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“Continúan los conflictos...” Sobre todo en lo laboral, estamos habituados a que continúen todas las fricciones. Hace unos años, los periodistas se despepitaban ante el “hallazgo” de una huelga. Una huelga era noticia.* Ahora la noticia se dará el día en que no haya que registrar ningún paro*. De otra parte, dentro de poco van a ser escasísimos los españoles que –en activa o en pasiva- no hayan sido “huelguistas” al menos por unas horas. Porque hay huelguistas en activa: los que tienen voluntad, deseo e incluso entusiasmo huelguístico. La nueva especie es la de los “huelguistas por pasiva”. No van, sino que son llevados al paro. En ocasiones contra su mismo convencimiento. Pasa algo parecido con las dimisiones. También –al menos en lo que a cargos o puestos políticos se refiere- hay dimisiones en activa y en pasiva. No es igual dimitir que ser dimitido.
Hay campos inmensos –y por supuesto no solamente en política*- para realizar un acto y para padecer un acto: para adoptar una decisión y para aceptar –o aguantar- una decisión que nos llega confeccionada. Quizás es un uso de este mundo civilizado, de esta sociedad de consumo. Quizás , en ocasiones, prestarnos a hacer lo que nos dan hecho o a decidir lo que nos dan decidido es, en aras de una lealtad, de una cortesía o de una simple elegancia de ánimo. No siempre es servil sumisión el plegarnos a una ajena indicación. Conozco a muchos finísimos hombres escépticos que, en apariencia, se manifiestan sin voluntad cuando dicen a esto o a lo otro que “les da igual”. O que “es lo mismo”. En el fondo es que guardan su voluntad y su capacidad de decisión para empresas mayores. En el fondo es que están por encima de las opciones triviales y se reservan para la ocasión suprema.
Aunque en la mayoría de los casos no es eso, sino lo contrario. No elegir entre lo blanco y lo negro, esperando que elijan por nosotros es por igual, una ofensa a lo blanco y a lo negro. Y esperar que nos expidan, ya decidida, la personal decisión, aunque se trate de un solo paso al frente o atrás, es una injuria, una auto-injuria. Hay excepciones, como decimos, pero no pasan de eso, de excepciones.
El caso es que los comportamientos humanos en general, hagamos lo que queramos, o lo que nos digan que queramos, es pobre. Quiero decir que no porque obremos libremente, o presionados, abundan ahora las acciones auténticamente nobles y valiosas. Parece como si la famosa “altura de miras” -encomio que se emplea con frecuencia y tópicamente para elogiar a cualquiera- brillase por su ausencia. Más bien hay en todos una “bajura de miras”. ¡-cuántas veces no buscamos entre la basura para encontrar la perla en esta “civilización de la basura” que dijo Henry Miller ¡ No es extraño porque muchas estrellas se han caído al barro. Tenemos, por ejemplo, ese mundo de los artistas vistos por dentro. No hay que señalar.** No importa –o importa menos- que llevemos a la espalda, sonando al menor movimiento, el cascabel de la libertad. Es de lo que suele ufanarse todo el mundo. **Habría que decir que lo de la libertad es solamente un medio, un expediente. Somos libres, pero ¿qué hacemos con la libertad?. Aquí, aquí puede que empiece la basura.
“Continúa el conflicto de...”* Es normal. Luego, antes o después los conflictos terminan, aunque siempre con daño hecho. Sin embargo, otros conflictos más humanos, menos externos, que no reivindican salarios ni primas, sino honestidad y buena conciencia..., son cuestiones que no resuelve la política o la pasión partidista, sino la ética individual, anterior a la ética profesional y a la ética social. Vamos a acostumbrarnos a pensar que lo personal ha de sacrificarse en buena parte a lo social y esto es verdad. Pero nada más la mitad de la verdad. La otra mitad es que lo social apenas se justifica sino en función de servicio a la persona. Sociedad = persona. He aquí la gran ecuación. Y toda la Historia no es otra cosa que la tensión que esta ecuación crea.
Bien; esta tensión no cesará nunca. Los políticos engañadores que prometen Eldorados, nos afirman que sí, que todo lo tuerto se enderezará cuando ellos quieran y los dejen. Lo peor sería dejarlos. Porque la Política –con mayúscula- no puede caer en manos de optimistas así. Esos señores no tendrán decisiones racionales propias. Tampoco obedecerán decisiones que les vengan dadas. Algo peor, porque no tendrán ideas sino pasiones. Y no velas, sino viento. La política es para el viento y no el viento para la política. Quiere uno decir que gobernar es cometido anterior y posterior al viento.
Estos tiempos de mucho hablar, sin decir apenas. De mucho declarar. De mucho gesto. Son tiempos de “continúa el conflicto de...” Y tiempos de dimisiones por activa y por pasiva. En el fondo quizás tiempos feraces y hasta fértiles. Pero necesitan los habladores, los declarantes, los gesticulantes, de una gran mayoría silenciosa –como ahora se dice- que les haga contrapunto. No de hombres que callen para otorgar, sino para hablar a tiempo. “Hablar poco, para quedar siendo uno mismo”. Es una sabia máxima china de Lao Tsen, citado por Roff Carballo.
¡Qué bella aspiración, Dios mío, en estas calendas! Quedar siendo uno mismo, a despecho de mareas, de vientos, de pleamares, de alturas retóricas y de basuras auténticas. Quedar siendo uno mismo, aunque continúe “el conflicto de...”. Aunque los medios de comunicación social nos sigan poniendo en su escaparate las decisiones hechas por los demás, recomendándonos desodorantes, automóviles, partidos políticos... Quedar siendo uno mismo, con Dios como testigo.
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