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Las niños expósitos: trescientos años de historia en Úbeda (II)

Ramón Molina Navarrete

en Ibiut. Año V, nº 26. Octubre de 1986, pp. 26-27

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LAS CRUCES DE LA TRISTEZA

El primer libro, por aquello, quizás, de ser más viejo y más antiguo, se convirtió en mis manos en un compañero simbólico de curiosidad y gozo... Pero el libro guardaba —guarda, como todos los demás libros—, con voz negra sobre la mudez de las hojas carcomidas, un montón de cruces tristes..., las cruces terribles de la muerte.

Difícilmente vivían aquellos niños abandonados. Muchos morían engarrotados de frío dentro de las espuertas de mortero junto a un escalón o una ventana, pero dejando, eso sí, en los labios dibujada la sonrisa cruel con que desde siempre se sella el pacto con la muerte de aquellos que se van de este mundo por congelación. Otros fallecían a los pocos días. Los menos conseguían llegar al año.
Así, en 1613 —después de un estudio realizado—, hemos podido comprobar que de treinta y ocho niños abandonados y recogidos (16 son niñas y 22 niños), murieron con toda seguridad (porque se hace constar con la señal de la cruz) veinte; se prohijaron (se hace constar) uno. ¿El resto?. Del resto no se dice nada, lo que nos hace creer que murieron. De haberse prohijado se hubiera especificado, ya que en estos casos se anotaba en el folio el nombre de quien se hacía cargo del pequeño. La sencilla inhumación tenía lugar en el Hospital del Espíritu Santo.

HABÍA QUE EVITAR EL LIMBO

¿Qué hacer? Por aquella época el remedio principal contra la muerte de los niños estaba más que en medicinas, doctores u hospitales, en el bautizo. El bautizo se convirtió en obsesión, en remedio, en solución a la muerte. El estar bautizado suponía nada menos que el billete para entrar por la puerta grande en el Reino de los Cielos; por eso, más que preocuparse de qué darle de alimento, con qué abrigarlo, o cómo curarle las heridas, se pensaba ante todo en el bautizo, que debía ser cuanto antes. Morir sin bautizar era un dolor y casi un pecado imperdonable para frailes, cofrades, amas y pueblo, ya que suponía a modo de una media condenación para el inocente niño, debido a que se vería obligado por toda la eternidad a no gozar de la presencia de Dios y vivir en un lugar amorfo llamado Limbo.

Para los padres o personas que se encargaban de dejar al niño abandonado en cualquier puerta, también el bautizo era una obsesión, de ahí que dejaran notas diciendo si el pequeño estaba o no "cristianado". En los casos en que el niño estaba bautizado se indicaba a continuación el nombre que le habían puesto. Pongamos dos ejemplos.

En julio de 1617, dejaron un niño en la Capilla de la Virgen de los Remedios, en la Puerta de Toledo, con una nota adjunta que decía: "está cristiano y se llama Juan". El día 19 de agosto de 1617 se deja una niña en el Espíritu Santo con una nota diciendo que estaba cristiana y se llamaba Bárbara. Esta criatura murió tres días después. Tenía alrededor de seis meses.

Hay quienes pensarán que estas notas indicativas de que estaba bautizado el niño era suficiente para creerlo. Pero no, la obsesión era más fuerte. Había que volver a bautizarlo aunque fuera bajo "condición". Y así se hacía, incluso, a veces, poniéndole un nombre diferente. La Iglesia que registra el mayor número de bautizos de expósitos es San Isidro. Pero no era la única, ya que observamos son también numerosos los casos en que son bautizados en otras parroquias.

DE 1615 EN ADELANTE

En esta fecha los niños siguen abandonándose en cualquier lugar, si bien el centro sobre el que empieza a girar la historia de estos pequeños es el Hospital y la Iglesia del Espíritu Santo. Era allí donde debía estar constituida la Cofradía del mismo nombre. Sabemos que en estas fechas y posteriores uno de los mayordomos principales era Francisco de la Torre. Y Simón el Padre que recogía los niños que llegaban al convento. Así, al menos, se hace constar en numerosos escritos.

Prueba de que los niños seguían siendo abandonados en cualquier lugar, es el hecho de que el día 12 de octubre de 1615 dejaron un niño en el Convento de monjas de la Coronada (Dominicas). Este convento ocupaba el lugar donde hoy se alza la Plaza de Abastos. Dieron las monjas veintidós reales de limosna. El niño quedó anotado al libro con el nombre de "Juan de las monjas". Un año después fue prohijado por Juan de Alarcos, vecino de esta ciudad.

Pero hay que reconocer que cada vez es menor el número de abandonados en casas particulares, convirtiéndose como casi único lugar de abandono el Hospital y Convento del Espíritu Santo. De todos modos, fueran abandonados en el Espíritu Santo o en alguna casa particular, lo cierto es que seguía siendo la espuerta de mortero la cuna del abandonado. Generalmente y como hemos dicho en el capítulo anterior, iban liados en cualquier "trapajo" o desnudos, pero como curiosidad recogemos el siguiente caso:

Se trata de un niño abandonado junto a la puerta de la Iglesia del Espíritu Santo. Lo encontraron al amanecer del día 1 de febrero de 1619, completamente desnudo dentro de la tradicional espuerta. El pequeño sobrevivió a pesar del frío reinante. ¿Cómo? La espuerta estaba medio llena de paja. El rubio elemento sirvió de almohada y de abrigo. El niño vivió. Siguiéndole la pista comprobamos que en junio del mismo año fue prohijado. No tuvieron la misma suerte –por ejemplo–, dos mellizos que fueron abandonados el día 9 de enero de 1620 y que se hace constar eran "hermanos de un vientre", ya que uno murió dos días después. El otro lo hizo cinco meses más tarde.

Parece ser que bien por evitar problemas, suspicacias o limosnas al entregar al niño abandonado, el caso es que no todo el mundo era capaz de recoger al pequeño de su puerta, prefiriendo, en ocasiones, incluso dejarlo a la intemperie bajo la oscuridad de la noche.

Verán, hay un caso que puede servir de muestra: El sábado día 29 de abril de 1629, unos alguaciles que hacían la ronda escucharon el llanto de un niño. Guiados por el sonido llegaron a la puerta de la casa que habitaba D. Miguel Mexías (casa que pertenecía a la Parroquia de San Pablo) y allí estaba el crío. Los alguaciles llamaron varias veces con insistencia al Sr. Mexías, pero éste no quiso abrir la puerta de ninguna manera (así lo atestiguaron los mismos alguaciles). Ante la postura, los bondadosos vigilantes recogieron a la criatura y la tuvieron hasta la mañana siguiente que la entregaron a uno de los administradores que se hizo cargo al instante del pequeño, en este caso una niña que iba acompañada –menos mal–, de tres mantillas viejas, dos amarillas y una verdosa.

Resumiendo, diremos que los niños, a finales del primer cuarto del siglo XVII eran abandonados, en su mayoría, en la Iglesia del Espíritu Santo. Inmediatamente después se bautizaban y se buscaba una mujer en tiempo de lactancia para que los alimentara y cuidara al pago de unos 12 a 15 reales de media mensuales. Al año de edad, aproximadamente, se daba el niño a quien lo pidiera quedando de este modo "prohijado".
(Continuará)

R.M.N.