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El Padre Arrupe, al llegar a España recientemente, ha sido muy preguntado. Es natural. Se trata de uno de los hombres clave del momento religioso actual. Como además es español, su opinión aquí es importante en una ocasión crítica –muy crítica– en que todos andamos bastante “descolocados”, sirviendo a veces (por así decirlo) un juego en el que no jugamos. O –por usar un “argot” deportivo– corriendo codiciosos de acá para allá, pero llegando tarde a todos los balones.
Respecto a la educación, el padre Arrupe ha dicho: “No hay educación neutra. Hoy está amenazada la educación que responde a un modelo cristiano del hombre. Dentro de cada sistema educativo hay una imagen del hombre; del hombre que se quiere hacer. En el fondo de cualquier proyecto educacional hay una filosofía, una teología del hombre y del mundo”.
Es evidente que la educación cristiana, inducida y deducida de una concepción no únicamente antropológica, sino –además– trascendente de la “persona”, está amenazada en todas partes. Se trata de una cuestión cardinal nada baladí, con muchos problemas anejos, que, por lo menos, exige una clarificación y una toma de posiciones. Una cuestión que no admite evasivas ni el empleo de la técnica del calamar. Declara el padre Arrupe, y en esto repite una frase de Donoso Cortés, o la parafrasea, que hay siempre una teología (más o menos explícita) tras cualquier hondo problema humano. Entonces, pretender una educación neutra, es tanto como decir que la cultura es algo incoloro, inodoro, insípido, aséptico, que se detiene en los umbrales del misterio del hombre, sin comprometerse a más. Y que, por eso, la educación, sin señalar una pista o unas normas acerca de la definitiva orientación sobre qué es el hombre, y para qué y por qué es y está, debiera ceñirse a una instrumentación de ideas, de datos, de conocimientos, pero sin atreverse a propugnar una síntesis tras el análisis o un ideal a la vista de las ideas.
Ahora bien. No es así. Nunca fue así y nunca será así. La cultura en todo tiempo fue beligerante, y se tiñó de un color, y adoptó un determinado perfil, y acuñó principios y normas más allá de lo verificable y de lo pragmático. La cultura –o las culturas, porque hay muchas– además de una acumulación entrañó indefectiblemente proyectos. ¿Cómo, pues, la educación neutra? Sería como rehusar el agua como solución de la sed.
Las gentes en todas partes tienen mucha sed. A veces se trata de una sed indiscriminada, torpe o amorfa. Pero siempre se manifiesta en un ansia. La educación no puede responder a esa sed con una simple información o enseñanza. No basta la información; se precisa la formación... Entonces, es lógico que las diversas culturas hoy existentes hagan la procura de una educación congrua, acomodada a sus objetivos. Ahí está el marxismo, ávido de conseguir una super-estructura (una cultura es una super-estructura) que sirva a sus fines. Es curioso que, en su nuevo procedimiento, el marxismo, hoy, intenta que la modificación de las super-estructuras preceda a la de las estructuras. Montanelli, notifica el “modelo italiano”. Escribe Montanelli: ”Hoy en Italia todas aquellas cosas que en lenguaje marxista conforman la super-estructura, están completamente en manos de los comunistas: la escuela, los medios de comunicación, los sindicatos, la cultura... El poder es un fruto maduro que vendrá después. Antes que el poder, el Partido Comunista ha conquistado la vida civil en Italia”.
Yo infiero de todo esto que si el marxismo pretende estas conquistas porque lucha por establecer una concepción suya del mundo, una cosmovisión concorde con sus postulados, lo que debe propugnar abiertamente no es una escuela neutra, sino una escuela marxista, con expreso propósito lealmente declarado. Ahora bien: de igual manera los cristianos –y concretamente los católicos– que tenemos una concepción del mundo opuesta a la marxista, consecuentemente, hemos de proponer, con igual ahínco, una cultura católica y una escuela católica, sin equívocos, sin ambigüedades, sin cortinas de humo y sin concesionismos degradantes.
¿Esto es proponer la guerra educacional? No. Es todo lo contrario. Nunca creí en el “pluralismo” religioso de España, porque los no católicos, o son de un indiferentismo ateo o ateoide, o constituyen minorías reducidísimas. Pero, sin embargo, como ahora se hace del “pluralismo” una cuestión batallona, como, de todas formas, puede algún día haber familias que rechacen de plano la educación cristiana y la concepción cristiana del hombre..., entonces, el remedio para evitar conflictividades no nos lo daría la “escuela única”, sino la diversidad de escuelas. Escuelas, obedientes, en su filosofía, a módulos e idearios distintos. El mejor camino para no “entrar en la guerra” es manifestarse de antemano tal como se es. El Estado, dado que el pluralismo adquiera efectividad indiscutible, deberá en tal caso actuar no propiciando una escuela “neutra”, sino propiciando claridad. Usted quiere esto, pues quiéralo, sígalo queriendo y se le amparará. Usted quiere otra cosa... pues igualmente, continúe, luche y merezca lo que quiere. Porque si el pluralismo es cierto, debe haber escuelas declaradamente diferentes. Será la manera de que la infección no se produzca, con subrepticias componendas, con vendajes que precedan al grano, con falsos planteamientos, con estúpidas ocultaciones. Así la lucha –porque la lucha, el “drama” en el mejor sentido de la palabra, es inevitable– se mantendrá en planos de convivencia y lo cruento se hará imposible. No andemos con paños calientes. Ahora quedan en el mundo dos maneras de explicar al hombre. El marxismo estudia e intenta “resolver” al hombre y a la historia de una manera y el cristianismo de otra. Y las amiganzas inoportunas y forzadas serán tan contraproducentes como la guerra a mano armada. Puesto que somos civilizados, hagamos combatir a los dos estilos y fondos de cultura de una manera implacable pero humanizada. Humana; es decir, en el último fondo, amistosa. Cuidado; porque distingo: la amistad humana, nada tiene que ver con la promiscua amiganza ideológica.
Urge en esta coyuntura electoral que cada partido en España se defina tajantemente en este sentido. Hay un enorme número de electores, de padres de familia, que preocupados por la educación –y no únicamente por la enseñanza de sus hijos– desean una escuela y una cultura conforme con sus principios. Los cristianos, concretamente, no nos oponemos a que otros señores propugnen una educación marxista. A lo que nos oponemos es a que la escuela cristiana sufra un deterioro. Y no solo está claro que deben existir escuelas privadas católicas. También es evidente que deben seguir subsistiendo escuelas del Estado católicas. Lo que traería aparejado, si se da el pluralismo, que igualmente se fomenten escuelas públicas no católicas. En lo que nunca creeremos sinceramente los cristianos –y creo que tampoco los marxistas– es en la escuela neutra. El pan lleva una levadura. No hay pan sin levadura. La que sea.
Los partidos políticos deben exponer en el período electoral, de manera tajante y explícita, su opinión acerca del problema educativo. Para la información de los futuros votantes, esto es fundamental.
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