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El ministro de Obras Públicas ha expuesto en las Cortes el alcance de los daños del temporal en Andalucía. Refiriéndose a las destrucciones de viviendas, el señor Vigón ha dicho estas palabras desoladoras en su sencillez: «Muchas familias han quedado sin hogar». Y ha dado esta cifra: Cuatro mil novecientas casas convertidas en escombro.
Las provincias andaluzas han rivalizado en la catástrofe. Sarcástica rivalidad. Una zona muy afectada ha sido la Loma de Úbeda. Por los cerros famosos, también ha hecho acto de presencia la desgracia Aún no terminada la recolección de aceituna, el temporal flageló los olivares y los cultivos, hasta alcanzar aproximadamente unas pérdidas de veintisiete millones de pesetas. Está abril, ¡ay!, aguardando en la puerta y, este año la primavera va a llegar enlutada... Hoy hacía sol. Un sol todavía acorralado por las nubes, afanoso de romper el cerco. He salido al campo. Pero... ¿no habéis visto alguna vez un olivo muerto? Yo vi esta mañana más de uno abatido, arrancado, hundido entre el barro. Todavía con sus aceitunas sin recoger, circunstancia que hacía más patética, más impresionante su drama.
Luego he pasado junto a los restos de muralla islámica que circundan la ciudad. Los árabes amurallaron Úbeda y, después, en el reinado de Sancho el Bravo, fue reconstruido el recinto. Desde hace tiempo la muralla, leprosa, es nido silencioso, en ruinas, de evocaciones y nostalgias. Ahora el vendaval, ha ironizado a costa de sus piedras. ¿Quién se acuerda del Valí de Jaén, Hacxen-ben Abdakazis, que la mandó edificar? Los sillares que se amontonan hoy junto a una humilde vivienda son contemporáneos suyos. Hoy..., ya veis lo que ha pasado ayer: un alud de historia jubilada que se despeña sobre este remedo de casa, sobre esta imitación de hogar.
¿Cuántos sucesos semejantes en el Sur de España? ¡4.900! Esta cifra nos señala un punto de meditación. Son muchos los pueblos andaluces en los que la autoridad ha dispuesto el alojamiento de los siniestrados en los edificios públicos. Uno de ellos es Ubeda. Así, la situación de emergencia se ha resuelto. Ahora se aguarda el remedio definitivo y eficaz, Y ocurre pensar que, quizás, este temporal ha sido un aldabonazo. No se puede vivir “en alegre y confiado” mientras hay viviendas de gentes sobre las que se cierne la amenaza; ésta, situada junto a la fallecida muralla árabe (en período avanzado de descomposición), es todo un símbolo.
Hay daños que, probablemente, no pueden evitarse ni prevenirse. De tal especie son los que el temporal ha infringido a los campos. Ante el olivo arrancado, hundido en el barro; ante los trigales tronchados, ante los arrasados cultivos, ¿qué podemos hacer sino remediar el mal en lo posible? Pero, en cualquier caso, nos declaramos irresponsables, impotentes para evitar que el mal pueda llegar a producirse algún día. No obstante, a la vista de unas viviendas, de unas cuevas, de unas chabolas devastadas por la lluvia y el viento, al hombre, a todo hombre, incumbe un tanto de culpabilidad.
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