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No creo que haya personas, desconectadas, que puedan vivir del todo por su cuenta. De todas formas, cuando nos encontramos a alguien más preocupado de sí mismo que de cuanto le rodea, decimos que “vive en su mundo”. ¿Es que hay un mundo personal, ajeno hasta cierto punto al mundo unificador y unificante? Pero es cierto que lo hay porque, realmente, nuestra condición de “personas” nos constituye precisamente en seres intransferibles. Usted no es “uno”, uno de tantos (a eso es a lo que tiende la masificación), sino que usted es “único”. Ah..., y “único” es cualquiera. Hasta el más tonto del pueblo. Y esto es la dignidad del hombre: tener conciencia de que cada cual es cada cual; es decir, que cada uno es distinto y tiene, por tanto, derecho a no ser “confundido”. La Era atómica entra con una sintomatología de “Era de confusión”, y por lo visto aún no se sabe si se trata nada más de un síndrome de entrada, o es que la confusión va a vivir ya siempre en régimen parasitario con la cultura nuclear y con la tecnocultura.
Todo hombre tiene “su mundo”. Y, sin embargo, cada vez se nos dejan menos horas al día y menos ocasiones, de vivir en él. Se nos desaloja de nuestro reducto. Es que, a medida que avanza el tiempo, resulta más caro ser uno mismo. Y es porque cada día sufrimos con más intensidad el tirón de múltiples mundos y la atracción de innumerables centros. Cuando el mundo era menos complicado, los ascetas recomendaban permanentes o intermitentes “retiros”. La técnica del “retiro”, ¿no es ahora más difícil que nunca? Es casi imposible porque no hay un mundo, sino muchos. Y al evadirse de uno, se tropieza con otro. Temáticas, programáticas e informáticas, nos dan conciencia a cada instante de que somos súbditos de tantos orbes que –usando el argot al uso– nuestra funcionalidad está en peligro de desfase; y si no nos mentalizamos peligra nuestra promoción humana y el proceso de integración en el contexto histórico fracasa. ¡Qué lío! Queríamos actualizarnos y atender a todos esos mundos –no concéntricos, sino tangentes y secantes– que complican su trazado dentro de nuestro espíritu. Desearíamos actualizarnos, pero cuando nos hacemos la ilusión de que ya lo estamos y que, a todos los niveles, hemos efectuado el replanteamiento oportuno, viene un amigo y nos dice:
―Hombre, hombre. Tu actualización está nada más que en fase de rodaje. Lo que te recomiendo es que pongas especial énfasis en la praxis y que contemples todos los problemas a la luz de una concienciación, ya que tu protagonismo individual tiene que coordinarse avizorando un desarrollismo imposible de llevarse a la cumbre si se desoyen los aspectos coyunturales y si las estructuras persisten inmovilistas y más o menos triunfalistas.
Casi nunca replicamos a estas comunicaciones, apelando a nuestro mundo personal, porque el signo comunitario de la época no lo admite. No, no: tenemos que estar sin perder ojo y sin descanso a los mil mundos de centro distinto que nos envuelven, como se ve en necesidad el artista de circo de seguir la dirección, la altura, la bajada y el engarce de los ocho o diez aros que ante el público maneja ¿Puede un circense de esos distraerse un instante? Pues igualito nos pasa a nosotros. Ya el pluriempleo es un plurimundo... Luego, ajenos al mundo de la profesión, están el de las aficiones, el de las devociones, el de la vida de relación... Y, por si fuera poco, los “mundillos”. Porque además de los mundos están los mundillos. Y cuidado si fallamos un solo aro. Por lo menos, entonces, se nos llamará con el dicterio de “frustrados”; y quizás equipos de estadistas, de evaluadores, de coordinadores, de sociólogos, de psicólogos, se pondrán a estudiar antes o después nuestra flagrante inadaptación cuya “diferencial” se nos remitirá –¡quién sabe!– algún día escrita y cifrada en dos líneas de un impreso que nosotros tendremos que firmar por triplicado.
Por eso –digo yo– es tan bueno que cada año el mundo del verano, con las vacaciones que lleva consigo, se superponga a los múltiples mundos que nos cercan. Y nos dejen ser, frente al mar, en la montaña, o simplemente sentados a la sombra de un árbol, quién somos. Las vacaciones son la ocasión para el reencuentro con el yo personal que teníamos descuidado, atentos al juego de los aros. El mundo del verano nos trae un poco de libertad, horizontes para la mirada y huecos para que el espíritu oiga su propia canción y el alma descanse Y también, claro está, el cuerpo.
Lo malo es cuando desaprovechamos la ocasión. Y hacemos de la vacación un trabajo más. Uniformamos nuestros ocios, diversiones, juegos, lecturas, bebidas y espectáculos, siguiendo la pauta que los demás marcan. En el mundo del verano renunciamos también, entonces, a nuestra intimidad. No llegan así las vacaciones del yo, que son las únicas que nos dejarían descansar. Y podría ser que, ya harto, el “yo” se fuera de nosotros paso a paso: que nos abandonara del todo dejándonos como piltrafa: carnaza de los mil mundos del contexto, para el rodaje de nuestra coordinación hacia una nueva y coyuntural estructura comunitaria en trance de... triplicado.
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