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Sabiote, por la Virgen de Guadalupe

Ginés de la Jara Torres Navarrete

en Gavellar. Año VIII, nº 97. Diciembre de 1981, pp. 11

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Para esta villa mariana por excelenola no puede ser indiferente el VI centenario de la aparición de María Santísima de Guadalupe.

Si nuestros paisanos abren su alma de continuo hacia las más diferentes advocaciones marianas y con su presencia dan testimonio de su ardiente fe, este centenario debe y tiene que constituir un glorioso acontecer en los anales de sus devociones hacia la Madre de Dios.

Vieja es la devoción y la presencia de Sabiote en Santa María de la Estrella, en Santa María de la Cabeza, en Santa María de Tíscar, y más recientemente va Sabiote romero hasta las marismas de Huelva, allí donde la Blanca Paloma es Reina y Señora.

UN VIEJO TESTIMONIO DE FE

Hace ya quinientos treinta y cinco años que Sabiote, los sabioteños, se postraron enfervorizados y suplicantes ante la Virgen de Guadalupe a los pies mismos de la aldea legendaria y noble, por cuyo motivo era conocida por nuestros paisanos bajo la bella y entrañable advocación de «Nuestra Señora de Santolaya».

Malos aires, malos años, malos tiempos corrían por estas sufridas tierras de Andalucía. El campo estaba yermo, las poblaciones semidesiertas, y el fantasma del hambre y de la muerte rondaba en todos los hogares de la super feraz Loma de Úbeda.

Un año entero sin llover hizo que los hospitales se llenaran de criaturas desnutridas y las calles se vaciaran de gentes confiadas y alegres. Este era el panorama sombrío de estas tierras ricas con un campo todo polvo, todo sudor y todo lágrimas...

Sabiote, paladín de la fe mariana que sembraran San Fernando y Rada, noticioso de la soledad de una Virgen recién aparecida en la campiña de Úbeda —casi en sus mismos confines—, abre su corazón contrito y Opie a la Virgencita agua para sus campos sin vida.

Y la lluvia cayó mansamente sobre las tierras de La Loma hasta quedar empapadas, comenzando a brillar por doquier el verde terciopelo de unos panes y de unas hierbas que hicieron renacer los sotos y alegrar las cielos con los trinos de unas avecillas y con un campo vestido de grillos y de mariposas, de avena salvaje y de tímidas amapolas.

Y justo antes de que se perdieran los claros del día, cuando aún los aleros de los tejados derramaban chorros de agua cristalina, se reúne la Villa, el clero y el pueblo llano, y todos, enfervorizadas, formulan promesa eterna de postrarse cada un año llegado el domingo de Pentecostés a los pies de la Virgen de Guadalupe, allá en su ermita del Gavellar y, tocando su campana a fiesta, dar gracias y pedir amparo.

Y con Sabiote, Úbeda y Torreperogil, y a la «Fiesta de las Aguas» acuden romeros sobre mulas adornadas de todos los pueblos de la comarca con sus ofrendas de habas verdes, de trigos espigados, de ramos de olivo o de pámpanos crecidos.

Ya cada año, en torno a la Señora para agradecer el beneficio de las aguas y la conserveción de la salud pública. Esos fueron los comienzos de una romería que hoy se perfila grandiosa, colmada de fe y de alegría. Así fue nuestro pueblo sembrando Avemarías en camino de La Celada adelante hasta un santuario con sus pulmones y sus oídos abiertos a todos los aires y a todas las canciones.

LA VIRGEN NOS ESPERA

Dentro de muy poco hace ya seiscientos anos que la Virgen quiso quedarse en el campo de Úbeda y ser Madre nuestra y Reina de la campiña. Quiso quedarse en el campo y sufrir con los campesinas las penalidades y las inclemencias. Quiso quedarse junto a un arroyuelo para escuchar el canto alegre de las aguas y ante su silencio regar las tierras y hacer reír a las fuentes. Ahí tienes, pueblo piadoso, a tu Virgen de las Aguas que te espere este año y te seguirá esperando toda una eternidad. Ahí tenéis a la Virgen de Guadalupe de vuestros mayores que espera de vosotros una muestra de vuestro afecto y de vuestro amor de siglos. Ahí tenéis la más grande de vuestras fiestas, este año con los mil colores de sus carrozas y los mil sones de sus guitarras y de sus campanas. Ahí tenéis a la Señora de las Aguas, esperando que le cuentes tus necesidades y le pidas de por vida, como nuestros abuelos, agua para estos campos sedientos y en desgracia. Ahí está, hermano, el remedio de nuestros males. Postrémonos ante le Señora de la Campiña y esperemos otro Pentecostés lluvioso que haga renacer la esperanza de unos penes crecidos y la fe de los nuestros. Por todo ello hemos de decirte: «Hijo, he ahí a tu Madre».

Ginés TORRES NAVARRETE