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La división de las Carmelitas Descalzas

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año X, nº 53. Abril de 1991, pp. 14-15

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La víspera del catorce de diciembre, justo cuando se abría el IV Centenario de la Muerte de San Juan de la Cruz en Úbeda, una noticia conmocionó el mundo católico, especialmente a una gran parte de hombres y mujeres que han puesto su vida al servicio de la entrega y la oración bajo el hábito marrón de la generosidad y la capa blanca del misticismo.

Se trataba, sencillamente, de que el Papa Juan Pablo II aprobaba la petición solicitada a su Santidad en nombre de las madres prioras de los conventos de carmelitas descalzas de San José de Ávila y del Cerro de los Ángeles de Getafe (Madrid) respaldadas por noventa conventos más.

La noticia, así, no parece tener mucha importancia, pero ello viene claramente a romper la unidad carmelitana, puesto que el resto de los conventos de carmelitas descalzas aún no tienen aprobadas sus "peticiones" (constituciones), y lo que es peor, cuando les sean aprobadas —se espera que sí— ello supondrá toda una ruptura: dos modos de vivir la vida religiosa que reformara Santa Teresa de Jesús.

¿Qué de dónde arranca todo? El primer temblor lo produjo el Concilio Vaticano II, al que no todos supieron adaptarse, ni acomodarse a los tiempos que la Iglesia exigía, no todos asimilaron las nuevas ideas, ni todos supieron desprenderse de una costra rancia de siglos para que la llama de la vela brillara con más luz.

Las órdenes religiosas empezaron entonces sus luchas internas por una mayor o mejor reforma. No podían ser menos las carmelitas que, después de varias consultas, redactaron un primer texto que titularon: "Declaraciones para la ordenada renovación de las Constituciones primitivas de las monjas descalzas de la Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo según las directrices del Concilio Vaticano II".

Fue un texto aprobado en 1977 con intención de ser experimentado en los carmelos a lo largo de cinco años, para después redactar el definitivo.

Pero aquí surgieron ya las primeras disconformidades. La entonces madre Maravillas de Jesús, fundadora de varios conventos carmelitas, respaldada por otras pocas más escribieron a la Sagrada Congregación de Religiosos manifestando su protesta por los cambios que ellas entendían venían a romper con el carisma trazado por Santa Teresa.

La respuesta fue tajante. El periodista Pedro Miguel Lamet, documentalmente expone: "El mismo Vaticano respondió entonces: «Las Declaraciones, al contrario de cuanto se afirma quieren ser una ayuda para la fidelidad más viva a los ideales Teresianos»". Y concluye: «A la luz de cuanto arriba queda expuesto este sagrado dicasterio estima que las objeciones al texto resultan infundadas»".

Los cinco años de experimentación pasaron y el texto redactado no fue aprobado de un modo definitivo. No obstante se fueron haciendo consultas y se tomaron opiniones, llegándose a la conclusión de que la inmensa mayoría de las monjas estaban a favor del texto redactado y que llamaban "Declaraciones".

Mientras tanto la ruptura seguía latente, y en unos conventos se vivía de acuerdo con el espíritu del Concilio y en otros se mantenían firmes en el tiempo pasado. En estos últimos la preocupación eran los detalles: la clausura bien cerrada con dobles cerrojos; bien dispuestas las rejas; evitar entren visitas que no sean estrictamente necesarias como médicos o confesores y siempre haciendo tocar la campana de aviso, incluso el Sr. Obispo debe entrar acompañado; están prácticamente prohibidas las salidas de las monjas, que no podrán salir ni siquiera para visitar a sus padres aunque estén moribundos; la correspondencia de todas las hermanas puede ser leída por la madre priora; en las camas no se admite color alguno, ni aún mínimo, salvo las mantas que quedarán recubiertas por la colcha; se sigue manteniendo la escucha de una monja a otra monja cuando hable con alguna visita y se mantiene la división de "clases" en los conventos según la actitud para los trabajos...

Todo esto carece de importancia para la inmensa mayoría de las carmelitas, que se inclinan por las Declaraciones, buscando siempre la adaptación a un carisma más verdaderamente espiritual dentro de la clausura, basado más en la esencia que en la letra de la ley.

Pero las carmelitas tradicionales —por llamarlas de alguna manera, "las maravillosas", las llaman otros— no cesaron en su empeño y mantenían sus modos de vida, al tiempo que insistían en sus escritos y peticiones, logrando por fin, en 1984, que el Cardenal Casaroli las apoyara.

La ruptura estaba así un poco más pronunciada. Se constituyó entonces una comisión de religiosos para realizar una nueva consulta a las monjas carmelitas sobre uno y otro modo de entender la vida carmelita, se nombró después a un Padre Salesiano —por más neutral— para que hiciera un análisis de los datos obtenidos.

Los resultados fueron claramente abrumadores. El 90% eran partidarias de la reforma que ofrecía el Concilio y por lo tanto estaban a favor de las Declaraciones, el 10% restante opinaba se siguiese como antes del Concilio. El dilema continuaba y nadie se atrevía a decirles o exigirles a las monjas tradicionales que debían aceptar la opinión de la mayoría y evitar mayores rupturas. Todo siguió complicándose, hasta que el Papa mandó componer una Asamblea formada por veintiséis miembros entre los que se encontraban cardenales y obispos, que estudiaron ambos modos, tradicional y renovado. Y así se hizo, redactando finalmente un texto basado en las Declaraciones pero incluyendo algunas observaciones. Se creía así que este texto, un tanto consensuado, recibiría la aprobación definitiva.

Las tradicionales, no obstante, siguieron sin estar de acuerdo, porque veían en el texto una clara relajación de la orden, pero se veían también, al ser minoría, un tanto perdidas. Entonces algo sucedió en Roma que cambió de nuevo el rumbo a favor de éstas. Parece ser que la Madre Priora del Convento del Cerro de los Ángeles, María Josefa del Corazón de Jesús, fue recibida por el Papa Juan Pablo II y éste se dejó convencer ante sus peticiones entusiastas y fervorosas. El caso es que apenas una semana después se publicó una carta concediendo permiso para que estas monjas vivieran su fe a la manera tradicional que con tanto ahínco solicitaban..., pero con ello la ruptura se reforzaba y estaba a punto de quebrarse la unidad carmelitana.

Finalmente aparece el Decreto Papal aprobando este tipo de vida religiosa, con sus maneras y formas y modos de entenderse, añadiéndose, además, que en adelante estos conventos no tendrán otro superior mayor sobre la priora que la Santa Sede, ni estarán asociadas a los Padres Carmelitas.

Pedro Miguel Lamet expone que el General de la Orden, Sáinz de Baranda, quedó tristemente impresionado ante el hecho, como quedó, entre otros muchos, el Padre Augusto Guerra, que declaró, entre otras cosas, que en tal decisión influyó claramente el cardenal E. Martínez Somalo y el prelado del Opus Dei Alvaro del Portillo. Influyó también, todo hay que decirlo, que dentro de los conventos tradicionales hay monjas de "influencia" de apellidos relevantes como Urquijo, Milans del Bosch, o Borbón.

Pero lo verdaderamente triste es que hoy, cuando hemos de luchar por un cristianismo menos dogmatizado, legislado, ritualizado y fronterizo, y sí más puro, limpio, evangélico y universal, ocurran decisiones como éstas. Lo triste de verdad para mí es que mujeres que se han entregado a Dios por entero sean incapaces a sentarse ante la fe, la comprensión y el amor y llegar a una solución global, porque en el fondo lo que las separa son cuatro normas, cuatro pequeñeces, cuatro leyes, y si algo nos enseñó Jesús fue que la ley se hizo para el hombre y no el hombre para la ley... Y a todo esto una pregunta: ¿Teresa de Jesús de qué lado estará?... Quien haya pensado que está a favor de alguno de los dos bandos se equivoca por entero. Teresa de Jesús, como Dios, sólo puede estar, y en este caso más, del lado de la Paz, el Amor y la UNIDAD.

>b>Ramón Molina Navarrete