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La provincia de Jaén aparece en otras dos novelas del ya citado Castillo Solórzano.
La más importante para nuestro caso es Aventuras del bachiller Trapaza (1637), cuyo protagonista es un artista del embuste, que nos relata sus andanzas de estudiante en Salamanca, continuadas con otras peripecias en Andalucía y Madrid.
Precisamente, yendo el bachiller desde Sevilla a Madrid, pernocta en la ciudad de Jaén, donde es robado, mientras duerme, por un estudiante que le acompaña en el viaje, con lo que se ve obligado a servir a un médico, hasta que es despedido por la mujer de éste (cap. XIII). Pensando dirigirse a Granada, en una posada cercana a Jaén oye la conversación de dos criados, por lo que deduce que el amo de éstos va a casarse con una dama de Úbeda. Les roba un retrato que llevan de la prometida y se hace pasar por hombre importante, con lo que consigue estar a punto de casarse con ella (cap. XIV). No obstante, un primo de la dama reconoce a Trapaza y éste es vapuleado. Se va hacia Andújar y de aquí emprende camino hacia Madrid (cap. XV).
Las ciudades de Andújar y Jaén figuran de nuevo, si bien esporádicamente, en otra obra del prolífico autor castellano: La Garduña de Sevilla (1642).
Desde Córdoba llega a Andújar, para realizar unas gestiones, el genovés Octavio, curioso personaje que busca la piedra filosofal. Durante su estancia de dos días en esta localidad, la protagonista, Rufina y Garay, su acompañante, aprovechan para consumar la treta que han urdido, robarle y huir a Málaga (cap. X).
De otro de los personajes de la novela, Crispín, se nos dice que, procedente de Málaga, "asistió algunos días en Jaén..., hasta que ofreció hacer un hurto en Andújar, y fue de cantidad". Por temor a la justicia huye inmediatamente hacia Toledo, acompañado de un mozo valenciano, y allí encuentra de nuevo a Rufina (cap. XV).
Para terminar este recuento de escenarios jiennenses, aludiremos a la ciudad de Alcalá la Real, presente en otra de las novelas picarescas más conocidas, Vida y hechos de Estebanillo González (1646).
En el capítulo V nos refiere el protagonista cómo, estando en tierras andaluzas con un grupo de soldados, abandonan a sus oficiales y se dirigen a Alcalá la Real, para unirse a otra gente de flota que se preparaba para embarcar. Confiesa que en esta población fueron "bien recibidos" y gozaron "de buenos alojamientos y socorros". Y agrega que, en el tiempo que permaneció allí antes de dirigirse a Cádiz para tomar el barco, "andaba cada día con una docena de espadachines a caza de corchetes, en seguimiento de soplones y en alcance de gregonas. Hacíamos de noche cacarear gallinas, balar corderos y gruñir a los lechones". Todo un compendio de vida picaresca.
2. LA PROVINCIA DE JAÉN: PATRIA DE PÍCAROS
Ya apuntábamos al principio este otro aspecto, que, con el anterior, configura la presencia de Jaén en nuestra novela picaresca. En este apartado sería preciso remontarnos a una obra anterior, debido a la importancia de la misma (por su influencia en la novela picaresca) y a la estrecha relación del autor y la protagonista con la provincia de Jaén. Nos referimos, como habrá podido sospecharse, a La Lozana andaluza (1528), escrita por Francisco Delicado, autor que, si bien nacido en la diócesis de Córdoba, consideraba a Martos como su verdadera patria, ya que de este lugar era su madre y allí se había criado él, según nos dice expresamente en la obra (mamotreto XLVII).
Precisamente en dicho capítulo (el autor utiliza el nombre de mamotreto) se nos habla con cierto detenimiento de la Peña de Martos y se hace de pasada una alusión (bastante mordaz, por cierto) a la vecina localidad de Alcaudete.
Pero más que estos apuntes sobre la patria de Francisco Delicado, nos interesa ahora lo concerniente a Lozana, quien, al igual que el autor, aunque cordobesa, considera como su patria la zona de Martos. Así, se nos dice que, cuando llega a Roma, "acordándose de su patria, quiso saber luego quién estaba allí de aquella tierra". Y se citan a continuación las poblaciones jiennenses de Alcalá la Real, Peña de Martos, Arjona, Arjonilla, Torredonjimeno y Jaén; entre las que aparecen también las vecinas poblaciones cordobesas de Baena y Luque, y la, algo más alejada, de Montoro.
Tenemos, pues, a esta joven cordobesa-jiennense, de cuerpo agraciado, que supo sacar partida de los regalos que la naturaleza le otorgó, abriéndose camino entre las clases altas de la ciudad eterna; material narrativo con el que Delicado consigue una de las obras más significativas de nuestra historia literaria, puente de obligada referencia entre el genero celestinesco y la picaresca.
Aunque en otro terreno, pero también estrechamente ligado al mundo picaresco, nos encontramos con una vieja bruja morisca, natural de Andújar, en La pícara Justina (1605), obra atribuída al médico toledano Francisco López de Úbeda y que cuenta entre sus méritos al ser la primera del género con protagonista femenino.
Con esta "vieja morisca" de Andújar, que da título al capítulo 3.° del Libro III, se topa Justina en Rioseco, nombre tras el cual debe verse (no podemos extendernos en las razones apuntadas por la crítica más reciente) no la villa vallisoletana de Medina de Rioseco, sino la misma villa y corte de Madrid. Aquí, en la localidad del Manzanares (este sería el "río-seco"), donde se constata la existencia de moriscos, vivía esta vieja hechicera, en cuya casa va a parar Justina.
La protagonista dedica el citado capítulo 3.° a hablarnos de la que ella llama "morisca vieja", "hechicera", "bisabuela de Celestina"... insistiendo sobre todo en que no hacía las prácticas religiosas cristianas y sí, por el contrario, en que era maestra en las artes de brujería. Con ella se llevará muy bien, por lo que no la denuncia a la Inquisición.
Muere esta vieja y Justina, que se hace pasar por nieta suya, consigue con su astucia poder darle sepultura cristiana y, sobre todo, recibir la herencia; después de lo cual, vuelve a la población leonesa de Mansilla de las Mulas, su patria chica y punto central de sus andanzas (cap. 4.° - 6° del Libro III).
No quisiéramos dejar de aludir a otra novela, prácticamente desconocida –incluso en los tratados más especializados–, cuyo protagonista y alguna de sus andanzas están relacionados con nuestra provincia.
Nos referimos a la Novela o coloquio que tuvieron Cipión y Berganza, perros que llaman de Maúdes; segunda parte de la que hizo Miguel de Zervantes Saavedra en sus novelas. Su autor es Ginés Carrillo Cerón, natural de la montaña leonesa y residente en Granada, donde fue procurador de la Chancillería. En esta ciudad precisamente publicó en 1635 la obra Novelas de varios sucesos, en ocho discursos morales, de la que forma parte, junto a otras siete más, la ya citada.
Como claramente se apunta en el título de esta novela corta, estamos ante una continuación del Coloquio de los perros de Cervantes. Si en la famosa novela ejemplar del príncipe de nuestras letras es el perro Berganza quien narra su historia, en la de Carrillo Cerón va a ser el otro interlocutor, el perro Cipión, el que, en la velada siguiente, toma la palabra. Siguiendo el esquema narrativo picaresco, nos cuenta que nació en Jaén, en casa de una mondonguera, experta en robos. Acompañando a un pastelero, acude a la romería de Andújar y de allí vuelve con un pintor, casado con una mujer infiel. No contento con su situación, se dirige a Madrid, de donde cuenta varias anécdotas, completadas con otras andanzas en las poblaciones de Cubas y Villacastín, para terminar en la ciudad de Valladolid.
Por no extendernos demasiado en la exposición, no hemos querido detenernos en citas y consideraciones, que hubieran podido resultar prolijas. Simplemente se ha pretendido esbozar el tema del trabajo y despertar la posible curiosidad de lector. No obstante, para terminar, hacemos una excepción con la próxima novela, en la que se aprecia la presencia de un pícaro, en el sentido estricto del término.
(Continuará)
Aurelio Valladares Reguero
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