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En estos dias de apasionados comentarios; cuando asunto de tan indiscutible importancia ha alcanzado el grado máximo de interés por haber comenzado su discusión en el Parlamento; ahora que los españoles, creyendo ser heridos en algo tan sagrado como su noble y arraigado patriotismo, protestan airadamente contra el intento reprobable de quebrantar la unidad nacional, nosotros no podemos permanecer en silencio, pues faltaríamos a uno de los más elementales deberes, dejando de unir nuestra modesta voz al coro de desaprobaciones que espontáneamente ha surgido de todos los rincones de Espana, al conjuro de una pretensión dictada por la soberbia, y alimentada por ciertos personajes que creen encarnar la figura del redentor de multitudes, llegando su endiosamiento a los extremos mas absurdos e irritantes.
Razonando en español vemos lógica y viable la concesión de la autonomía catalana; pero circunscrita a la parte administrativa, sin lesionar otros intereses ajenos a esta contienda, y accediendo incluso a que dentro de aquella región se permitan ciertas expansiones, que tienen algo de histéricas.
Mas en lo que se refiere a materia de enseñanza y seguir formando un todo indivisible con el resto de Espana, las Cortes deben ser inflexibles e imponer el buen sentido y volver a la realidad a esos señores que han soñado una libertad totalmente quimérica e incompatible con el mandato de la sangre española que alienta sus vidas y no les permite desentenderse de lo que a la Madre Patria se refiera, por muchas que sean sus ansias de independencia.
Es doloroso y triste reconocer que el engreimiento del pueblo catalán le hace sentir cierto menosprecio y animosidad para con sus hermanos los «españoles» y esta altivez desdeñosa no ha podido por menos de crear un ambiente hostil a las peticiones formuladas en el Estatuto, agravado por la actitud de perdonavidas y desplantes ridículos que han adoptado sus valedores, en vísperas de acudir al fallo de la Cámara, que, pese a la rebeldía vesánica de los jerarcas catalanes, habrán de acatar íntegramente, aunque con ello se contraríen algunos de sus caprichos y tengan que doblar la cerviz ante la suprema autoridad de la única e irremplazable legisladora que es ESPAÑA.
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