor, si da frente a la misma calle. O la Plaza de Toledo. O la calle Nueva.
Experimentarás –te lo aseguro- una de las emociones más grandiosas de tu vida. Tu imaginación va a conservar, para mucho tiempo, el impacto de esta impresión de maravilla. Once cofradías, más de dos mil penitentes, quince “pasos” relumbrantes de oros, luces y flores...; bandas de cornetas, de tambores; pompa de gallardetes, banderines, pendones, estandartes; timbales; lamentos de trompetas... Todo enmarcado en un silencio augusto, imponente; casi tremendo; realzado por una solemnidad, una veneración, un respeto insospechado. La teoría de los penitentes portadores de hachones, de tulipas, irá dejando un reguero de piedad entrañable en las calles, un pasmo en las miradas. Las “marchas”, retumbarán en las desoladas oquedades sombrías de la vieja ciudad. Y, en la media noche, las misma doce campanadas de la alta torre del reloj, sonará a sosa profana... Pasará Cristo bendiciente en”La Entrada en Jerusalén, Cristo serenado de amores en la “Santa Cena”, Cristo orante en el “Huerto”, Cristo inclinado en “La Columna”, Cristo coronado de espinas en “La Humildad”... Olerá el aire a incienso y a brisa; y los pebeteros de los “pasos” destilarán su aroma ofarente....La Virgen de la Esperanza irá contando su pena a los balcones. Tomará a pasar Cristo cargado, Cristo caído, Cristo en la “Expiración” Tintineará al desmayo de las campanillas de los guiones... A la Virgen de la Amargura, abrumada de platas votivas seguirá la Virgen de las Angustias con el Hijo, alfar roto, en los brazos... Habrá un negro angolado, total, en los penitentes de “El Santo Entierro”. Será más noche la noche... El Santo Entierro, el Santo Sepulcro, La Soledad... Y detrás, el luto oficial de la Presidencia, la orfandad de las calles sumidas en agobios pungentes...
La procesión habrá terminado y tú, forastero amigo, advertirás un momento sobre losa de un desaliento infinito. Mirarás al Cielo y verás que el parpadeo de las estrellas gime herido por un extraño dardo de dolor... y cuando, sin ensueño, vayas camino de tu sueño, todavía llegará a tus oídos el bronco estambor obsesionante de la procesión lejana...
Y Úbeda habrá comenzado, una vez más, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Dos días después, la Procesión del Resucitado recorrerá nuestras calles con el alboroza de una alegría acabada de estrenar, recién despierta. Otra vez cohetes. Habrán cesado las marchas dolientes. Cofrades de festivo encarnado sobre la blanca túnica que cruza una ancha banda. “Resurrexit sicut dixit”…
Y las campanas de todas nuestras iglesias; las campanas del Salvador, las gráciles de la Trinidad, las argénteas de Santa María; las recentales campanas de San Millán y de San Isidoro; las íntimas, salmodiantes campanas de los conventos carmelitas, concertarán el júbilo de sus bronces en alabanza el triunfador de la Muerte. Habrá epilogado Cristo con una Sonrisa la Redención, y las calles de Úbeda ofrecerán su cauce a la Primavera.
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