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Úbeda: tus límites humanos (I)

José María Berzosa Sánchez

en Gavellar. Año VIII, nº 97. Diciembre de 1981, pp. 12-13

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Definir es siempre difícil. En el sentido más usual, definir es ir delimitando conceptos, por supresión de los componentes no necesarios, hasta llegar a unos límites que sirvan para distinguir un objeto de otro. Pero este uso del concepto definir es incompetente en muchas ocasiones. Si queremos delimitar el término vaso, podemos recurrir a dos puntos de vista: su estructura geométrica, o su finalidad. No estaríamos aquí ante una dificultad mayor. El vaso y, con él, los objetos inanimados se prestan dócilmente a una definición más o menos ajustada. Pero, ¿qué decir de los seres animados? ¿Cómo definir al animal racional? ¿Un hombre es «alma y cuerpo», sin más?

Por otro lado, definir es perder matices que, cuando se trata del hombre o de su desarrollo vital, pueden ser observaciones interesantes. Definir, así, se nos convierte en algo terrible para los que gustan de sumar y no restar. Atreverse a ello puede suponer una dosis de osadía y otra, también válida, intencionadamente científica.

No pretendo, como puede entenderse tras estas líneas, definir a los hombres de Úbeda ni, tampoco, definir a Úbeda por sus hombres. Quiero una aproximación enriquecedora y objetiva a sus límites humanos, desde mi atrevimiento. ¿Razones? La observo directamente, participo de y en ella, estoy incardinado familiarmente en sus usos, en Úbeda. Y de este roce, de estos años juntos, que para alguien empiezan a ser bastantes, me doy pie para intentar delimitar los límites humanos de nuestra ciudad.

Ahora, tal vez, se comprenda mejor por qué definir puede ser una injusticia ardua e inexacta. Podría asegurar ya que el concepto Úbeda tiene que escaparse forzosamente de una definición precisa e, incluso, de cualquier definición. Una ciudad es un conglomerado de múltiples elementos y a la hora de comprenderla… ¿hablamos de sus monumentos artísticos?, ¿de sus personas?, ¿de su economía?, ¿de su vida social y política…? Todo a un tiempo es ingente labor: imposible tarea.

Pienso que sólo se podrá hacer sobre una parte de esas interminables preguntas. Ya digo: una parte de una pregunta. Algo mínimo e insuficiente que, a su vez, puede ser una vastísima ilusión de aspirante a observador. Este es el asunto, brevemente esbozado. Hablar de Úbeda, sí; pero de sus límites humanos, sin definir nada. Valga la paradoja. Quiero abrir caminos de observación, apoyado en el espíritu de una carta que recibí días pasados, remitida por un amigo de la infancia y juventud. Mi caso no es el suyo, pero podría haberlo sido. Lo que me agradó, lo que me conmocionó de aquellas letras fue el afecto -amor, diría- que entrañaban. Creo que es necesario repetirlas ahora, para que se comprenda su texto y mi intención, que también está llena de afecto. He contado con su asentimiento y aquí transcribo sus palabras.

«Hace unos veinte años que, esto que sigue, empezó a gestarse en la pequeña historia de mi vida. Fue una mañana, probablemente nerviosa, madrugadora para mis costumbres de entonces, cuando se inició esta mutua aproximación. Iba hacia un pueblo, imaginado en sueños despiertos en lo alto de unos montículos y enjaezado por mi fantasía con elevadas torres eclesiales. La radio de entonces repetía un eslogan que me gustaba: “La ciudad de las altas torres”. Iba hacia ti(1)sin saberlo.

Hoy me parece todavía inmenso aquel enorme autobús que, discretamente hercúleo y de indudable potencia agazapada, abría sus dos gruesas puertas en el andén de la estación. Era la famosa Alsina de motor en morro terrible (cuántos años he confundido este apellido catalán como sinónimo de autobús) y estaba, por fin, al alcance de mis ilusiones viajeras. Ansiaba el camino, deseaba conocerte -sin más-, quería salir de mi recortado horizonte. Aquellos cincuenta kilómetros por recorrer eran una auténtica aventura que colmaba ya, antes de cumplirse, mi indeleble vocación de trotamundos.

Había algo más. Aquel viaje era un regalo de cumpleaños inmejorable. Sólo pensaba en ver las imágenes aceleradas que la ventanilla y el parabrisas me ofrecieran, empapándome de una tierra que iría haciendo mía según la fuese descubriendo.

Hoy sigo viajando, pero ya te conozco y te tengo, aunque, a veces, te ignoro en cosas y te pierdo. Te me escapas cazurramente, porque no quieres darte del todo. Te resistes, como moza engreída, a ceder. Y así estamos: eternos amantes enfurruñados. Porque yo también me resisto. Eres recoleta como un lego de San Miguel. Eres andaluza y manchega. Eres mora y cristiana. Eres el cielo y algún infierno. Eres tú: no puedo cambiarte y, por eso, sigo buscando tu aliento.

Pero volvamos a entonces. Aquel cuatro de octubre rompí inocentemente amarras con mi ciudad natal. Mi niñez y adolescencia se escindieron entre vosotras dos. Mis recuerdos se reparten; también mis amores. Con todo, razones poderosas que tú conoces han volcado el afecto hacia ti. Aquel día grande de San Francisco todavía pulula por mi pasado, entre las casetas de Feria de La Explanada.

Fue un día inolvidable, incluso en su triste atardecer. Mis padres se marcharon y me dejaron solo, contigo. Es posible que tú, desde tu silencio magnífico y frío, me ofrecieses alguna caricia pasajera. Porque eres fría; no te me enfades. Pero no conté con tu caricia y, en el pórtico de tus primeras casas, lloré como niño que era. Fueron mis primeras lágrimas de hombre asolado, y tú las recibiste en silencio.

Te cuento estas cosas, que supongo sabes, porque voy a hablarte en confianza. Úbeda, tú fuiste unas calles y unas plazas, en principio, para mí. Después has ido siendo unos muchachos y unas muchachas, que crecidos y casados, somos ya padres de tus progenies. Úbeda ya soy yo: quiéralo o no. No te voy a regalar fácilmente el oído, no voy a halagarte, porque me tocaría algo de ese regalo. Voy a descubrirte en un espejo cómo eres, porque yo soy un viajero, un trotamundos que puede atusar tus oídos».


Este fragmento estaba incluido dentro de una carta personal. El amigo lo incluía sin darle mucha importancia. Yo sí se la he dado y me he sentido obligado con su contenido. Le he animado a insistir en este esbozo sincero y confío en que me seguirá enviando sus impresiones, ahora que ya no está entre nosotros. Desde la separación, parecen tomar nueva y mejor dimensión los contornos. Él está en mejor posición para enjuiciarnos. Esperemos a la próxima entrega. Mientras tanto, os envío un cordial saludo.


José María Berzosa Sánchez.
Profesor Agregado de Lengua y Literatura
(1) Este ti y todo el texto va dirigido a Úbeda, como si de una persona se tratase.