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NADA DE CALLAR

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 13 de abril de 1972

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Nota dominante: la violencia. Quizás no es que el hombre se haya vuelto más violento, ni peor. Es que la violencia tiene también su caja amplificadora. Cualquier crimen suena más. Cualquier barbaridad levanta ecos y más ecos. Una simple gamberrada se ve y se oye mejor que un normal comportamiento. Miles de hombres anónimos, hoy como siempre, viven, trabajan, gozan y sufren sin aspavientos. Sus virtudes se pierden, no aspiran a la publicidad ni al mercado. ¿Es que en nuestro tiempo no hay personas tranquilas, pacíficas, serenas, apacibles? ¿Es que todos somos neuróticos, contestatarios, llamativos, voceadores? No. Innumerables hombres continúan un módulo de vida equilibrado, compensado. Pero no gritan su moderación, no tratan de imponerla a voces, no amenazan a nadie compeliendo a seguir sus criterios u opiniones.

Nota dominante, la violencia. Pero hay que «contestar» a la violencia. Ha llegado la hora. Contestar a la violencia y a todo ese enjambre de desvergüenzas, descortesías, ordinarieces, groserías y faltas de civismo que la violencia acarrea. Nuestros muchachos –a los que se trabaja por responsabilizar en la escuela– no suelen encontrar al salir de la misma un ambiente propicio. Hay educadores complacientes que predican a derecha e izquierda una libertad para sus educandos. La palabra libertad es sagrada; en rigor, no puede rebatirse la idea de que los jóvenes han de formarse para la libertad. Ya es más discutible lo de formarse en libertad. El hombre no se hace libre de la noche a la mañana. La libertad es una asignatura difícil; conseguir una responsabilidad entraña una disciplina, un aprendizaje, una lenta y escéptica andadura. Así es que formar «para la libertad» es todo lo contrario que formar «en libertad». Es significativa la frase de «dejar en libertad». ¿Dejar en libertad? Toda dejación es una renuncia. La libertad se erige, se iza. Pero no se deja en ella. Entonces la libertad arrastra su bandera por el suelo. Viene así la hora de la violencia, de la barbaridad, de la gamberrada. El momento gritador que arroya a los prudentes, a los cautos, a los sencillos. El momento de los arrogantes y de los vanidosos; de los soberbios que quieren adueñarse del mundo., que aspirarían a hacer parcela propia del entero universo; amordazando, gesticulando, detentando como «vulgar» cualquier «normalidad»; motejando de burguesas a las virtudes de todo tipo; desacreditando valores que acaban de inventarse –que dicen ellos que han inventado–; ridiculizando cualquier sapiencia basada en discreciones; llamando ñoñería a lo que es pudor simplemente; calificando de «antigualla» a la buena educación y a las buenas formas; detestando en lo literario el «estilo», en el arte la «belleza» y en la vida lo accesible; abriendo «ad hoc» pozos donde saben que va a aflorar el cieno y no el agua; buscando en los tenebrosos fondos las oquedades sombrías donde anida el murciélago y la culebra ciega; fabricando nieblas que eclipsen las luces naturales; sobando sadismos...

Creo que sí; creo que ha llegado la hora en que el hombre sencillo, el que no vocea su prudencia, el que no hace alarde de su vida corriente, el que vive normalmente su existencia, levante la voz un poco más para que los demás entiendan que lo suyo vale mucho más. Que sirve más la moderación que la radical postura. Que todavía la palabra «pureza» es válida. Y válida la palabra «humildad». Que la fidelidad a una idea, o a una mujer o a una fe no es, precisamente, una virtud apolillada. Gritar si necesario fuera, sí, para que no sólo se oiga la voz inarticulada de los insensatos, el dadá ignorante de esos neo-sabios que predican nuevas culturas. Vocear para convencer de que la serenidad puede todavía apacentar el mundo. Y que Dios está y no ha muerto. Claro que sí; decir todas estas cosas va a constituir en seguida la mayor audacia. La audacia de tener una ética firme será el camino de retorno a las verdades que se nos quieren escamotear. Pues, ¡duro! Contra la violencia, la moderación debe levantar su protesta. Callar y callar cuando la mentira habla, es el más grande pecado.