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LAS MEDIDAS DE GADAFI

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 6 de mayo de 1973

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El presidente libio Gadhafi, ha anunciado hace poco, para su país, un nuevo y más revolucionario programa político. Esto nunca sorprende en ninguna parte. La palabra «revolución» es indispensable en labios de los políticos, aunque sean políticos de... derechas.
Precisamente vengo observando que en los países iberoamericanos son los conservadurismos los que se disfrazan con apellidos más feroces. Cuando lean ustedes eso de «Partido Radical Revolucionario de la Libertad», sospechen que se trata de una guarida cavernícola. Y ¿no les suena lo de «Democracia Popular Republicana del Pueblo»? Pues, a lo mejor, ni es democracia ni es republicana ni es popular ni es del pueblo. Pero todas esas palabras juntas —y en el enunciado aludido lo “popular” se remacha con lo del “pueblo”, en contra de la gramática, pero a la vista de las elecciones—, con una serie de palabras así —repito—, los partidos se atraen a unas gentes y asustan a otras que es lo que, en suma, los partidos pretenden.
Gadhafi, pues, considerando las situaciones conflictivas de Libia ha repicado todo el campanario revolucionario. Pero ¿qué es «Revolución» para Gadhafi? El concepto «revolución», ¿es el mismo en todas partes? No, yo creo que bastaría trasladarse de Libia a Siria, que están a una letra de distancia, y a no demasiados kilómetros, para que el contenido de la palabra fuese radicalmente distinto. Pascal decía que dos grados de latitud cambian toda la jurisprudencia, aludiendo a los opuestos significados que ya en el XVII tenían los vocablos «justicia» y «libertad» según los gritase un español, un francés, un alemán o un finlandés.
Para Gadhafi, hoy, la revolución, por lo que se desprende del contexto de sus declaraciones, va a acarrear de un lado la «purga» de los disidentes, de otro la distribución de armas al pueblo y, de otro, la absoluta fidelidad a la ortodoxia mahometana. Buen batiburrillo o, por mejor decir, buena menestra con ingredientes religiosos, totalitarios y libertarios. Todo en junto para que la Revolución no cojee de ningún pie. Porque, por lo visto, las revoluciones se anuncian con cintas y cintajos de todos los colores, para que nadie se queje. (En España, la República, antes de entrar, anunció su revolución atendiendo los dos flancos. Por uno, se predicaban cadalsos. Por otro, Alcalá Zamora suavizaba preconizando una constitución republicana bajo la advocación de San Vicente Ferrer).
Ah, pues Gadhafi, por lo pronto —mientras la auténtica Revolución de las banderas llega o no llega—, ha dicho una cosa estupenda, peregrina y, si ustedes me lo permiten, absurda. Ha dicho: «Serán suspendidas todas las “leyes”, las cuales serán sustituidas por “medidas”, teniendo en cuenta las condiciones existentes en el país». Leyes sustituidas por medidas. ¿Qué son leyes’ ¿Qué son medidas?
Las leyes —me parece— son disposiciones promulgadas y escritas a la vista de la Justicia. No siempre las leyes salen enteramente derechas. No; no siempre, Justicia y Ley coinciden. Eso está clarísimo. Sin embargo la aproximación se pretende, se desea y, en ocasiones, a pesar de todo, se consigue. Y la ley aspira a la justicia aunque se quede a mitad de camino.
Pero esto de sustituir la ley por la medida, ¿qué significa? La medida es algo que no se promulga, que no se escribe, que no se aprueba tras deliberaciones en los templos de la Justicia. La medida es una disposición de emergencia, concreta un dictatorial «orden y mando», un personalísimo «he dicho», con el añadido de una pretenciosa y hasta chulángana amenaza: «caiga quien caiga».
Sustituir la ley con la medida indica muchas cosas bastante feas. Indica que la ley existente no encarnaba bien a la Justicia, no acertaba a interpretarla, a plasmarla. Indica, luego, que una ley desmedulada, es decir, no sustentada, alimentada y armada por la Justicia, es imposible que se mantenga en pie.
Y como por si misma, sin justicia dentro, una ley no puede permanecer vigente, entonces, los que hicieron la ley —y no les sirvió— hacen, como recurso último, la medida, por si les sirve.
Pero el proceso es irreversible. Si la ley no podía permanecer porque la falta de justicia la volvía anémica, tampoco la medida puede durar sin ley. ¿Qué es la medida sin ley, que sustituye a la ley? Es el «palo y tente tieso». Hay ingenuos que todavía opinan que nada como el palo y tente tieso. Tremendo error, porque con esta «medida», el único tieso es el palo. Los abatidos por el palo, los doblados por el palo, se yerguen, se enderezan, se levantan al fin tras la paliza y... apalean al palo. Alguacilan al alguacil. La historia fue siempre de esta manera, y, sin embargo, los ingenuos no se enteran.
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